viernes, 13 de septiembre de 2013

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE UNA VARA SOSTIENE EL MUNDO





“Denme un punto de apoyo…”. Así decía un famoso físico. Él quería mover el mundo. ¡Pobre! Hay niños, como el de esta fotografía, que con un punto de apoyo mueve el universo.
La historia es sencilla. Los trabajadores de limpia del Ayuntamiento podaron los árboles del parque central. Se trata de que el parque esté muy digno para la celebración de las fiestas patrias. Me encanta ver cómo los árboles quedan con melenas nuevas, como “estrenando orejas”, aunque en este caso lo correcto sería decir que estrenan ramas o, más bien, decir que estrenan nostalgia de pájaros. Aunque pensándolo bien, a los pobres pájaros los joden, los joden porque a la hora que el empleado, trepado en una escalera o sobre el árbol mismo, con el machete tuza la fronda, el pájaro no tiene albergue. Debe ser jodido ser pájaro y llegar a tu casa y hallar al machetero deshaciendo el nido que con tanto esfuerzo hiciste. ¿Qué pasa con los críos que esperan al padre con la comida?
Digo que la historia es sencilla porque el niño vio la rama y la tomó. Con una determinación de niño dispuesto al juego tomó con su mano derecha la vara y con la izquierda, como si fuese una simple vaina, hizo la mano para abajo y eliminó todas las hojas. Fue un movimiento como de émbolo. ¡Dios mío! Yo pensé qué sucedería si la rama tuviese espinas, qué si la vara fuera de un rosal. Pero yo soy un inútil, el niño sabía perfectamente lo que estaba haciendo. Como se ve en la fotografía dejó sólo una hoja en el extremo, como si fuese una bandera, como si la vara fuese el mástil de un barco y la bandera también dijera que era una embarcación mexicana surcando los mares, en el mes de septiembre.
Me senté. ¿Qué hará el niño ahora con la vara?, pensé. Como el lector ya advirtió el niño está en un extremo del parque, cerca de la fuente. Cuando el niño desnudó la vara, colocó un extremo sobre la palma de su mano, el extremo más grueso e hizo equilibrio con ella. ¡Santo Dios! ¿Cuánto tiempo hacía que no miraba a un niño jugar con una vara haciendo equilibrio? Los lectores jóvenes tal vez no saben a qué juego me refiero. Igual que la historia, el juego también es muy sencillo. Se para la vara sobre la palma de la mano y, moviendo la mano, trata uno de que no pierda la verticalidad. Ahí va el niño, de un lado para otro, concentrado en la vara erecta, se mueve de un lado para otro mientras trata de evitar lo que la física impone: que la vara pierda la verticalidad y caiga al piso. Ah, cómo se divierte el niño. Todo el patio es para él. Si un peatón pasa por ahí se hace a un lado porque el niño está acomodando el universo. El viento hace la travesura, pero el niño no se deja, mueve la palma de la mano como si pidiera algo al cielo, como si llevara una charola y evitara que las copas rebosantes de champaña se caigan.
¡Qué juego tan simple! ¡Qué juego tan maravilloso! Con una simple vara de deshecho, con un retazo de árbol.
¡Se cae, se cae!, dijo Marianita, que estaba sentada a mi lado, en las gradas del parque. Sí, dije. El niño trató de evitar la caída de la vara con la mano izquierda, pero no lo logró. Tal vez al final pensó que la regla del juego es no meter la mano izquierda. La mano izquierda sólo sirve, en este caso, para quitar las hojas que estorban el incesante crecimiento del universo.
Y pensar que hubo maestros que usaban estas varas para golpear las manos o las nalgas de los alumnos traviesos. ¡Qué pendejos! Nunca supieron que con esas varas podían enseñar a sus niños a jugar a conservar el equilibrio.
Cuando la vara cayó al piso, el niño sonrió y se limpió la frente. Yo le dije a Marianita que eso sí había jugado de niño. Había usado un palo de escoba. Ella me miró y dijo: ¿ya viste, mi niño, sí jugaste? Y yo sonreí. Sí, pensé, después de todo, no soy tan inútil.