sábado, 6 de enero de 2018

CARTA A MARIANA, CON UNA FLOR LLAMADA LOLITA ALBORES





Querida Mariana: Hoy pronunciaré el nombre de Comitán, lo haré como si enredara un hilo de luz en la orilla de tu cabello. Hoy hablaré de doña Lolita Albores, cronista de este pueblo. Lo haré, porque ella falleció el seis de enero de dos mil seis. Hoy, entonces, se cumple el décimo segundo aniversario de su muerte. Sí, ¡doce años ya! Doce años en que Comitán se quedó sin ese río transparente que era la risa de jolote blando de doña Lolita.
En México, el seis de enero es una fecha proverbial. Todo mundo celebra a los Reyes Magos que llegaron a adorar al niño Jesús. Todo mundo se reúne y parte la tradicional rosca. Incluso, en el centro del país es costumbre regalar juguetes a los niños. En ocasiones, el regalo es más generoso que el que deja el viejo Santa Clos en el árbol, la noche del veinticuatro de diciembre. Esto se entiende, porque el Santa no tiene ningún vínculo con la tradición cristiana; en cambio, el obsequio de los Reyes Magos tiene un lazo muy fuerte con la cristiandad.
El seis de enero de dos mil seis, los amigos y familiares de doña Lolita no celebraron a los Reyes Magos, se reunieron para despedirla, porque ese día ella dejó de ser y se dejó ser. Esto no es un simple juego de palabras, lo sabés, esto es como decir que ella abrió la ventana de la eternidad y, en lugar de recibir el aire, se volvió el aire. Este aire que ahora, once años después, sigue ventilando los cuartos de nuestra casa común.
¿Cuáles eran las virtudes de doña Lolita? Una de las principales virtudes era ser una auténtica comiteca. En tiempos en que la identidad ya comenzaba a estar en proceso de extravío ella nunca abandonó ese cordón, ese mushuc esencial.
Doña Lolita fue tan comiteca como el cielo azul, como la flor de tenocté, como el árbol de chío del parque central, como un callejón empedrado, como un balcón lleno de macetas, como un corredor con helechos.
Las nuevas generaciones ya no reconocen su legado. Por eso es importante que Comitán la conmemore.
Es simpático constatar que el ser humano en vida celebra su cumpleaños. Los festejos comitecos son exquisitos. En ocasiones, todavía, hay marimba y manteado y juncia en el patio. A veces, ya en estos tiempos, la marimba se cambia por un tecladista y la juncia y el manteado se cambian por los pisos bien lisos de un salón de fiestas. Lo que siempre está presente es el traguito y la buena comida, que, en nuestro pueblo, es proverbial. No faltan los platos con frijoles refritos y chile de Simojovel; no faltan las tostadas de manteca y el chile en vinagre; no faltan las tortillas recién salidas del comal y el chicharrón de hebra o la sangre de borrego con su cebollita, hierbabuena y trocitos de chile. No faltan, no pueden faltar, los platos con chanfaina y con olla podrida; no faltan las tortillas con asiento ni el chile al pastor. Ni tampoco hacen falta los dulces, como postre: los quiebramuelas, los cuchitos, los turuletes, los chimbos y los laurelitos. Por fortuna, los antojitos se han mantenido. Los comitecos han comprendido (¡en buena hora!) que la gastronomía es uno de los elementos fundamentales de la cultura y la han preservado, contra el viento de los productos chatarra y la marea de la comida rápida que el imperialismo insiste en meternos.
Digo, querida Mariana, que en vida los amigos y familiares hacen guateque para celebrar el cumpleaños del afecto. Cuando el afecto muere, la vida agrega la conmemoración del fallecimiento. Esto significa pues que el festejo inicial se desdobla, se reproduce, se clona. Comitán conmemora dos actos: el nacimiento y el fallecimiento de doña Lolita; es una manera de decir que cuando ella murió se volvió el aire que ya mencioné. Eso sucede con todas las personas. El otro día me contaste que cuando murió tu abuela se volvió una presencia constante en tu vida. Sí, mucho más que cuando estuvo viva. Los que quedamos en la Tierra veneramos a los fallecidos, para que su ausencia no nos haga vacíos en el alma.
El Museo de la Ciudad conmemoró el doceavo aniversario del fallecimiento de doña Lolita. Las autoridades del museo me invitaron. Leí un textillo que titulé: “Una nube llamada Lolita” y que ahora comparto contigo.

