sábado, 7 de septiembre de 2013

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE TODO ESTÁ EN SUSPENSO





Silvia Guillén compartió esta fotografía en facebook. Ella es la tercera niña, quien ve a la cámara. Si el lector observa con atención verá que todo está en suspenso. No siempre es así en las fotografías. Existen algunas fotografías que rebosan en acción. Acá todo mundo espera algo. Tal vez, ¿quién puede asegurar algo?, sucederá la visita de algún político. Las autoridades municipales convocaron a los maestros y niños de las escuelas para hacer vallas humanas y recibir a algún alto funcionario. ¿Era tiempo de campaña? En la pared del fondo hay un cartel con la fotografía de Manuel Velasco Suárez. Esto indica que la fotografía corresponde a los años setenta.
Mientras el personaje llega, el fotógrafo le dijo a Silvia que mirara a la cámara y ella obedeció. La niña que está en primer término hizo lo mismo, se asomó tantito por la “esquina” de la maestra y curioseó. Las otras dos niñas (una en posición de descanso, por su propia voluntad y la otra en posición de firmes por decisión de autoridad) ven hacia otros lados. La primera ve hacia donde, presumiblemente, aparecerá el invitado. La otra niña ve hacia su derecha. ¡Quién sabe qué ve!
¿El lugar? El espacio de las niñas ahora lo ocupa el Andador San José, casi contra esquina del Palacio Municipal. Por donde estaba “La mina de oro” (carnes al carbón) ahora están “Las macharnudas” (permanente homenaje a Tío Tavo). El letrero de la Coca Cola hace un “atento” recordatorio “disfrutar la chispa de la vida”, pero parece, en esta foto, que la “chispa” está apagada, porque es un instante suspendido. Si esto es la vida, puede pensar alguien, parece que la vida no es algo “chispeante”. Tal vez ésta es la posición que adquirimos cuando esperamos algo. En toda espera hay un vacío y una incertidumbre.
Si, tal como pensamos, este acto es un acto político, podemos entender el tedio. Por lo regular, los actos políticos se estiran, como si el tiempo no fuese oro, más bien como si pudiéramos dilapidarlo con el mismo desparpajo con que los políticos lo mal administran.
Medio mundo busca en dónde recargarse. Sólo las niñas estudiantes no pueden hacerlo. Ellas tienen el cometido de estar a mitad de la calle, bien paraditas, fastidiadas, en posición de descanso, pero paraditas, en espera del instante supremo. ¿Algún político piensa en los niños en medio del sol? No creo. El político camina a mitad de la calle, levanta las manos, recibe los aplausos, el confeti, la corona de flores, sonríe, camina de prisa, da la mano a algunos y, cuando considera oportuno el momento, se para, abraza a un niño y sonríe para la foto que será publicada el día siguiente en la prensa. El político está cerca de “La mina de oro”.
Los portales de ese tiempo estaban más elevados. Cuatro peldaños, de regular “estatura” son los que debía subir el peatón, desde la calle. Esa mañana, se intuye, la calle fue cerrada al paso de vehículos. La única ventaja de la visita de políticos es que la gente común y corriente puede, igual que el político, caminar a media calle sin riesgo de ser atropellado. Quienes lo han practicado saben que es un prodigio recorrer las calles a la mitad, con el gusto de saber que ese espacio público está diseñado y pensado para el disfrute del hombre y no como un santuario para ese objeto útil pero demoniaco que se llama automóvil.
¿Piensa el político en los “tiempos muertos”? El político pasará saludando, sonriendo, sin advertir que esas niñas escolares estuvieron ahí por más de una hora, en espera. A veces la espera es más fastidiosa. Cuentan que el gobernador Juan Sabines no tenía ningún empacho en prolongar su llegada más allá de cuatro horas. Mientras tanto, los niños sudan, se desesperan y, tal vez, alguno de ellos acuna en su corazón un malestar en contra de esos actos, malestar que, en la adolescencia se convertirá en rechazo hacia todo acto de gobierno.
Quienes están en el portal están en palco, en gayola, tienen la posibilidad de tener una mejor visión. Ellos (ellas, debería decir, porque sólo cuatro niños están enredados ahí donde el número de mujeres es superior) tendrán la mejor panorámica. A la hora que se asome el político podrán verlo desde una perspectiva superior. El problema es que estarán lejos de él, no podrán oler su perfume exquisito, no podrán tocarlo, no tendrán (¡jamás!) la oportunidad de saludarlo de mano o de que sus hijos sean cargados por el todopoderoso. Siempre ha sido así, los de gayola miran mejor pero no juegan en el mismo patio.
Para subir, desde la calle, al portal debimos subir cuatro peldaños; para bajar a la calle, debimos bajar cuatro peldaños. Siempre es así cuando hacemos un recuento en la memoria. Juro que no recordaba estas gradas que, igual que todos los de esta foto, debí subir y bajar en algunas ocasiones. Por ahí, por donde estaba “La mina de oro” estaba el restaurante de Tío Jul, donde compraba los panes compuestos y los tamales de azafrán (jamás volví a probar tamales de azafrán tan sabrosos). Mi casa de infancia estaba a media cuadra de ese portal.
Algún día, alguien deberá escribir acerca de la niña que está debajo del cartel donde aparece Velasco Suárez. Es una imagen rescatada de fotografías de Álvarez Bravo, de algún cuadro de Rivera. Es la imagen del México de siempre, el de la espera infinita. ¿En dónde andará ella ahora? Silvia sé por dónde anda, pero ¿la niña del rebozo?