sábado, 29 de julio de 2017

CARTA A MARIANA, CON PUERTAS MARAVILLOSAS




Querida Mariana: Anexo una fotografía propiedad de Martha Aurora Avendaño Román. Ella es mi amiga, entre muchas virtudes que posee está la de ser especialista en audición y lenguaje, materias que estudió cuando realizó una maestría en Puebla. ¿Vos conocés a alguien que sea especialista en audición y lenguaje? Hablo en términos profesionales, porque sabemos que en Comitán existen los expertos empíricos en lenguaje y en audición, porque estos dos elementos son esenciales para ser un buen chismoso. Y en nuestro pueblo, vos lo sabés, abundan los “comunicólogos”, que no necesitaron pasar por aulas universitarias para convertirse en finísimos emisores de mensajes con agregados picarescos, chuscos y que, a veces, rayan en lo grosero.
¡No, no! Mi amiga es una profesional en las materias de audición y lenguaje. Ayuda a superar deficiencias del oído y del lenguaje. Porque hay personas que acusan problemas en la audición. Pero (ya lo dije) en Comitán hay muchas personas que hacen justicia al dicho que dice: “El sordo no oye, pero bien que compone”. ¡Ah!, en nuestro pueblo nos encanta agregarle la sal, la pimienta y el polvo de chile a todo comentario.
Acá no tenemos deficiencias ni de lenguaje, ni de audición. ¡Oímos de más! ¡Hablamos de más! He visto a algunas personas, en el café, casi estirar la oreja para oír lo que hablan otros en la mesa de al lado. Cuando hay un político sentado en un café, nunca falta el que le hace al periodista y corre a sentarse al lado para tratar de escuchar lo que el político le cuenta (en voz baja) a su interlocutor. El otro día hallé a Jorge Constantino en compañía de Beto Torres en el área al aire libre que tiene Italian Coffee. Los saludé y les dije que al otro día algún periódico iba a publicar una foto de ellos con el siguiente pie: “¿De qué estarían hablando?”. ¡Ah, pucha! Hablaban, sin duda, de cosas que sólo a ellos interesaba. ¿De qué hablan María y Jorge? ¿De qué hablan don Alfredo y doña Alfonsina? ¿De qué? De mil cosas. Cosas que no importan a nadie más, cuando menos en ese momento. Los comitecos oímos de más, hablamos de más y ¡miramos de más!
A veces miramos lo que no nos conviene, miramos lo que no nos importa. A veces, como dice Teofilito, pasamos de noche en pleno día. Y digo esto, niña mía, porque no vemos la sustancia, lo realmente importante.
Siempre llama mi atención la mirada del turista. Cuando vas de viaje vas dispuesta a pepenar todo lo que se pone frente a vos. En cambio, cuando estamos en nuestro pueblo, damos por hecho que ya lo hemos visto todo, porque acá vivimos, porque lo cotidiano siempre es un velo para hallar la novedad en lo de todos los días.
¿Ya miraste bien la foto que anexo? ¿Ya miraste los elementos que tiene? Son pocos, pero son muchos, ¿no? Mirala bien. ¿Qué contiene esta fotografía? ¿Qué cosa es? ¿Sabés que me dijo Aurora? ¡Es una puerta! ¡Una puertita! ¡Una puertita que le hizo su papá y que ella conserva con amor!
¿Ya mirás qué prodigio? Mi amiga le dijo una tarde a su papá que le encantaban las puertas comitecas. Esas puertas prodigiosas que no eran un simple par de hojas de madera, sino que eran un portento del arte.
A mí, igual que a Aurora, siempre me han llamado la atención las puertas. Me encanta cuando alguien, desde adentro de la casa, abre la puerta en forma total. Me fascina el movimiento que hace la persona que jala las dos hojas y abre sus brazos como si fuera un ave extendiendo sus alas. Es mágico el instante en que una puerta se abre y deja pasar el aire, la luz, la mirada.
A Aurora le seducen los elementos que tienen las puertas comitecas. Si mirás bien, niña querida, en esta fotografía están esos elementos. El prodigio de la puertita que fabricó el papá de Aurora es que funciona como ventanillo, porque si lo mirás bien está hecho a escala mínima. ¿Mirás la belleza? Es como una puerta de casa de Alicia en el País de Las Maravillas. ¿De qué tamaño es? No lo sé. No le pregunté a Aurora, ni lo haré. Ni pregunté qué madera es. No lo hice, no lo haré.
Y no lo haré, porque cuando vi la foto imaginé, de inmediato, que andaba perdido en un bosque y, de pronto, descubría esta puerta que, en forma mágica, podía (en caso de que lograra abrirla) conducirme al camino de regreso a casa.
