viernes, 6 de septiembre de 2013

POR LAS QUE NOS APANTALLAN A MITAD DE LA TARDE





A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en mujeres que son como pantallas a mitad de una lluvia y mujeres que son apantallantes y no salen de casa en medio de la lluvia.
La mujer pantalla a mitad de la lluvia es como una pista de hielo a mediodía. Le gusta nadar en albercas que tienen temperatura controlada. Lo hace cuando hay multitudes de muchachos y éstos, ante su presencia, sacan sus pañuelos blancos y saludan como si un jugador de fútbol metiera un gol de chilena. En realidad todo es una puesta en escena. Los muchachos que saludan con los pañuelos blanquísimos son contratados por ella. Los muchachos están advertidos que deben saludar, como si estuviesen en un estadio, a la hora que ella sale del vestidor, se encamina hacia la alberca y pone sus brazos en flecha. La multitud de muchachos debe ovacionar en el instante que ella entra al agua. Uno de los muchachos está entrenado para colocar la música de fanfarrias que suena por los altavoces. Cuando ella ya entró al agua y, como delfín, nada en medio del agua, el dj debe colocar una música de violines y de violas. Todo esto es así porque ella, la mujer pantalla a mitad de la lluvia tiene el corazón hecho con circuitos. Odia que alguien le recuerde a su abuela hecha con bulbos y a su padre hecho con transistores. Ella, la mujer pantalla a mitad de la lluvia, se siente orgullosa de su ADN que le permite mojarse sin mayor riesgo. A su abuela, ¡Dios mío, su pobre abuela!, le dio un paro cardiaco el día que el hijo se olvidó de meterla a la casa y la dejó a mitad del patio en medio de la lluvia. Su padre, ¡ah, su pinche padre!, murió cuando cayó en la tina de una residencia de millonario (su fantasma se mataba de la risa porque también se llevó entre las antenas al propietario de la residencia). Antes, los ancestros de la mujer pantalla a mitad de la lluvia eran frágiles ante el temblor del agua, ante la furia de la tormenta. Ahora, ella sonríe y, como si fuese Fred Astaire, le gusta bailar a mitad de la calle, sobre todo cuando está enamorada, sobre todo cuando su amante la lleva a Puerto Arista y, al ritmo de la olas tristes y oscuras, le baja el cielo bordado de estrellas. Sí, el lector ya se dio cuenta que ella, la mujer pantalla a mitad de la lluvia, se “apantalla” con las frases cursis y se rinde ante un guijarro que es como un cometa, o ante un puente que es como el vacío en medio del aire.
No es mujer común y corriente (aunque algunos teóricos aseguran que sin corriente ella no sobreviviría). No lo es, porque siempre acude a los actos más apoteósicos: conciertos de U2 o del Ballet Bolshoi. Ella encanta a las multitudes y también al hombre que, solo, toma un vaso de güisqui en las rocas en la intimidad de su cuarto y ve una película a través de su cuerpo. Quienes la han poseído cuentan que no hay experiencia más tridimensional que ver la vida a través de su cuerpo a la hora que un huracán toca la playa izquierda del corazón. Es mujer de estos tiempos fascinantes. Los científicos reconocen que durante siglos el amante la buscó con denuedo, pero, ¡Dios mío!, cuando todo era con velas o con bulbos el ideal era una utopía. Ahora está al alcance de la mano y basta desearla para tenerla al alcance del chip y del led.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en mujeres que son como fogatas a mitad de la noche y mujeres que son como el canto de un pájaro a mitad de una piedra.