lunes, 22 de enero de 2018

CARTA A MARIANA, DONDE SE MUESTRA UN PASADO EN BLANCO Y NEGRO




Querida Mariana: Rosaura es una excelente fotógrafa. En tiempos que el color es la consigna, ella prefiere el blanco y negro.
Es que ella, igual que yo, viene de ese mundo, de un mundo en el que en el Cine Comitán veíamos películas en blanco y negro del Santo y de Tarzán; de un mundo en el que cuando llegó la televisión al pueblo, la imagen, de igual modo, fue en blanco y negro.
Bueno, con decirte que los libros en los que estudiamos los conocimientos de la primaria eran a dos tintas: blanco y negro, no como ahora que son en selección de color.
La Secretaría de Educación, a nivel federal, tiene un archivo en Internet donde están todos los libros, desde el tiempo en que un presidente tuvo la genial ocurrencia de hacer los libros de texto gratuitos. Genial y perversa, porque los contenidos, obvio, son a conveniencia del poder en turno.
El otro día entré a la página y hallé los libros que tuve en la primaria. Pucha, ¡fue un baño de memoria, en blanco y negro! La imagen que te envío es de un libro de primer grado. Entiendo que los ejercicios son avanzados, casi al final del curso. En ese momento, el maestro Óscar (que era de Tuxtla) ya nos enseñó a leer y a escribir. A mí me encantaba leer revistas de cómics y también me encantaba escribir y también dibujar, colorear. En primaria, ya dije que no me gustaba la matemática. Era fastidioso tratar de descubrir la solución al problema de la niña que iba al mercado y compraba dos manzanas, dos peras y dos perones. ¿Cuántas frutas había comprado? Romeo, que era un malcriado decía: “Dos manzanas, más dos peras, más dos perones, son mis huevos que están pelones.”
La lectura era una actividad bella, lo mismo resultaba con la escritura, lo mismo con el dibujo.
En ocasiones el maestro decía que sacáramos el cuaderno y copiáramos el dibujo del soldado que venía en el libro. Era un momento bello, tan bello que el salón, en penumbra permanente y con humedades en las paredes, se iluminaba.
A veces, el maestro Óscar nos decía que sacáramos la cajita de lápices de colores e ilumináramos la página del libro. Todos los niños colocábamos los doce lápices en filita y elegíamos los colores: rosa para la cara, verde para el uniforme, café para los ojos y para el quepí, azul para la corbata, amarillo para el escudo. ¿Por qué elegíamos el color rosa para pintar los rostros? Mariano, que era moreno, pintaba las caras de café.
¿Mirás la ventaja del blanco y negro? Podíamos iluminar las imágenes como quisiéramos, un poco como si dijéramos que podíamos iluminar nuestro mundo al gusto. Ahora, entiendo, esta actividad no pueden realizarla los niños que cursan el primer grado de primaria. ¿Algo les falta? Yo digo que sí. No sé bien, pero digo que sí.
Si en mis manos estuviera este rebumbio de la Reforma Educativa yo propondría que los libros de lectura trajeran ilustraciones en blanco y negro para que los niños iluminaran las imágenes. Propondría que un espacio lo dejaran en blanco para que con un lápiz negro dibujaran el animalito que falta.
¿Mirás qué bonito juego el de la página izquierda? La oración dice: Las focas pueden nadar. Nosotros debíamos elegir: Sí o no. Romeo, quien además de malcriado era muy imaginativo, llevaba el juego a otro peldaño y nos preguntaba si los focos nadaban. Nosotros reíamos. Luis decía que no, porque se fundían con el agua. Jugábamos un juego en bellísimo blanco y negro.
¿Mirás qué bonito el juego de la página derecha? Había que elegir el dibujo que coincidiera con la palabra. Acá buscábamos las más fáciles, las obvias, y dejábamos para el final las difíciles. Por ejemplo, ¿qué podíamos saber a qué se refería la palabra género? En cambio, la cinco de gendarme era muy fácil, asimismo la de ángel o la de gis y la de gente. Pero, muchos dudábamos con la ocho y la cuatro. ¿Cuál de las dos flores era el girasol? ¿Mirás la diez? Gemelos era el nombre de los prismáticos. Qué nombre tan juguetón. “Prestame tus gemelos para que vea”. Qué simpático. Al final descubríamos que la palabra género nombraba el rollo de tela. Pucha. ¿Quién llegaba a la tienda a pedir un metro de género azul?
Posdata: El mundo que viví era en glorioso blanco y negro. Es el mismo que Rosaura elije en estos tiempos de colores vibrantes.
La visión del libro que estudié en el primer grado me catapultó al patio de la escuela. Miré a mis maestros, a mis compañeros. Escuché el griterío de los niños a la hora del recreo y miré a la niña que me gustaba. Sentí el sol en mi piel y la canción del aire, confundida con los gritos que afuera nacían de las bocas de las mujeres que cargaban canastos sobre sus cabezas: “¿Mercasté chayotíos?”.