viernes, 27 de septiembre de 2013

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE EL LIBRO ES PIEDRA DE UNA MONTAÑA





Son pocos elementos: una pared, un ventanal, un letrero, mesas, sillas, un carrito y un rimero de libros. ¿Y ella? Sí, perdón, ¡ella!, la niña bonita, quien tiene las manos en su barbilla y concentra su mirada, tal vez, en algún texto o en algún caminito de la mesa.
Todos los elementos son cotidianos en la biblioteca. ¿Qué es lo inusual de la fotografía? Lo único relevante es el rimero de libros al lado de la niña bonita. ¿Por qué esa montaña de libros a su lado? ¿Los está consultando a todos? ¡No, no creo! Ningún investigador haría tal cosa. Monsiváis se refugiaba detrás de túmulos de periódicos, revistas y libros, pero no los ordenaba como los libros están formados acá. Tal vez, digo que sólo tal vez, la niña bonita juega con los libros, así como los niños juegan con las corcholatas o con dados.
Hay niños que arman casitas con palos y sábanas; hay niños que hacen montañas con arena. Tal vez esta niña hermosa hizo una casita con libros. ¡Hay tantos libros en las bibliotecas que se antoja hacer montañitas! Los lectores aman tanto los libros que sueñan con armar barcos, con hojas de libros; sueñan con hacer aviones, con hojas de libros; sueñan con encontrar la caricia de los amados en medio de las hojas de libros. Porque, así como los libros contienen palabras que resucitan al contacto con el aire, así, las historias que cuentan, resucitan las ansias y los deseos de los lectores.
No sé qué piensan ustedes, pero yo veo que la niña bonita hace todo con gran cuidado. La posición de sus manos indica que su juego sigue una serie de formas geométricas bien definidas. Ante el túmulo de libros que es como un rascacielos neoyorkino, las manos deben adoptar una forma triangular, como si ella debiera adosar la pirámide de Keops al paisaje. Así, ella logra aliar dos culturas, dos entornos. Ella crea, crea espacios y crea atmósferas. Por esto, su cabello es una cascada, una liana, un bordado casi exacto. Porque ante la mezcla de desierto y de megalópolis es necesario agregar un ambiente de selva. Si el lector aguza el oído escuchará murmullos de guacamayas en medio del lento caminar de los camellos.
Ella, la niña bonita, está concentrada. No le importa lo que sucede a su alrededor. Ella pinta su raya y deja que los demás, quienes están en la sala que alberga la Colección General, bailen en otras pistas. Ella, sin asomo de duda, formula su Colección Particular. Ella, sin titubeo, crea su propio juego. Un juego donde los libros sirven para leerlos, para hacer construcciones endebles, pero infinitas. Ella arma, con libros, un mundo con alas de colibrí. Porque (así se ve) su espacio es como de agua clara, como de cielo sin humo, como de letra afectuosa, casi amorosa. Las nubes de afuera llueven tragedias en otros valles. Su ciudad está hecha con ladrillos de palabras y no existe ni un solo carro que contamine su aire, su emoción de sonata de Bach.
Si el lector ve con atención observará que la luz de afuera se difumina al pasar a través de los cristales, camina de puntillas, un poco como para no despertar el sueño que acá comienza a elevarse. Todo es como una nube sin guijarros, pared sin espinas.