miércoles, 3 de enero de 2018
CARTA A MARIANA, CON JUEGO PARA TARDES DE LLUVIA
Querida Mariana: El juego puede jugarse una tarde lluviosa o con mucho frío. Imaginá que estás con tu novio y con dos o tres amigos más. Imaginá que están aburridos, que sólo se dedican (cada uno en su asiento del sofá) a ver el celular.
El juego es casi simple, pero es muy revelador. Acá pueden descubrir rasgos de la personalidad de los otros. Claro, al término del juego es importante señalar que fue eso: ¡un simple juego!, porque a veces se revelan filias y fobias que pueden causar rupturas imposibles de conciliar de nuevo. Es un mero juego que pretende divertir y reconocer personalidades.
¿De qué se trata el juego? De algo muy sencillo: Vos te parás a mitad de la sala, palmeás y pedís la atención. Todos te verán; es decir, despegarán por un segundo la vista del celular, segundo en que vos aprovecharás para proponerles que jueguen. Tu novio y los demás amigos te verán con cara de máquina registradora de gran almacén, pero como en su interior guardan algún recuerdo de los juegos que realizaban en familia cuando eran pequeños, esperarán lo que dirás. Este momento (como ya lo intuiste) es decisivo, deberás captar toda su atención e hincar en ellos el deseo de jugar. Así que, con voz emotiva y con grandes aspavientos, deberás sonreír (casi reír) y decir que cada uno debe cerrar los ojos por un momento y convocar un recuerdo que los haya marcado de tal manera que sea como el momento que puede sintetizar su vida. Agregarás que no es necesario que sea algo que les haya pasado a ellos, bien puede ser un instante visto en la televisión o en el cine o en un libro o que algún amigo o pariente les haya contado. Lo importante es que, entre todos los demás instantes de su vida, sea el más significativo, el que les provoca un sentimiento inolvidable, bien de terror o de satisfacción o de amor o de esperanza.
Vas a ver que para este instante ya todos dejaron su celular sobre el sofá o sobre la mesa de centro y preguntan si se vale algo que le haya pasado a la abuela, pero que fue terrible. Vos dirás que sí, que se vale todo. ¡Bueno, bueno, vamos a jugar! ¡A ver, todos cierren los ojos por unos segundos y busquen en lo más recóndito de su memoria la escena que sea la más significativa de su vida!
¿Mirás? Si el juego resulta honesto aprenderán, en pocos minutos, más de las personalidades de los otros que lo que han aprendido en toda su convivencia. ¿Qué pensás que dirá tu novio? ¿Qué los demás amigos? A ver, ¿qué dirías vos? Siendo honesta ¡qué dirías! En una novela escrita por José Damián Alfonzo, buen escritor de Costa Rica, un grupo de amigos juega el juego una noche de viernes, en el departamento de Rosaura. Apenas han tomado una copa de vino, así que todos están en sus cinco sentidos. Cuando abren los ojos y cada uno está ya con la imagen que compartirá, Rosaura les pasa una pecera que tiene papeles doblados, con números. Todos meten la mano, sacan su papelito y lo abren. Todos se ven. Emilio, quien es un muchacho estudiante de medicina en la universidad (UCR) levanta la mano y dice que a él le tocó el número dos. ¿Quién tiene el número uno? Joselino deja el papel sobre la mesa de centro y dice que a él le tocó. A pesar de que es un juego, Iliana muestra cierto nerviosismo, como si la imagen que tiene en la mente y que es la más importante para su vida fuera un secreto inviolable y no está dispuesta a compartir. Si un sicólogo estuviera presente casi casi podría asegurar que cambiará su historia. Joselino ríe y dice que la imagen que más lo ha impresionado en la vida es de una película donde vio que dos hombres, con traje oscuro, avientan a una mujer sedada en los cimientos de un gran edificio en construcción. El cuerpo queda totalmente cubierto por el cemento que vomita una revolvedora gigante. Rosaura se lleva la mano a la boca, mientras Joselino explica que ese es el crimen perfecto porque jamás hallarán el cuerpo. Todos los de la sala hacen silencio, Joselino toma su copa, la levanta y brinda: ¡Por la vida!, y luego apura a Emilio para que diga su imagen. Emilio se levanta y dice que la imagen que más le ha impactado en la vida es una escena que le contó una ex novia. Ella (Emilio explicó que se llamaba María) le contó que una tarde fue a una feria popular en compañía de su papá. Ella tenía ocho o nueve años. El papá le preguntó a cuál