lunes, 29 de enero de 2018

MIENTRAS TODOS DUERMEN




Romeo me contó que Romina y él ya encontraron la fórmula para ser felices mientras duermen.
Ella, su amiga de toda la vida, se pone el pijama, arregla la almohada, se descalza de las pantuflas y se mete debajo de las colchas. Sobre la silla queda su ropa del día, su blusa, su pantalón y su sostén, sostén color crema, de seda.
Es prodigioso verla meterse a la cama. Sube todas las colchas hasta el cuello y se queda así, deteniendo las colchas con ambas manos, para que el calor de su cuerpo comience a calentar el interior. Le encanta sostener el peso de las sábanas, por eso es feliz en el frío de Comitán. Odia el calor, odia cubrirse sólo con una sábana.
Una vez que ya entró en calor, toma el atril especial del buró y lo coloca al frente, abre el libro en la página que lo dejó y vuelve a meter sus manos debajo de las colchas.
De la silla emana el aroma de su cuerpo, es un aroma muy sutil. Su ropa huele a ella, a Romina, al sudor de sol de todo el día. Ella es como un campo, como un bosque lleno de pinos paridores de juncia fresca.
Cuando el sueño comienza a entrar a su cuerpo, saca las manos, coloca el atril en el buró, deja el libro, apaga la luz y a Romeo le dice Buenas noches. Él sabe que ella se recostará sobre su lado izquierdo, la mano izquierda la llevará hacia donde descansan sus pechitos, breves, tiernos; y su mano derecha la colocará sobre su cadera. De esta forma soñará sueños limpios, bonitos. Sueños como el de la noche del catorce de enero en que soñó que caminaba por la orilla de un lago lleno de patos. Caminaba por un sendero de gravilla, sacaba granos de arroz de una bolsa y los echaba al agua. Los patos se arremolinaban y comían. Se había detenido por completo cuando vio, a mitad del sendero a un hombre sentado en una banca de fierro. ¡Cómo se parecía a su papá! Pero no podía ser, pensaba dentro del sueño, porque su papá murió hace más de cuatro años. Seguía aventando granos de arroz al lago, cuando escuchó su nombre. Era su papá que la llamaba. Ella corrió, abrazó a su papá, lo besó, se sintió feliz, pero no dejaba de preguntarle: “¿No estás muerto?”, y él negaba con la cabeza. Cuando Romina despertó estaba radiante. Al despertar contó su sueño. Dijo que su papá no había respondido cuando ella le preguntaba si no estaba muerto. Entonces Romeo le recordó que ella había oído su nombre, que él le había hablado. Dijo que sí y volvió a sonreír. Dijo que todo había parecido tan real, aún sentía el abrazo de su papá.
Cuando Romina se acuesta y apaga la luz, Romeo se sienta al lado de la silla donde está su ropa, para estar más cerca de su aroma. Le encanta oler su ropa, la concentración del aroma del día. Su sostén es de tela muy suave, huele muy bien.
Romina, humana después de todo, a veces también tiene pesadillas, pero esto sucede muy pocas veces. Porque ya descubrió que una pesadilla se da cuando se recuesta sobre su lado izquierdo, pero luego, agotada la posición, se da la vuelta y no llega a recostarse del todo sobre su lado derecho. La pesadilla se da cuando ella se queda un tantito con el frente hacia arriba, cuando su mano derecha reposa sobre el colchón y su mano izquierda abandona a sus pechitos. Entonces ¡la pesadilla aparece!, como la que tuvo la noche del dieciocho de abril de dos mil cuatro, cuando ella comenzó a soñar que estaba en un patio lleno de jaulas abiertas y en un árbol había un racimo de pájaros vivos que cantaban la canción Comitán. Era muy loco, pero era muy bello, dijo Romina, sentada en la cama, con la blusa desabotonada del pijama. Sus pechitos se movían acompasadamente en cada respiración. Pero, luego contó que el sueño bello se tornó en pesadilla, sin duda porque Romina cambió de posición y su brazo derecho cayó sobre el colchón y su cuerpo quedó sin recostarse completamente en el lado derecho. Romina caminaba por en medio de los árboles con las jaulas abiertas cuando detrás de un árbol asomó un perro con la fauces abiertas, babeantes. El perro gruñía y estaba a punto de lanzarse contra ella. Romina buscaba dónde protegerse, pero las jaulas estaban cerradas, ella era tan pequeña como un canario y buscaba entrar a alguna jaula, pero no podía. El perro se acercaba cada vez más y ella ya podía sentir la podredumbre de su huelgo. Ella gritaba, pensaba dónde estaban sus alas, pero comprobaba que tenía el tamaño de un canario, pero no era un ave; al contrario, tenía una cola como de lagartija. Gritaba. Gritaba. Por eso, Romeo se sentó en la orilla de la cama y la despertó. La abrazó. Ella lloraba. Él la consolaba.
Cuando amanece, Romina va a la cocina y prepara el desayuno. Romeo se sienta al lado del ventanal y escucha el sueño que ella le cuenta. Al terminar, Romeo va al cuarto, se pone el pijama y espera que Romina llegue para leerle un cuento (le gustan los cuentos de Fabio Morábito) y cuando le toca dormir a Romeo, Romina cuida que su sueño sea placentero, que al darse la vuelta no quede en posición en que las pesadillas aparecen. Así son felices. Ella duerme en la noche y él durante el día.