lunes, 2 de septiembre de 2013

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE HAY UNA RAYA INVISIBLE





“Atrás de la raya, que estoy trabajando”, es el grito de quienes se paran a mitad de una plaza. ¿Quién sabe adónde va esa raya que, al menor asomo de lluvia, desaparece? El trashumante, con esa raya, pinta su territorio, se adueña temporalmente de un espacio que es de todos y que es de nadie.
Un peatón cualquiera camina por una plaza a las cinco de la tarde y se topa con un hombre que se apropió de un cacho de espacio. Por ahí no puede pasarse por el momento. Más tarde, a la hora que el acto haya terminado podrá ser ocupado por los peatones de nuevo. ¿Qué tanto ofende este espacio tomado? Cuando el hombre que lo ocupa es un hombre que sólo trata de compartir talento a cambio de unas cuantas monedas voluntarias ¡sí es bienvenido!
En el parque de Comitán hay un espacio natural para que los comediantes se apropien del espacio. Existe un graderío frente a la fuente, en lo que bien puede tomarse como el atrio del Templo de Santo Domingo. El artista se coloca al lado de la fuente y el público se “adueña” de la gradería. Digo que se adueña porque también este público corta el flujo natural de los peatones que suben y bajan. ¿Quién se ofende? ¡Nadie! Al contrario, la gente dice “con permisito, con permisito” y puede, perfectamente continuar con su ascenso y descenso. En muchos casos el tránsito veloz se detiene y el peatón decide hacer una tregua, se sienta y disfruta el espectáculo, que, si desea, si es un cabrón, puede tener de manera gratuita, porque el artista, al final de su acto, lo único que hace es pasar un sombrero solicitando una moneda de a diez pesos o de esas nuevas de veinte dedicadas a los cien años del Ejército Nacional. ¿Qué tanto es una moneda de diez? A veces es mucho (así lo ve el artista) y a veces es nada (así lo ve el espectador generoso que así retribuye el talento del compa que se “deshace” en cada función).
El artista antes ya solicitó permiso para “apropiarse” de ese espacio por un rato. El Síndico ya valoró la petición y dice que sí, que está bien, que no daña, que, al contrario, la gente disfrutará el espectáculo por un instante mágico. El hombre va en tránsito. Dos días después estará en otra ciudad y hará lo mismo. ¡Ah, qué vida de este trashumante! Tiene en sus venas la carga genética de los primeros hombres que no hallaban sosiego y su vida estaba colgada en el arco iris de los nómadas. Estos hombres tienen una resistencia al sedentarismo. En algún instante de su vida renunciaron a estar detrás de escritorios, encerrados en cuatro paredes, con algunas posibilidades de vida a través de ventanas. Decidieron volar, abrieron las ventanas y fueron papalote, avioncitos de papel. Son frágiles, porque ante el primer aviso de lluvia el público corre y ellos quedan solos, solos como si estuvieran en un camino polvoriento, en medio de árboles de espino, sin flores. Pero, a la vez ¡son invencibles!, porque la lluvia del camino los ha hecho crecer.
Ellos llegan y pintan su raya. Y el público se sienta del otro lado de la raya. Los dos mundos están perfectamente delimitados: unos son actores y otros espectadores. El eterno juego de la vida. El hombre de esta fotografía nació en Argentina y el azar lo ha traído a Chiapas. ¿En dónde estará dentro de diez años? ¿Alguien sabe en dónde pintará su raya? ¿Cuántas anécdotas lleva en su baúl? Cuando él pinta su raya borra la otra, la raya del apego, la de la inercia, la de la rutina. Pinta su raya y con ello pinta una ligera línea de esperanza. ¿Cómo lo tratará la vida esa tarde? ¿Lloverá y no pepenará monedas? O, al contrario, ¿la tarde será espléndida y a la par de los aplausos pepenará muchas monedas? ¿Qué tanto es diez pesos? ¿En cuánto tasa la línea que pinta?