miércoles, 4 de septiembre de 2013

PARA CUANDO HAY QUE CAMINAR DE MÁS





A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en mujeres que son como polvo en los ojos y mujeres que son como una raya de luz en el desierto.
La mujer polvo en los ojos siempre ve la vida como si caminara con los pies descalzos. Le gusta ir al campo e imaginar que el rocío sobre una hoja es el dedo que acaricia a la hoja. Porque la hoja también es acariciada por el labio del aire y por la nube del polvo. El polvo, no nos damos cuenta, pero es la lluvia que siempre acompaña al hombre. Esto lo saben los objetos que, a cada instante, están recibiendo la bendición del polvo. Por esto, la mujer polvo en los ojos siempre entrecierra éstos para ver cómo el polvo camina por el rayo de sol que se cuela en la habitación a las cinco de la tarde. El polvo nos acompaña desde siempre y hay polvo solar que ha caminado por la vía láctea.
La mujer polvo en los ojos siempre se recarga en la mesa de billar, en el dintel de la ventana, en la barda del puente, en la colina del viento. Lo hace así porque esa postura es la medida exacta para determinar los gramos de polvo que acumula cada objeto o cada persona. No nos damos cuenta, pero, a diario, cargamos el polvo de otros. Basta que una muchacha bonita limpie el escritorio para que ese polvo que ya se contagió de los problemas de la oficina vuele por todos los cielos y caiga, como maná, sobre los hombros de los otros. Cuando el polvo de una oficina cae sobre el hombre de un deportista el rendimiento de éste último se burocratiza; cuando el polvo de una mesa de cantina cae sobre el hombro de una estudiante de quinto semestre un aroma de alcohol y de chaquira la inunda. Esto es tan grave que puede ocurrir que la muchacha renuncie a su vocación y en lugar de estudiar se dedique a la putería. ¡Se han visto tantos casos de deserción que hace falta un estudio al respecto!
La mujer polvo en los ojos se sienta en la escalinata de la biblioteca y mira cómo los muchachos se divierten en el parque, chancean y hacen bromas, mientras los de adentro no hablan, concentrados en su lectura. La mujer polvo piensa entonces que polvo somos y en polvo nos convertiremos, se levanta y renuncia a entrar a la biblioteca. La vida es para vivirla en medio del aire, del viento que juega en los árboles de la plaza, en medio de niños que corren, de parejas que se besan, de viejos que, como último recurso de vida, reparten migas de pan a las aves. Puede ser cierto lo de la reencarnación. ¡Más vale prepararse para lo que está por venir, para el porvenir!
La mujer polvo en los ojos sube a su carro, descapotable, y viaja por carreteras que van por la orilla del mar. Le gusta sentir cómo la brisa cálida se enreda en cada agua de su piel; le gusta sentir el palmo de distancia que falta para llegar. Es grato sentir que el destino no es más que un tramo envuelto en papel transparente, envuelto en un brincolín.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en mujeres que son como una palmera sembrada en lo alto del Everest y mujeres que son como un marco de cemento alrededor de una nube.