miércoles, 18 de septiembre de 2013

PARA EL INSOMNIO DE LOS BOLOS





A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como bancas de templo y mujeres que son como barras de cantina.
La mujer barra de cantina lleva huellas de trapos sucios, de manos mojadas, de olores de ron y de lágrimas de desamor.
Canta, pero no lo hace encima de alguna rama, canta a la hora que el ventilador hace volar los papeles del escritorio, a la hora que la puerta se cierra, a la hora que una mujer se mira en el espejo y encuentra las imágenes de cuando fue niña.
Le gusta caminar por la playa, en la noche, al amparo de las fogatas. Le gusta el balcón donde un hombre toca la guitarra, donde el viento se detiene a escuchar los grillos del aire.
Ella es como un tejado que no admite losas de cemento, como una carretera sin baches, como un piano que deshace el piso bandoneón y la azotea flauta.
Sale al balcón y advierte que la tarde es apenas un hombre que pide aventón en la carretera. No importa el destino, sólo importa el sol para la mochila, la lluvia para el ánimo, la pintura para el pie que camina por las líneas que circundan al cielo.
No le importa el mar o el puente. Sólo le interesa el arco que es entrada para la alegría.
Aún cuando no tiene vocación de náufrago sostiene la piedra de los hombres que piden una cerveza fría o un Martini.
Está hecha de madera, de madera como si fuese un árbol, como si fuese una marimba, como si fuese la tapa de un ataúd.
Está hecha para que los hombres y mujeres se recarguen sobre ella, para que sea el atril de sus historias, para la luz que no llega.
La mujer barra de cantina se deshace al conjuro de un puño o de una patada, porque sus ventanas están hechas de sal y no de sol.
Le gustan los hombres que se golpean arriba de un ring; envidia a las mujeres que caminan por el viento de las plazas. Ella, ¡qué pena!, siempre debe estar adentro de cuatro paredes; siempre a la espera de que un mesero le limpie el pecho, las nalgas y la conciencia.
Imagina que la luz es como el humo de un cigarro y por esto alimenta la oscuridad. No sabe, no puede saberlo, que la vida es más que un reflector, más que un arco iris, más que una lámpara sobre la vía de tren.
A veces, en muy contadas ocasiones, sueña en un libro y cree que la palabra libertad puede ser el cayuco que la conduzca por ríos sin protección.
No le salen las cuentas, nunca le salen. Se ayuda con los dedos para contar los días de la semana y de los meses. Cree que enero puede ser un mes con dieciocho días y que diciembre puede, asimismo, ser de dos días, tres máximo.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como un paño de luz y mujeres que son como la luz envuelta en paño.