miércoles, 24 de enero de 2018

CARTA A MARIANA, CON MENEAITO




Querida Mariana: ¡Y nada! Ahí tenés que iba caminando con rumbo al Teatro de la Ciudad. Iba para saludar al maestro Oscarito y me detuve en la esquina para ver si venían carros y recordé que una vez el maestro me contó que andaba en las mismas y se detuvo en la esquina cuando un ex alumno que venía en un auto le cedió el paso y le dijo, sonriente: “Sería para mí un honor atropellar al gran escritor Óscar Bonifaz”. Dice el maestro que cuando oyó eso reculó y regresó su pie a la banqueta y dijo: “No, gracias, mejor espero a que pasés”. Y en cuanto recordé eso, cosa de segundos, escuché la voz del General, saliendo de una bocina colocada en la entrada de “Melody”, la tienda que vende ropa. Y entonces recordé que el mismo maestro me contó un chiste del general, pero no el de Panamá, sino el de Chiapas, y reí; y cuando iba a dar el paso, porque no venía carro, escuché al general, el de Panamá, cantando esa del “Meneaito” y reculé, reculé porque sentí feo caminar con ese ritmo, casi casi como decía mi tía Elena que, en la Ciudad de México, cuando abrían las puertas de la Comercial Mexicana, justo a las ocho, el gerente maldoso, ponía en las bocinas “La marcha de Zacatecas” y ella, con el carrito de las compras, se sentía infame, porque ahí iba entre los pasillos, al paso de esa tuba inclemente que marcaba ¡uno, dos, uno, dos! Y cuando escuché lo del mentado meneaito, que es tan pegajoso, recordé a Julia y el día que estuvimos en Chiapa de Corzo, cuando me dijo que ella había tenido éxito con todos sus hombres, porque lo meneaba muy bien, y me dijo que la clave del éxito era eso en la vida y señaló a la mujer que sobaqueaba el pozol y luego al turista que, en medio de carcajadas, recibía la lección de parte de una chiapacorceña de cómo mover la jícara, para que el pozol se fuera integrando al “caldito”, y luego me dijo que volteara a ver a una muchacha, con vestido entallado, que caminaba cerca de los framboyanes y yo, asombrado, iluminado, miré cómo meneaba su culito, ardiente, sudado, y luego fuimos al parque y en la Fuente miramos cómo el agua se movía de un lado para otro con el soplido del aire caliente y ella, Julia, metió la mano en el agua y comenzó a jugarla ahí dentro y yo vi cómo era el meneaito de la mano, como si su mano fuera un barco y éste se moviera a ritmo sobre la piel del agua. Y luego ella, Julia, me dijo que viera a los niños que corrían por el parque y yo, lo juro, vi (tal vez por primera vez con conciencia) cómo ellos tenían el meneaito injertado en sus cuerpos, y entonces recordé lo que Paco me contó cuando fue por primera vez a Cuba y vio a los niños jugando en el patio de la escuela. Paco me dijo que las niñas y los niños cubanos movían su cuerpo con tal gracia que parecía que una mano divina moviera las alas de sus sueños y entonces, igual que Julia, Paco dijo que los cubanos poseían el meneaito sagrado. Y me acordé de esto, cuando estaba frente al teatro, porque un aironazo que llegaba desde la Ciénega me movió tantito, y cuando miré que una señora trataba de bajar su vestido porque el viento andaba de impertinente, supe que también el aire tiene el don del meneíto.
Cuando escuché el final de la canción del General pasé casi corriendo la calle y llegué al Teatro de la Ciudad. ¿Está el maestro Oscarito? Y me dijeron que sí y pasé a saludarlo a su oficina, donde miré un retrato de María Félix y supe que ella sedujo al flaco de oro, Agustín Lara, gracias a su meneaito.
Posdata: Me gustan los patos, me gusta verlos en la orilla del estanque, ver cómo, a la hora que caminan, mueven sus colas de acá para allá, de allá para acá. A veces voy al parque, me siento en una banca y miro a las patitas que caminan frente a mí, moviendo sus colitas de acá para allá, en un sensacional meneíto.