jueves, 6 de julio de 2017

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE HAY UNA PLANTA DE MAÍZ




En primer plano una planta de maíz y ramas y hojas de una ceiba; al fondo, el mítico templo de San Caralampio, en Comitán.
Tres elementos de identidad comiteca. La ceiba, que es el árbol sagrado de los mayas y que quién sabe desde qué tiempos existe en el parque de La Pila; el maíz, que es como la columna vertebral de nuestra cultura; y San Caralampio que (se ha dicho muchas veces) es el santo consentido del pueblo.
Acá, como si existieran resabios de los tiempos de la Conquista, perviven elementos prehispánicos donde los conquistadores levantaron sus templos católicos. Aunque, en este caso, los cronistas e historiadores comentan que San Caralampio no es un santo católico romano, sino un santo católico ortodoxo, que vayan ustedes a saber qué significa esto último.
Según Armando, una de las diferencias fundamentales es que la iglesia católica cree (y así lo pregona) que la virgen María concibió al hijo de Dios por obra y gracia del Espíritu Santo, sin intervención humana; en cambio, los ortodoxos creen que el hijo de Dios nació fruto de una relación carnal entre San José y la Virgen. Eso es lo que Armando dice, pero yo como no sé y no le creo mucho, porque siempre ha sido muy mitómano, mejor me hago tacuatz y camino por la sombrita para que no me dé el sol en plena cara.
En una clase de Historia de la Arquitectura aprendí que los conquistadores españoles edificaron sus templos evangelizadores sobre las pirámides (hay muchos ejemplos en todo el territorio nacional). Lo hicieron así, dijo la maestra Elva, para que las procesiones continuaran el flujo natural que los indígenas hacían al hacer ofrendas a sus dioses. Martha cuenta que la antigua basílica de la Virgen de Guadalupe fue construida sobre una pirámide donde los naturales adoraban a la diosa Tonantzin. ¿Es así? Las luchadoras de igualdad de género siempre ponen el ejemplo de que los aztecas eran más civilizados que los españoles, porque en su catálogo divino incluían a dioses y diosas; en cambio los españoles sólo tenían un dios varón, uno solo y ¡varón!
Acá, entonces, alguien sembró una semilla de maíz, en la rotonda donde se levanta la ceiba majestuosa. Llegó, se hincó (viendo hacia el templo), abrió un hueco y soltó la semilla. El agua de lluvia hizo el prodigio de que la semilla germinara en buena tierra (que ni se ve tan buena) y se alzó con la misma dignidad que el árbol de los mayas (claro, un poco más esbelta, menos rotunda). La planta se alzó como si fuera un géiser de aire y destrenzó su cabellera en lo alto (por eso acá se le ve un poco monterona).
Los indígenas acuden al templo de Tata Caralampio a pedir por la salud de sus hijos, para que sus chivos y vacas no se enfermen, para que la cosecha se dé bien; llegan a pedirle que prodigue la lluvia en sus milpas, en esos campos donde el maíz (herencia infinita de los antiguos) es promesa de vida. Le piden que llueva, pero que tampoco se exceda, que llueva tanteadito, porque si llueve poco la milpa se seca y si llueve de manera torrencial los sembradíos se pudren. Piden que él, santo milagroso, dosifique su bendición. Por esto, alguien llegó y sembró (en el patio de su cara) una planta de maíz, para que sea como recordatorio permanente de la petición; un poco para agradecer el milagro, como si esta planta fuera una de esas manitas o de esos corazoncitos que los fieles pegan en retablos para agradecer las bendiciones de los santos consentidos. ¡Qué importa que sean romanos u ortodoxos! Esas diferencias no abonan en el terreno de la fe; esas diferencias son como semillas estériles que no “pegan” en la tierra. Si Jesús fue obra del Espíritu Santo o fue obra divina del esperma de San José no importa. Lo que importa es que fue el Hijo de Dios y San Caralampio (mártir) hace muchos milagros a los comitecos porque ofrendó su vida en defensa de su fe, que es como decir que creyó sin duda en la divinidad de Cristo.
Quienes tuvieron el privilegio de presenciar esta imagen saben que ahí, por un instante, estuvo concentrado el mestizaje creyente. Acá está el hombre de maíz y el hombre de barro; acá está la mano húmeda de Chac y el espíritu infinito del Dios único y todopoderoso.
El templo de San Caralampio no está erigido sobre pirámide alguna, pero los constructores lo hicieron en altito para que los peregrinos no dudaran de que estaba levantada sobre territorio sagrado de los mayas, hombres de maíz y adoradores de la ceiba.