jueves, 27 de julio de 2017

A PUNTO DE MANDAR A LA BERGUA A LA GARCÍA




Hay escritores que sigo y persigo. Uno de ellos es Ana García Bergua. Como el García es muy común (perdón a todos los García) siempre que me refiero a Ana digo La Bergua, apellido menos común y medio alburero (perdón a todos los Bergua).
Lamento que las colaboraciones de La Bergua, en la Jornada Semanal, ahora sean quincenales. Hace tiempo, Ana publicaba cada domingo en el suplemento de La Jornada. Lo primero que hacía al leer el suplemento era buscar la columna periodística de Ana. Sus textos, breves, de una cuartilla, más o menos, siempre me han parecido ingeniosos y en ocasiones soberbios. Claro, como cualquier escritor, a veces le pega al nueve o se regodea en el ocho, pero jamás, la Bergua, pasa de panzazo.
Desde que leí la novela “La hija del sepulturero”, de Joyce Carol Oates, he perseguido sus libros (de cuentos y novelas). Digo que “La hija del sepulturero” es su “Cien años de soledad”, porque es la más brillante, pero leo con agrado sus demás novelas, las de ocho, y sus libros de cuentos de ocho punto seis que sube a nueve.
¿Qué pasa con la Bergua? Que no he hallado una novela o un libro de cuentos que esté a la altura de sus colaboraciones periodísticas. Su novela “La bomba de San José” recibió el reconocimiento de la crítica a tal grado que le fue otorgado el premio Sor Juana Inés de la Cruz. En un viaje que realicé a la Ciudad de México encontré la novelilla en la Librería El Sótano (que, según Quique, está más surtida que la Gandhi. Ambas están frente a La Alameda). Regresé al hotel (a media cuadra del Palacio de Bellas Artes) y abrí con emoción el libro. Tenía en mis manos a La Bergua, pero mi emoción se fue diluyendo conforme avanzaba en la lectura, hubo momentos en que deseaba mandarla a la Bergua. La novela no me pareció que respondiera al prestigio del premio ni a la admiración que le profeso a la autora.
Tiempo más tarde hallé en “El Sótano”, la sucursal que está en Puebla, su libro de cuentos “Edificio” y, a pesar de que su novelilla no me había seducido, corrí a comprarlo. De igual manera, al llegar al hotel (a una cuadra del zócalo poblano), emocionado comencé a leer sus cuentos y leí uno y luego el otro y uno más y no hallaba el texto de ocho punto ocho que subiera a nueve. Todos rayaban en la medianía. Algunos, incluso, caían en la franja del siete. ¡Dios mío! ¿En dónde estaba la Bergua que admiraba? (Esto leerlo sin albur, por favor.)
Decidí mandar a la Bergua a la Bergua. Total, pensé (como siempre pienso) ella puede vivir sin mí (seguir ganando premios) y yo puedo vivir sin ella (persiguiendo a otros, a otras). Pero, ¡ay, qué duro es el piquete de víbora! El lunes, caminando por los estantes de la Porrúa (acá en mi pueblo) hallé su novela más reciente: “Fuego 20”. Ya sabía que por ahí ronda un tema trágico: el incendio, en 1982, del edificio de la Cineteca Nacional, de la Ciudad de México; ya sabía que cuando ocurrió el incendio la Bergua se salvó por un pelito, porque laboraba ahí, pero, por alguna razón, no acudió ese día. Con esto (más mi admiración incluida, un poco menguada pero subsistente) bastó para que sacara mis billetitos y lo comprara.
Ya comencé a leerla, no he terminado, pero quise compartir que ahora estoy medio emocionado con su lectura. Sé que La Bergua no obtendrá el Nobel de Literatura, pero ahora encuentro una escritura sencilla, clara y llena de guiños fantásticos que están seduciéndome. Casi a mitad de la novelilla, sin proponérselo, Ana hace un homenaje a la obra de Ibargüengoitia, ya que describe un poblado y su cultura de una forma desparpajada, con ironía sutil, que, por momentos, hace recordar la literatura del gran Jorge. Ojalá que la novela siga en este tono o que (así lo deseo) vaya en ascenso y al final pueda decir que es una novela de ocho punto cinco que puede subir a nueve.
Estuve a punto de mandar a la Bergua a la García, pero mi corazón de pollo no lo permitió. Pienso ahora que fue bueno darle (darme) otra oportunidad. A los afectos literarios no hay que cortarlos de tajo.