miércoles, 31 de enero de 2018

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO HAY ESPACIOS LLENOS DE LODO




Querida Mariana: Se cuenta que hubo un pueblo que tenía un templo, una presidencia municipal, una escuela y una cantina. Los jerarcas de los dos primeros censuraban lo que sucedía en los dos últimos recintos. Desde el púlpito o el escritorio principal, el cura y el presidente hablaban del bajo promedio de aprendizaje por parte de los alumnos y del incremento de borrachos en el poblado. Los fieles, de ambas instituciones, estaban de acuerdo con la opinión de los jerarcas, y opinaban que debían hacer algo con urgencia.
Los niños estudiantes pasaban todos los días por la cantina, a la hora que salían de clase. Veían cómo los hombres empujaban con ambas manos la puerta abatible y desaparecían para volver a emerger, horas después, ya ebrios, extendiendo los brazos en intento de sostenerse en paredes invisibles. A las cinco de la tarde, hora en que los niños salían de la escuela, decenas de cuerpos estaban tirados en la banqueta de la cantina. Algunos alumnos, los más atrevidos, jugaban a brincar los cuerpos, como si éstos fuesen enormes piedras.
Una tarde, la noticia se desperdigó como agua desbocada: dos borrachos pelearon en el interior de la cantina, el motivo es irrelevante, lo notable fue que uno de ellos sacó un puñal e hirió al otro, haciéndole un agujero a mitad del estómago. El herido, en el instante que sintió la herida, en forma instintiva se llevó las manos al vientre y, titubeante, caminó hacia la salida. Incapaz de continuar caminando cayó a mitad de la calle empolvada. Los niños que salían de la escuela vieron toda la escena, vieron cuando el herido cayó, cuando el agresor corrió por el callejón para escapar. Uno de los niños brincó sobre el herido.
Al día siguiente, los jerarcas de la iglesia y de la presidencia censuraron el acto. Dijeron que los alumnos cada vez eran más irrespetuosos y que los ebrios, cada vez, cometían más excesos. Los fieles, de ambas instituciones, exigieron una solución inmediata a los problemas de la comunidad. Una señora, con chal y trenzas, se paró y dijo que hablaba en nombre de todos los padres de familia: Es una vergüenza, así lo dijo, que nuestros hijos tengan que ver espectáculos tan denigrantes. Todos aplaudieron. La autoridad estuvo de acuerdo y dijo que ella, a su vez, exigiría a la autoridad estatal un aumento en el presupuesto del municipio para evitar ese tipo de escenas deplorables.
La autoridad estatal aceptó la solicitud y amplió el presupuesto, mismo aumento que sirvió para que la autoridad municipal contratara a dos policías para que vigilaran que los ebrios de la cantina salieran por la puerta de atrás para evitar que los alumnos vieran escenas tan deshonrosas.
Posdata: Estoy seguro, querida Mariana, que te botaste de la risa al leer el final del textillo. Sí, coincido con vos. ¡Qué autoridad tan tonta, tan estúpida! Bueno, no vayás a pensar que esto sólo ocurre en la ficción. ¡No! En nuestro país, en nuestro estado y en nuestro municipio, hay pruebas de comportamientos similares. Las autoridades, en lugar de invertir en cultura, invierten en armamento para contrarrestar a los grupos delincuenciales. Muchos dirán que es lo lógico. ¿De verdad esto ayuda? Parece que no. A pesar de los recortes al sector cultura para pasarlos a las diversas secretarías de protección policial, los índices de delincuencia han aumentado. ¿Por qué? Ah, no me preguntés. No soy experto. Sólo sé que si esta nación hubiese invertido más en cultura hace treinta o cuarenta años otra juventud existiría ahora. Sólo eso sé.