sábado, 1 de julio de 2017

CARTA A MARIANA, DONDE HAY UNA PARED Y UNA VENTANA




Querida Mariana: ¿Cómo decir gracias sin que suene a lugar común? ¿Sin que sea una mera fórmula de urbanidad, al estilo de Carreño?
¿Cómo decir gracias sin que suene a lluvia silenciosa? Y pregunto esto porque el martes 27 de junio de 2017 conduje por última vez el programa de radio Crónicas de Adobe, de radio IMER-Comitán.
Una mañana de 2010, Mario Escobar, gerente de esa radio, me invitó a conducir un programa que (en buena hora) nombró Crónicas de Adobe. Me explicó que el programa tendría la participación de destacados cronistas de Comitán y su pretensión era conmemorar el Centenario de la Revolución Mexicana y el Bicentenario de la Independencia. Agradecí la deferencia y acepté. Y durante más de siete años cumplí con el encargo. Por eso, ahora, que cierro este ciclo algo debo decirle a Mario.
¿Cómo decir gracias sin que suene a eco de las cuatro de la madrugada? Porque de esos siete años, cinco o seis, más o menos, Paty Espinosa me acompañó en la conducción. Lo hizo (sin ser profesional de la locución, como yo meroles) con gran profesionalismo. Hubo ocasiones (dos o tres) en que por enfermedad de la garganta o por un viaje imprevisto no pude acudir a la cita, pero esas ausencias no me inquietaban en lo absoluto, porque ella se encargaba de la conducción en forma total. Miguel me dijo un día que no había notado mi ausencia y que no era mala idea que, de vez en vez, yo pretextara alguna urgencia para que la audiencia tuviera la grata voz de ella y no la mía. Por eso, ahora que cerramos este ciclo del programa, algo debo decirle a Paty.
¿Cómo decir gracias sin que suene a pasos descalzos? Porque (ya lo dije) sin tener mayor conocimiento de los vericuetos de la radio, la audiencia (como dijera Juan Pablo II: “Siempre fiel”) soportó mi voz y mis metidas de pata. Siempre he dicho (vos lo sabés) que no me gusta hablar. Soy escritor y amo esta vocación, porque el ritmo de la escritura es diferente al del lenguaje hablado. Los conductores, locutores y demás fauna de la radio y de la televisión deben poseer la fascinante capacidad de improvisación y la sagacidad para elaborar discursos congruentes, claros y precisos. Yo (vos lo sabés) tatarateo cuando estoy ante una audiencia. Cuando participo en alguna presentación de libros o cuando me invitan a hablar de literatura, escribo un texto, porque eso sí ¡soy un buen lector! Cientos de escuchas, martes a martes, disculparon mis silencios, mis titubeos, mis intentos por pepenar una palabra que en muchas ocasiones llegó, pero de manera indirecta, gracias a la intervención de Paty que, un poco como si fuera aquel vocero de Vicente Fox, intervenía: “Lo que el maestro quiso decir fue tal y tal cosa”. Por eso, ahora que los cientos de fieles radioescuchas del programa ya no oirán mi voz, algo debo decirles.
¿Cómo decir gracias sin que suene a flor de plástico fluorescente? Porque fueron decenas y decenas de invitados que nos hicieron el honor de asistir y compartir sus vivencias, experiencias, emociones y talentos. Cada programa de radio conjunta una serie de elementos que le dan forma y sustancia, pero, este programa se sustentó, sin duda alguna, en la participación de las personas. Al principio fueron los cronistas quienes hablaron en nombre del pueblo, pero cuando los cronistas ya no llegaron, fue el propio pueblo quien habló en nombre de él y de los cronistas, ¡faltaba más! La crónica (perdón) fue más viva. En lugar de que el cronista llegara a platicarnos cómo se hace el pan, el panadero llegó a contar su experiencia de vida. Hubo de todo, pero siempre fue como una plática desarrollada en el corredor de una casa (de una casa hecha con espíritu de adobe). El más elevado intelectual se volvió pueblo y el pueblo nos demostró que es intelectual, porque la materia más compleja se volvió flor sencilla y la flor más modesta se volvió materia universal. ¡Ah, qué sabrosa fue la plática de nuestra gente! ¡Ah, de qué manera tan rica aparecieron los modismos comitecos y sobrevolaron nuestros cielos y nuestro corazón! Los invitados, de manera generosa, llegaron puntuales a la cita y convirtieron sus corazones en ventanas para que por ahí se asomaran los cientos y cientos de radioescuchas de muchas ciudades, de muchos pueblos de la región y de otros estados de la república y, contados pero existentes, de otras partes del mundo, a través del Internet. Ellos, como si desgranaran una mazorca de luz, contaron cómo es Comitán, cómo era antes, cómo se ha ido transformando; compartieron sus sueños, sus deseos y, en algunas ocasiones, se encabronaron por actos indeseables en nuestra sociedad. Por eso, ahora que ya no tendré la oportunidad maravillosa de conversar con ellos (yo que soy tan escaso para la plática), algo debo decirles.
