sábado, 8 de julio de 2017

CARTA A MARIANA, DONDE ESTÁ UNA VENTANA QUE DA SOSIEGO




Querida Mariana: Te anexo una fotografía. La tomé en el bulevar. Puedo decir que quien ahí aparece es mi compañero de trabajo. Él es voceador y vende el periódico donde colaboro: DIARIO DE COMITÁN – NOTICIAS A DIARIO. Cuando alguien me pregunta cuál es el mejor diario de nuestra ciudad no dudo en decir que el DIARIO DE COMITÁN. Algunos amigos ponderan características de otros diarios, que si tienen color, que si ahí no hay tanta nota roja, que si no publican nalgas de mujeres, que si… No sé, yo opino igual que Pau. Ella, cuando le preguntaron: ¿cuál es el mejor diario de Comitán?, respondió: El chiquito, porque ahí escribe mi tío.
La cadena de producción de un periódico es muy interesante. Siempre pienso en la calle de Bucareli, de la Ciudad de México. En una ocasión, cuando estudié en la UNAM, pasé por esa calle, a las cinco de la mañana. Esa madrugada iba en el auto de mi tío Romeo, íbamos a casa de otro tío para viajar a Acapulco. Bucareli, en ese tiempo (tal vez lo sigue siendo) era una calle que se llenaba de voceadores que preparaban los periódicos para su venta. Esa madrugada vi cómo, sobre grandes mesas, había montones de papel con las diversas secciones de periódicos. Los voceadores estaban “armando” los periódicos porque salían por secciones de las rotativas. Yo sabía que la sección de sociales salía mucho antes que la sección de noticias, porque éstas se imprimían al final. Con una gran agilidad, como si sus manos fuesen cuchillas cortando el aire, los voceadores metían la sección de deportes en medio de la sección de política, luego la sección de espectáculos. Así hasta que lograban que todo quedara en uno, un periódico choncho que ya ofrecían a los lectores. Pero eso era el último eslabón de la cadena. En aquellos tiempos (mil novecientos setenta y ocho, más o menos) no había computadoras ni los recursos tecnológicos que ahora hay. Los reporteros hacían una llamada telefónica y dictaban sus notas. Ya en la sala de redacción alguna secretaria muy hábil se dedicaba a transcribir el dictado. Muchos periodistas llegaban a las oficinas para escribir sus notas y reportajes. Jorge me cuenta que, incluso, en un diario donde él trabajó había un cuarto de revelado, en el que los fotógrafos revelaban los rollos.
No sé qué sucede acá en Comitán. Los periódicos no son tan gordos en secciones como los de la Ciudad de México, pero de todas maneras entiendo que las páginas extendidas salen separadas y luego alguien debe, como si repartiera cartas de póquer, encartar, para que el periódico esté listo con las páginas que contiene cada número.
No sé cómo se llama el voceador que aparece en la fotografía, pero, sin duda, que vos lo reconocerás, igual que cientos de comitecos. A él me lo topo, casi siempre, de lunes a sábado, a la hora que, en el auto, voy a mi trabajo en la universidad Mariano N. Ruiz. No topo sólo con él, sino también con otro voceador, que usa sombrero y que vende el diario MERIDIANO. A éste último señor me lo topo cuando bajo por la calle del jardín de niños Francisco Sarabia. Yo bajo y él sube por esa calle. Cuando paso por ahí son las seis cincuenta más o menos. Él ya subió desde una zona baja de la ciudad, por eso, cuando me lo topo, con su brazo izquierdo sostiene el paquete de periódicos, pero, con su brazo derecho, se abanica con el sombrero. Este movimiento de abanico lo hace con parsimonia, la misma con la que da los pasos sobre la empinada calle, es apenas un movimiento que revolotea el aire como el aleteo de una parvada sosegada.
Pero si de sosiego debo hablar es del amigo voceador que vende el diario en el que colaboro, el DIARIO DE COMITÁN – NOTICIAS A DIARIO. Porque con él me topo, casi siempre, en una cuadra antes de la Esquina Blanca, esquina donde están las oficinas del periódico. Entiendo que el periódico se imprime en esa misma calle, así que, deduzco, este voceador llega quince o veinte minutos antes de las siete para recoger el periódico que ofrecerá en las calles del pueblo. Lo que me sorprende de él es que lo veo a las seis con cincuenta y cinco de la mañana ya con su paquete de periódicos y puedo volverlo a topar a las seis de la tarde del mismo día, aún con cierto número de ejemplares; es decir, él labora más de doce horas.
Estoy seguro (sin haberlo comprobado) que el voceador del MERIDIANO termina antes. Llega al bulevar, porque para allá se dirige cuando me lo topo y, en cuanto llega, un poco agotado, con sudor, comienza a ofrecer el diario a los automovilistas. Debe tener algún punto fijo en donde los compradores usuales de dicho periódico ya saben que ahí lo encontrarán. Casi estoy seguro que antes de las doce de la mañana ya terminó el bonche que a diario expende.
