martes, 25 de julio de 2017

SUSTANCIAS ÚNICAS Y DIVERSAS



ARENILLA
Me invitaron a comentar la novela “El factor Karamazov”, de Óscar Palacios, en la presentación efectuada en la Casa Museo Dr. Belisario Domínguez, la tarde del veintiuno de julio del presente año. Paso copia del textillo que leí.

Hoy hemos sido convocados para celebrar un ritual prodigioso: la presentación de un libro. Siempre que acudo, bien como espectador o como presentador, digo que el prodigio está presente cuando un escritor acude a compartir su libro.
En esta ocasión, qué bueno, el maestro Óscar Palacios viene a compartir su novela más reciente: “El factor Karamazov”. Es un título que, de inmediato, nos envía a una senda mental donde el viejo Dostoyevsky sigue caminando.
Pero, por ahora ignoro ese guiño, sin ignorarlo del todo, porque el título es el faro que nos indica por qué sendas caminó el autor.
En la novela que hoy se presenta en Comitán hallamos la historia de un padre con dos hijos gemelos idénticos. El padre (en la página 85) dice: “Tengo un árbol derecho y otro chueco”. Un poco como si la tía Chila dijera que los hijos son como los dedos de las manos: no hay hijos iguales. Pero, ¿de veras es cierto lo que el personaje de la novela dice acerca del carácter extremo de sus hijos?
Si me permiten, antes de continuar, retomaré la idea inicial: el prodigio del acto de presentación de un libro. ¿Para qué se hacen las presentaciones? Entiendo que para que el autor, a través de los presentadores, pueda extender la mano hacia los posibles lectores a fin de que éstos tengan una idea del contenido del libro y, si es el caso, se motiven a leerlo.
Pues bien, esta tarde yo digo que el padre se equivoca al decir lo que dice. Repito la frase para que no haya malos entendidos: “Tengo un árbol derecho y otro chueco”. De pasada también digo que lo que dice la tía Chila tampoco es cierto a ciencia cierta. Es cierto cuando dice que no hay hijos iguales, pero miente cuando establece que un hijo es como su dedo meñique y otro como el dedo índice. Los hijos no son dedos, ni árboles. Los hijos son seres humanos y los seres humanos, Palacios lo sabe muy bien, estamos hechos de otra sustancia.
El propio autor (qué bueno) contradice en la trama lo que el viejo padre asegura de que uno de sus hijos es como un árbol derecho y el otro chueco. Si así fuese, esta novela no pasaría de ser un simple guion de esas novelas simples que exhibe la televisión comercial en este país. Telenovelas donde unos personajes son malos malos, tan malos que parecieran no tienen pizca de alma, y los otros (los antagonistas) son buenos buenos, tan buenos que rayan en la simpleza y en la absoluta ingenuidad, ingenuidad que en estas tierras se define con otra palabra. Sí, esa que ustedes están pensando.
En esta novela, y esto es el prodigio de los buenos autores que no entregan simples tramas, sino complejas estructuras donde está reflejado el carácter discordante de los seres humanos, aparecen las personas con todas sus contradicciones, con sus luces y sus sombras.
Veamos una parte de la novela, sólo como un mero botón de muestra. Digo que en esta novela aparecen dos gemelos idénticos, uno se llama Eduardo y el otro Tony.
¿Puedo hacer una digresión? Sí puedo, ¿verdad? A ver, si hiciéramos caso al padre de Eduardo y Tony, en el sentido de que uno es derecho y el otro chueco, ¿cuál de los dos creen que es el derecho? Debemos recordar que los autores literarios nada dejan a la casualidad. Todo tiene un sentido, nada es gratuito, por el contrario, todo está encaminado hacia el símbolo; en este caso, el símbolo de lo chueco y el símbolo de lo derecho. La forma de trato dice mucho. Recuerdo ahora, en este instante, el caso de una comadre mía, acá en Comitán, que cuando está de buenas con el esposo le dice una apócope de su nombre, en forma cariñosa; pero cuando está enojada le habla golpeado y lo nombra con su nombre completo y éste suena como si fuera sometido a un golpeteo sobre yunque.
Ya di muchas pistas. Estoy seguro que ya saben quién, según el padre, es el chueco y quién el derecho. Sí, le atinaron, Tony es el derecho.
Pues bien, un día, Eduardo llega a ver a su hermano Tony y le hace una propuesta. ¿De qué se trata?, dice Tony. Eduardo le explica que anda de amores con una tal Rebeca, mujer casada con tres hijos, que, después de escarceos iniciales, termina acostándose con él. (Acá hago otra ligera digresión: ¿hay mujeres cien por cien derechas? ¿Mujeres cien por cien torcidas?). La famosa Rebeca, dice Eduardo, le salió más ponedora que las gallinas de Teopisca, en cada acto amoroso, ella le pide más, más y más. Cito: “En cierta ocasión ella se burló. “Nada aguantas””. Por lo tanto, Eduardo le dice a su hermano que la va a dejar, pero antes quiere darle una lección.
¿Cómo vamos? ¿Ya imaginaron qué es lo que Eduardo está maquinando? Recordemos que él y Tony son gemelos idénticos, ¡idénticos!
Eduardo, poco a poco, como si fuera una anciana pasando las cuentas de un rosario, le explica su plan, plan que, en pocas palabras, consiste en lo siguiente: Él, Eduardo, se acostará con ella, le hará el amor tres veces, dirá que necesita ir al baño, momento en que el hermano, Tony, entrará a sustituirlo. Rebeca no se dará cuenta del cambio (porque son idénticos, ¡idénticos!). Cuando Rebeca esté a punto de quedar saciada, pues Tony le hará el amor también tres veces, él dirá que regresa y quien regresará será Eduardo, quien ya estará relajado para iniciar otra ronda. El plan es dejarla saciada, con deseos de repetir el numerito. En ese instante, Eduardo hará la torcedura final, le dirá que esa es la última vez que se vieron.
¿Qué creen ustedes que responde Tony? ¿Tony será como lo pinta su padre, un árbol derecho y se negará a este absurdo? ¿O será que Tony, igual que todos los seres humanos, está hecho de sustancias complejas y dudará en su negativa?
Dije que iba a dar un botón de muestra. Acá, insisto, en la novela de Palacios está la materia humana expuesta en toda su complejidad. El maestro Óscar lo expone con claridad y con suficiente malicia literaria, hace cómplices a sus lectores y deja que la historia se manifieste con todos los vericuetos de la naturaleza humana.
El poeta Fabio Morábito me dijo en una ocasión que es bueno que los hombres no crezcan enhiestos, porque de lo contrario luego no tienen que contar. La literatura no es un árbol enhiesto, tiene muchas ramas, unas son como el dedo índice, otras como el pulgar; en unas brincan pajaritos y hacen sus nidos, en otras, las panteras esperan a sus presas. La literatura es un bosque. Palacios vino hoy a compartirnos uno de esos árboles, y esto es bueno, porque en estos tiempos de tanta violencia y confusión nos hace bien reflexionar acerca de la naturaleza del hombre. ¿Es cierto lo que Nietzsche decía acerca de que el hombre está inclinado al mal? ¿O tenemos resabios de luz que inclinan la balanza hacia el bien? ¿De qué estamos hechos los seres humanos? Estamos hechos, sin duda, de oscuridades y luces. Óscar nos lo demuestra en esta novela.
¿Algo más qué decir? Creo que no. Como siempre, la palabra más certera la tiene el lector. ¡Ustedes!, quienes ahora le brindan un aplauso a nuestro autor. Gracias.