¿Cómo decir gracias sin que suene a nube sin caducidad? Porque los compañeros de la radio, quienes estuvieron al frente de los controles (que fueron muchos y son maravillosos) tuvieron la paciencia para soportar mis lapsus técnicos, y, en muchas ocasiones (sorprendiéndome gratamente) pusieron la canción de la que hablábamos o la grabación de tal personaje. Ellos se servían de los recursos tecnológicos y alimentaban con más luz el sonido que llega a muchos hogares. Fueron tan profesionales que, en una ocasión, no nos dijeron a Paty y a mí que, por cuestiones técnicas, no estábamos al aire y dejaron que ella y yo hiciéramos el programa como si nada raro ocurriera. Hablamos como loros pero fuimos como mudos, porque hablamos y hablamos y nuestras voces nunca se escucharon en las radios del mundo. Por eso, ahora que, en lugar de estar en la cabina de la radio estaré en mi casa, comiendo a mis horas, algo debo decirles.
¿Cómo decir gracias sin que suene a caricia de gato? Porque Dios me concedió la gracia. En toda mi vida nunca soñé con ser conductor de radio. ¡Jamás! De niño y luego de joven escuché la XEW, de la Ciudad de México; la XEUI, de Comitán; y Radio Nederland, de Holanda. Esta última estación (ya te conté en alguna ocasión) la escuchaba en la madrugada, despertaba y, en medio del silencio rotundo de las cuatro de la madrugada, las palabras venidas de tan lejos me sorprendían, porque me sentía privilegiado al saber que esas voces, que provenían de mentes inteligentes y educadas, me hablaban a mí. Pucha, pensaba, qué gozo saber que desde Holanda platican conmigo que estoy en Comitán. Dicen que las vocaciones tienen un inicio sutil, pero deslumbrante. Hay un instante en que algo toca al ser humano y éste encuentra su vocación (maestra del destino). Esto me sucedió cuando leí por primera vez La tía tula, de Unamuno, esa tarde decidí que dedicaría mi vida a ser lector para siempre; lo mismo me sucedió cuando entré a la sala del Cine Comitán y vi una cinta por primera vez, supe que sería cinéfilo para toda la vida; y, por supuesto, cuando oía la radio supe que sería radioescucha por siempre, porque la radio posee el prodigio de hacer bordados con el tiempo. Y cuando escribí un texto y descubrí la bendición de este telar, donde, con pasión, se acomodan las palabras como si fuesen nubes y no soldados, supe que sería escritor, por siempre. Pasar de lector a escritor es un paso natural en todos aquellos que saben que la escritura es el hilo más sublime de la vida; para los grandes directores de cine, pasar de ser cinéfilo a ser cineasta es un paso lógico y subliminal; sin duda que para los escuchas que sueñan con ser conductores o locutores de programas debe ser lo mismo. Recuerdo que don Romeo Torres Ventura (mítico locutor de la XEUI) contaba que de niño jugaba a que hacía radio. Yo puedo decir que soy alguien que juega a ser escritor, no porque juegue con mi compromiso vocacional, sino porque la creación no la veo como una carga sino como una oportunidad de crear mundos alternos. Pues bueno, querida mía, un día Dios (¡quién más!) movió su mano y dijo que yo debía jugar a la radio y jugué por más de siete años. Ya antes había jugado una temporada en la XEUI en un noticiario de Juan Manuel González Tovar, quien me invitó a escribir editoriales y compartirlos con los radioescuchas; ya antes, en radio IMER-Comitán había conducido el programa “Imagina que te llamas”, donde estimulé a mis invitados a que jugaran a imaginar que se llamaban tal cosa y jugaban a ser tal cosa. Los invitados jugaron a imaginar que eran pianos, panes compuestos, tacos de carnitas, autos lujosos, albercas con agua fría, nubes cargadísimas de agua, santos y vírgenes o espíritus chocarreros. Y luego, por más de siete años, me concedió el placer y privilegio de conducir Crónicas de Adobe. Por eso, ahora que abandoné la conducción del programa de radio, a Dios algo debo decirle.
Posdata: Y esta fotografía ¿qué tiene qué ver con esto que escribo? Bueno, quise enviártela como constancia del último programa de la serie. Ahí están el doctor Hugo Humberto Morales Zúñiga y Dora Patricia Espinosa Vázquez. El doctor Hugo fue nuestro invitado de honor, compartió con la audiencia el tema: Experiencia profesional en Cuba. Fue como la síntesis del contenido de todos los programas: comitecos talentosos compartiendo con el mundo su visión de Comitán y del universo.
¿Cómo decir gracias sin que suene a mar remasterizado?