¿Qué pensás que hace mi amigo voceador del DIARIO DE COMITÁN? ¡Ah, es un hombre maravilloso! Uno debía tener esa capacidad, dejar que el mundo fluya con ritmo de vals y no con ritmo de lambada. ¿Sabés qué hace mi amigo en cuanto recibe su “potz” de periódicos? Camina (siempre camina con lentitud, como si fuese una tortuguita sin apremios) y en una banqueta alta, que está en el remetido de una casa (insisto, a media cuadra de la oficina del periódico) coloca el altero de ejemplares y se recuesta, apoya su cabeza sobre una pared y ¡lee el periódico! ¡Ah, me encanta saber que es uno de los primeros lectores del periódico! El maestro Jorge siempre me ha dicho que uno no puede realizar un trabajo si no está convencido de lo que hace. Cuando trabajé en la biblioteca pública, siempre que llegaban cajas desde la Ciudad de México, conteniendo libros para acrecentar el acervo, me encargaba de abrir las cajas, cotejar la nota de envío para comprobar que no hubiera faltante y luego, una vez que los montones de libros estaban sobre las mesas, me sentaba y le daba una ojeada ligera a todos los libros, para enterarme (aunque fuera de manera somera) del contenido de todos. Parte del oficio del bibliotecario es saber qué contiene cada libro por si algún lector necesita alguna información específica. Bueno, pues así veo a este amigo. Él no puede ofrecer un producto si no sabe cuál es el contenido del ejemplar del día, pero no lo hace como si “escaneara” el diario, sino que, con toda la calma del mundo y con cierta comodidad, lee el diario. No debe haber algún otro voceador que haga lo que él hace en este pueblo. Esa imagen es de antología, es una imagen bella. Recostado sobre la banqueta, con el paquete de diarios a su lado, él lee con gran placer. Antes que ofrezca el periódico se entera de la reciente gira del gobernador, sabe que el aguacero de la noche anterior causó destrozos en la parte baja, mira que el presidente municipal inaugurará un día de éstos la remodelación del gimnasio Roberto Bonifaz. No sé cuál sea el ritmo con el que lee, pero creo que debe estar en consonancia con el ritmo que usa para caminar y para ofrecer los ejemplares; es decir, lo hace con todo el tiempo del mundo, porque él sabe, como decía Clavillazo, un famoso cómico del cine mexicano, que “la cosa es calmada”. No hay prisa. A final de cuentas, uno no puede desgastar la vida corriendo de un lado para otro. Por el momento, su destino es ofrecer periódicos en las calles del pueblo, pero esto no significa que tenga que hipotecar su vida al Dios de la Prisa. En ocasiones me ha tocado detener el auto y pedir un ejemplar. Casi casi me apeno al hacerlo. Me apena molestarlo. Pienso que debería esperar a que terminara, esperar a que se levantara (lentamente) y entonces sí preguntarle si me puede vender un ejemplar. Pero no puedo hacerlo, porque debo llegar temprano a la oficina. El destino me ha impuesto tal horario y no debo faltar. Él (¡bendito hombre!) no tiene horario, por esto camina con calma, se detiene en las esquinas. El otro día lo encontré (como a las doce de la mañana) en la esquina donde aún existe el comercio “El ciclista”. Había dejado el montón de periódicos sobre una jardinera que ahí hay y, con calma, se ponía un poco de vick en una fosa nasal. Sé que él se atiende. No sé qué hace cuando llueve. Casi podría asegurar que hace lo que vi hacerle el otro día, cerca del teatro de la ciudad: sentarse en una banca y tomar un poco de agua, de una botella de plástico que había comprado en la Farmacia del Ahorro. Esta fotografía la tomé a las seis de la tarde en el bulevar. Se ve que acá revisa la moneda que recibió de un automovilista que, ¡a esa hora!, le compró un ejemplar. No sé a qué hora termina su labor. No sé qué hace después. Lo único que sé es que al otro día, antes de las siete de la mañana, va a las oficinas del periódico para recibir el bonche de ejemplares que ofrecerá y se recuesta en la banqueta para leer.

Posdata: Casi puedo asegurar que no hay en todo el mundo un voceador que, en cuanto recibe su dotación, se recueste a leer el periódico del día con la calma y la dignidad con que él lo hace. Su destino actual es ofrecer periódicos, pero su destino eterno es el de ser un hombre tranquilo, que no hipoteca su vida al Dios de la Prisa, sino que convive muy de cerca con la Diosa de la Tranquilidad. Es un personaje maravilloso de este maravilloso pueblo.