miércoles, 29 de abril de 2015
EN LA LÍNEA DEL ABISMO
Buenas tardes:
Ornán Gómez, destacado promotor de la lectura y escritor, llegó a la oficina y me invitó a presentar su libro de relatos “Miedo en la sangre”. Acepté, agradecí su invitación y acá estoy, sin miedo en la sangre. Y estoy sin miedo en la sangre porque el entorno en que estamos ¡está lleno de luz! Siempre que se presenta un libro, en el universo hay como una ventana de esperanza. Pero no puedo mencionar esta palabra porque lo que menos existe en el universo de la literatura de Ornán es precisamente la esperanza. Esperanza, lo sabe todo mundo, es la posibilidad de que ocurra algo que pedimos. Y, estoy seguro, nadie de los que estamos acá pediríamos oscuridad o pantanos llenos de mierda. Tenemos esperanza por mejores mundos, por mejores caminos. Los relatos de Ornán están plagados de personajes sin esperanza, son personajes que permanecen al borde de los abismos, se saben sin alas, reconocen que caerán como fardos y que sus cabezas estallarán en el fondo al chocar contra enormes piedras. Los personajes de Ornán se mueven en submundos, donde está la muerte.
Y es que la muerte es un tema muy cercano a la cultura mexicana. La muerte nos seduce, nos jala todo aquello que está envuelto en el misterio de esa garita que está en el límite de la vida y de la muerte. El personaje mítico más reconocido en nuestro país, La llorona, viene de la muerte, del espanto de la muerte. Quienes la han visto, cuentan que, a medianoche, vaga por las calles desiertas y grita: “¡Ay, mis hijos!”. En las calles vacías y silenciosas su grito abre la flor de la noche. Todo mundo sabe que ese grito lo avienta, como pañuelo sucio, porque ella es la madre de la literatura. A final de cuentas, la literatura es una recreación de la vida, y la vida no está por encima de la muerte. Los clásicos nos dicen que la muerte también es una de las ramas del árbol de la vida. ¿Por qué grita la llorona? ¿Busca a sus hijos extraviados o sólo lamenta tener los hijos que tiene? ¿O, acaso, el vocativo no es un lamento sino un grito de orgullo por tener hijos? ¿Qué dirían las feministas de estos tiempos? Tal vez éstas exigirían que la leyenda se transforme y que la mujer grite: “¡Ay, mis hijos; ay, mis hijas!”. Esto, en el supuesto caso que la llorona no sólo varones haya tenido. Las feministas no sólo exigirían que se incluyera a las hembras, sino que, también, fueran en primer lugar: “¡Ay, mis hijas; ay, mis hijos!”. Son las mismas que insisten en dividir la literatura en literatura hecha por hombres y literatura hecha por mujeres, como si la palabra tuviese sexo.
La llorona es una mujer que debe su fama al periodo de la Colonia, pero viene de mucho atrás, viene de la época prehispánica. Se sabe que este siglo XXI es hijo de la tradición. Y la tradición literaria en México siempre ha sido seducida por la muerte. Los mexicanos, ya lo dijo Octavio Paz, se burlan de la muerte, tal vez como ningún otro pueblo del mundo. En ese juego irónico subyace un profundo horror. El cantante dice: “Si me han de matar mañana que me maten de una vez” y, como si todo México, fuera León, Guanajuato, gritamos que “la vida no vale nada”. Lo gritamos a manera de conjuro para exorcizar los demonios de la oscuridad. Basta decir que nuestro escritor más significativo escribió acerca de muertos que caminan por un pueblo llamado Comala. La muerte nos seduce. Ante esta seducción, Ornán Gómez, escritor que se seduce también ante la vida, nos presenta ahora un libro de relatos que coquetean con ese inframundo que, nos injertó, el Popol Vuh.
¿De qué escribe Ornán? Escribe de los hombres y mujeres que están en el borde del abismo. No distingue fronteras entre la vida y la muerte. Sus personajes pasan, como si no existieran líneas divisorias, de un territorio al otro. Los muertos conviven con los vivos en una alianza difícil de distinguir. Pero no sólo los muertos están presentes ni los vivos que, como dijera el poeta Fabio Morábito, también son carne para la muerte. Los relatos de Ornán nos muestran la cara oscura de la vida. Sus personajes son los que, ¡Dios mío!, habitan en el fango y en los albañales de la sociedad. Son seres sin esperanza. Por ello, tal vez, los espacios en donde los personajes se mueven son burdeles, cuartos húmedos, callejones sin salida. Por ello, tal vez, el lenguaje que aparece en este libro que hoy se presenta: “El miedo en la sangre”, es un lenguaje con piedras, con púas, cincelado con el filo del cuchillo.
En la página 25 está el relato que se llama “Espera, sigue jugando”, ahí, el personaje principal es una estudiante de secundaria cuyos pechos son “como torrecillas alzadas sobre un valle”. Ella es un canto a la vida, a la vida fresca, llena de aire enredado en los muslos de una niña que apenas se asoma al secreto del misterio. Pero esto que digo no es cierto, el personaje del relato es una niña, sí, estudiante de secundaria, pero que se entrega a su maestro por dinero y con la factura del chantaje en la mano. A su maestro le dice: “si yo contara que me violaste, seguro vas a la cárcel”. Hay un instante en que el maestro quiere penetrarla y ella dice que no, que siga jugando, abre las piernas y pide que le lama la vagina.
Los personajes de Ornán están alejados de la luz, son seres sin esperanza. Aún los más tiernos están contaminados con la podredumbre que flota en el aire. No puede ser de otra manera. Vivimos en un país contagiado por la violencia y ajeno a los valores más elementales; vivimos en un mundo que es como una manzana podrida.
Uno es el Ornán maestro que insiste en que los alumnos de todo Chiapas se acerquen a la lectura como signo de esperanza, como conjuro para un mejor porvenir; y otro es el Ornán escritor que nos refriega en la cara la crudeza de la vida.
No hay esperanza, todo es como un albañal, incluso la luz más limpia se llena de lodo a la hora que pasa por ese vitral que se llama vida. ¿Para qué leer el libro de Ornán? No lo sé, tal vez para tener un referente más inmediato y cercano, acaso para saber que el mundo es una cloaca y que ahí estamos metidos todos. Acaso para abrir otra ventana y vislumbrar la posibilidad de lo posible. No sé. Cuando menos yo ya leí el libro de Ornán y ahora comparto estas reflexiones. ¿Sirven de algo estas reflexiones? Yo no sé. Ya me voy. Me voy sin miedo en la sangre, porque al menos esta tarde, todo es como una flor que se abre a la luz, y esta luz, parece, no está contaminada con lodo.
Gracias.