juego mecánico quería subir. La atracción de la feria era una especie de montaña rusa minúscula (se llamaba Ratón Loco). La estructura no era muy alta (en comparación con las montañas que hay en las grandes ferias mundiales), pero en contraposición los carritos desarrollaban grandes velocidades, lo que hacía el deleite de quienes subían, porque al principio los carros ascendían de manera lenta, lentísima, pero al llegar a la cima y desplazarse por la vía recta, ya a quince metros sobre el nivel de piso, los carritos aumentaban la velocidad y al toparse con la primera vuelta, los usuarios sentían el vértigo de la fuerza centrípeta que parecía aventarlos al precipicio. Pero los carritos continuaban desplazándose sobre la vía y diez metros después se descolgaban en un tobogán que aceleraba el movimiento y provocaba un vacío en el estómago. Los carritos llegaban al fondo y, con la inercia, avanzaban sobre una pendiente que terminaba en otra curva brutal. Su novia, dijo Emilio, vio toda la ruta mientras su papá compraba los boletos. Le dio vértigo desde el suelo, pero tomó la mano de su papá y supo que todo iría bien, le embriagaba la emoción. Subieron al carrito, se dejaron colocar los cinturones de seguridad y bajaron el gancho de protección. Ella colocó las manos sobre la barra de protección, vio a su papá y dijo que estaba nerviosa, el papá la abrazó y le dijo que todo iría bien, que lo disfrutara. La niña sonrió y sintió que la fila de carritos comenzaba a ascender, vio cómo las frondas de los árboles estaban casi frente a sus manos, vio hacia abajo y las personas parecían hacerse pequeñas. El ascenso fue lento. Los vecinos de adelante (una muchacha y un muchacho) levantaron los brazos. El carrito llegó a la cima y se enfiló por la recta, tomó velocidad, llegó a la vuelta y ella sintió cómo la fuerza centrípeta la jaló para afuera, gritó. Su papá le dijo que todo estaba bien, pero parecía no estar bien, porque los vecinos de adelante empujaron la barra de protección y soltaron el cinturón de seguridad, alzaron los brazos y, sin protección, vivieron el veloz descenso. A la hora que el carrito llegó a la sima y se dirigió hacia la subida, los vecinos se bambolearon de un lado a otro y cuando llegaron de nuevo a lo más alto y el carrito enfrentó la segunda vuelta ellos se pusieron de pie y salieron volando. ¡Se estrellaron en el piso! Ella pensó, en su mente niña, que los muchachos lo habían hecho a propósito. Las autoridades no dirían que fue un accidente sino un doble suicidio. La niña cerró los ojos, no quiso ver, sólo escuchó un ruido seco, como el de una calabaza que se abriera en mil pedazos al chocar contra el suelo. Todo mundo que estaba en la feria lanzó un alarido, luego se escuchó el sonido de una ambulancia. Ya habían llegado al término de la ruta, que no había tardado más de tres minutos. Su papá la cargó y ella alcanzó a escuchar, con los ojos cerrados, que una mujer gritaba: “¡Se mataron, se mataron!”.
Los amigos que estaban en la sala hicieron un silencio de piedra. Rosaura se cubría la mano con la boca, pero sus ojos gritaban el horror que sentía.
Joselino, en intento de oxigenar el ambiente raro que se había sembrado, levantó su copa y dijo: “¡Por la vida!”.
Rosaura metió dos dedos en la copa de agua y humedeció su frente. Dijo: “Bueno, parece que el juego no resultó divertido. Mejor lo dejamos así”, se paró y fue a servir un poco de botana en un platón.
Cuando regresó con el platón en las manos, Iliana dijo que no, que si ella, Rosaura, no quería compartir su escena, nadie la obligaría, pero ella, Illiana, pedía que le pusieran atención, así como ella había atendido las historias de Joselino y de Emilio. Dijo que no contaría la historia de otros ni de algo que hubiese visto en la televisión o en el cine, ¡no!, ella contaría una experiencia personal que la había marcado de por vida. Y contó.
En realidad, querida Mariana, la novela de JD Alfonzo se centra en el relato de Iliana para darle toda la tensión a su relato. Es sensacional.
En fin, cuando leí la novela se me hizo un juego extraño, pero maravilloso. Puede jugarse en tardes de lluvia o de mucho frío. Claro, aclarando a los jugadores que es un simple juego. Algo para pasar el rato.
Posdata: A mí me encanta la literatura y los juegos; es decir, me encantan los juegos de la literatura, los juegos que pueden jugarse a partir de la literatura.