Pero, ¿en dónde estaba la llave? A final de cuentas esto de la llave era, como dicen los pesados, peccata minuta. El problema central era, una vez abierta la puerta, ¿cómo pasar del otro lado? Porque, a leguas se ve, la puerta es pequeña, tan pequeña que Aurora le llama puertita. Como mi amiga lo dice, lo que su papá hizo fue un acto de amor. El papá (en cuanto la hija le dijo que le fascinaban las puertas comitecas) fue a su taller y se puso a trabajar la puertita, a construir el marco de madera, a pintarlo con pintura blanca, a clavar lo clavable, a colocar los remaches, a fijar las bisagras (a aceitarlas, para que las hojas abrieran bien y sin hacer esos chillidos odiosos que hacen las puertas con bisagras oxidadas), a buscar el lugar exacto para colocar la jaladera y ¡la aldaba!
A mí me encanta la palabra aldaba. Igual que la palabra almohada, tiene su origen en la lengua árabe. Cada vez que la pronunciamos invocamos un espíritu que está lejos, muy lejos de nuestras tierras, más lejos de Yalchivol, más lejos de Nicalococ. ¡Aldaba! ¡Ah, qué belleza! Como ahora los comitecos ya colocan en sus casas puertas posmodernas, las aldabas han desaparecido y la palabra aldaba ha dejado de enunciarse.
Nos hemos perdido en el bosque. Pocas personas, como Aurora, siguen cuidando la flama que nos da luz auténtica. Ahora, los comitecos estamos empecinados en ver hacia otros lados, nos queremos apantallar con otros modos de ser. Basta mirar lo que sucede cada año con la feria de agosto, que se supone dedicada a nuestro santo patrono: Santo Domingo. Sólo la celebración del cuatro de agosto, día en que hay una muestra sensacional de marimbas, en el parque central, salva nuestra identidad. Todo lo demás es una copia mala y corriente de festejos de otros lados. ¿Vendrá la banda MS? ¿Esto es para aplaudir? ¿No es esto algo como una puerta que no abre a nuestros patios comitecos? ¿No es como una puerta falsa, una puerta sintética, una puerta endeble?
¿Qué es lo que realmente fortalece nuestro espíritu y nuestra identidad comiteca? Si mirás bien la puertita de Aurora, hay como una idea de que al abrirla hallarás lo que el nombre de mi amiga presagia: ¡la aurora! Las puertas de hoy (¡qué pena!) abren a sitios llenos de penumbra, de oscuridades.
Estamos empecinados en oír de más, en hablar de más, en mirar de más. Hemos olvidado el espíritu de introspección; hemos dejado de lado la sustancia. Debemos oír de más, pero el sonido de nuestras campanas, el rumor de los pasos al amanecer, el festín de los pájaros a la hora que vuelan en parvada; debemos oír de más, pero el tradicional cantadito de nuestro voseo, los modismos que cuelgan como festones de juncia en nuestras paredes. Debemos hablar de más, pero acerca de las bondades y virtudes auténticas de nuestro pueblo. Y debemos mirar de más, pero mirar lo que nos rodea, lo que es nuestro. Debemos mirar las puertitas que construyeron nuestros papás, nuestros abuelos, los papás de nuestros abuelos y los abuelos de nuestros abuelos. Debemos mirar, antes que lo ajeno, lo que tenemos a la vuelta del corazón.
Aurora estudió un posgrado en audición y lenguaje. Ella sabe lo que significan estos sentidos: el sentido del oído y el sentido del gusto (en el que está enredada la lengua). ¿Mirás que es proverbial que ello se llame sentido? Por eso digo que no tiene sentido olvidarse de lo sentido. No, no es un juego de palabras. Esto va más allá, porque lo sentido es lo que se siente y no puede sentirse bien si nuestros sentidos están atrofiados. ¿En qué momento perdimos el sentido del buen gusto? ¿En qué momento caímos seducidos por lo extranjero?
Los jóvenes ya no pronuncian la palabra aldaba, con la profusión y riqueza que lo hacíamos anteriormente.

Posdata: Cuando vi la foto de Aurora pensé que esa puertita era la que podía sacarme del bosque perdido. ¿Cómo pasar por esa pequeña puerta que, en acto amoroso, le construyó su papá? Tenía que hacerme pequeño, no en sueños sino en aires de grandeza, en petulancias, en pretensiones sobradas. ¿Y la llave? ¡Ah, ese no es problema! La llave la poseemos todos los comitecos, nos la legaron nuestros ancestros.
Debemos mirar más, pero mirar las puertas antiguas de las tradicionales casas comitecas, para descubrir las aldabas, los llamadores, las chapas de llaves enormes, los chapetones, los remaches; para redescubrir nuestro espíritu auténtico.
Aurora ama las puertas antiguas. Sabe que cada vez que una de ellas se abre, se abren también los sentidos: el del oído, el del tacto, el de la vista, el del olfato y ¡el del buen gusto!