Cuando murió tío Chavo, doña Rosa nos decía que allá arriba, en el cielo oscuro, el tío nos estaba mirando. Cuando una noche Arturo miró el cielo y preguntó dónde mero es que estaba el tío viéndonos, doña Rosa se limpió las manos en su mandil, señaló con el dedo índice y dijo: En aquella estrella.
Cuento esto porque a mí me resulta difícil pensar que doña Lolita Albores esté viéndonos desde una estrella. Me resulta difícil porque ya en la escuela secundaria aprendí que las estrellas son soles y hay millones y millones en el universo, pero no alcanzamos a verlas todas, apenas una fracción. Debe ser horrible estar achicharrándose en una estrella que es un sol ardiente.
Cuando pienso en doña Lolita, igual que Arturo, miro el cielo, pero juego, porque ella (así la recuerdo) fue juguetona, juguetona con el lenguaje y con las orillas y con el centro de la vida. Veo el cielo y juego a que ella es una nube. Y entonces juego el juego que todos jugamos de niños: busco una forma a la nube.
Doña Lolita, no puede ser de otra manera, es una nube galana, iría contra su personalidad pensar que es una nube tilibrís, pishcul. Así me resulta más fácil verla, porque la veo de día, a la hora que el cielo comiteco se llena de nubes que, como garzas, vienen de la Ciénega (de allá por el rumbo de Las Margaritas) y vuelan con rumbo a la presa de La Angostura.
El juego resulta entretenido porque debo hallar a doña Lolita entre tantas nubes que se desplazan como barcos en altamar. Cuando encuentro una galana sé que ahí está doña Lolita y la veo como un enorme globo transparente, y a través de esa transparencia la veo a ella, botada de la risa, porque acaba de contar un chiste. La veo destrenzada, con su cabellera generosa cayendo sobre sus hombros, porque eso fue ella: una cascada de alegría para este pueblo.
Luis Armando Suárez, en su libro “Entretejas. Artículos periodísticos”, de reciente aparición, dice que Torres Bodet fue “el más grande secretario de educación, junto con Vasconcelos”. Doña Lolita podemos decir que fue la Torres Bodet de la crónica comiteca, porque fue la más grande. Y fue la más grande porque este acto así lo corrobora. Acá hay un bonche de amigos que la recuerdan con fidelidad y con emoción, después de doce años de fallecida.
En los años ochenta, un grupo de amigos (recuerdo a Raúl Espinosa, a Paco Flores, a Jorge Pinto y a doña Anita de Baca) le organizó un reconocimiento en el Teatro de la Ciudad (todavía en una de las paredes del teatro hay una placa que es testimonio de tal acto). Cuando doña Lolita se enteró del homenaje dijo que no entendía por qué era objeto de tal reconocimiento, si ella no era una persona culta. ¡Ay, doña Lolita! ¿Quién podía explicarle que ella tenía en la mano la cultura comiteca? ¿Cómo decirle que era una auténtica hija de este pueblo y que con su memoria prodigiosa había logrado preservar el carácter picaresco y sabroso de nuestra cultura? Porque ella siempre preservó lo mejor de nuestro lenguaje.
A veces, digo, me boto en el piso y miro el cielo y busco a doña Lolita entre tanta nube. Cuando la encuentro, como Arquímedes, digo ¡Eureka!, porque sé que ella va a llover sobre mi parcela, ella va a llover sobre Comitán, su Comitán. Porque sólo ella se atrevió a quitarle el Domínguez a Comitán, ella, en lugar de decir que vivía en Comitán de Domínguez, decía que vivía en Comitán de los Tomates, tomate una, tomate dos, tomate tres…
Si alguien ya vio la película “Coco”, producción norteamericana con el tema del día de muertos, sabe que el difunto sigue viviendo mientras exista una fotografía suya en el altar que colocan los vivos. Cuando nadie coloca la fotografía del difunto, el muerto muere en el territorio de la muerte. El mensaje es que para que los muertos sigan vivos en el más allá, los vivos del más acá deben colocar fotografías de ellos en los altares; es decir, mientras los comitecos miremos el cielo y busquemos una nube galana y la encontremos y, como chiquitíos, juguemos a hallarle parecido, doña Lolita seguirá viviendo, regando con su agua limpia estas tierras benditas.
¡Que viva doña Lolita! ¡Aplauso en su memoria!

Posdata: ¡Que viva Comitán!