viernes, 26 de enero de 2018
EL NIÑO QUE SOY
Pensé que el ejercicio sería sencillo. Se trataba de colocar una fotografía como fondo en la pantalla de la computadora. Una fotografía donde soy niño. ¿Cuatro o cinco años? No lo sé con precisión. Hice lo necesario y, ¡eureka!, la fotografía quedó en la pantalla.
Ahora, cada vez que prendo este chunche aparece la foto. ¿Por qué elegí esta foto? Muchos amigos colocan fotos de paisajes polares, de alguna calle de Comitán, de la Torre Eiffel o de sus hijos y nietos. Hay otros que no personalizan sus computadoras, las dejan con la imagen que traen de fábrica.
La personalicé. Ahora, cada vez que prendo este chunche, mi niño me queda viendo, así con la cara de “temblor de agua” que mostró aquella mañana de hace más de cincuenta años. Me queda viendo fijamente. Su mirada está en la línea de horizonte de la mía. Debo confesar que me provoca un cierto escozor esa mirada niña. Casi puedo escuchar que dice: “¿Qué has hecho de mí?”, como si, en tono de reclamo, dijera: “Te pedí que me cuidaras muy bien, que no me abandonaras, que no permitieras que me contaminaran”. Y me lo dice desde su mutismo, así, con la mano izquierda adentro del pantalón. Casi puedo advertir que esa manita sostiene algo, tal vez un dulce.
Mi niño es un niño formal. No muestra el arrojo de los otros niños cuyas fotografías los muestran con lodo en la cara y con los pantalones manchados en las rodillas por tanto juego, por andar metiéndose en el agua de la Ciénega, en busca de culebras.
Mi niño tiene el suéter abotonado hasta arriba, no está desguachipado. Sé que mi mamá me cuidaba mucho. La indicación a la sirvienta era: “Que no ande descalzo por el piso. Que no juegue en el lodo. Que no se trepe a los árboles. Que no se quite el suéter. Que no le toque el aire. Que no lo vean los de afuera. Que sólo coma en casa. Que no le dé el sol. Que no se moje.”
Ahora mi niño me ve todas las mañanas. Me ve desde la distancia de más de cincuenta y cinco años y me pide que no olvide su recomendación de cuidarlo mucho, de tener bien cimentado el puente que nos une a los dos en los extremos más afectuosos que existen. Me lo dice, con sus ojitos de arena fina; me lo dice mientras juega con el dulce en la mano.
Quisiera decirle que he tratado de cuidarlo, de protegerlo. Quisiera decirle que trato de entregarle buenas cuentas. Que hubo un tiempo que salí de casa y me puse a jugar juegos comunitarios, jugué juegos que no me correspondían.
Cuando debí estar con él, sólo con él, lo abandoné y le fue infiel.
Quisiera decirle que, a veces, sus manitas se mancharon de lodo porque, ebrio, caí a media calle; decirle que tengo una cicatriz en la barbilla, porque, tomado, choqué contra una pared; decirle que he perdido dos botones de ese suéter, pero que lo remendé con hilos que robé del tejido que hace su mami. Su pelo ya es escaso, ya perdió los dientes y ahora usa prótesis dental, por eso es que ya no puede comer quiebramuelas, que tanto le gustaban.
Quisiera decirle que un día regresé al sitio y, al verlo solo, lo llamé, lo abracé y prometí ya jamás volver a ignorarlo.
Quisiera contarle que hoy, en la tarde, en el Museo de la Ciudad, su ciudad, habrá un reconocimiento al juego que ahora juega, que es el más hermoso juego solitario: el de escritor. Hoy, niño mío, te llevaré de la mano y todo será como antes, como cuando la sirvienta, en el sitio de la casa, colocaba un petate sobre la tierra y vos te hincabas y hacías carreteritas y jugabas carritos y luego te levantabas para lavarte las manos y corrías al comedor donde, en la mesa, ya estaba humeando la taza de chocolate y comías un tamal de hoja.
Sí, mi niño. Sigo jugando por vos, con vos, desde vos. Todo es como cuando tenías cinco años.
NOTA PARA AMIGOS LECTORES QUE LLEGARON A ESTA LÍNEA: Hoy, a las 6 de la tarde, en el Museo de la Ciudad, de Comitán, se realizará un reconocimiento al juego literario llamado ARENILLA. Será muy emotivo contar con su complicidad. Los espero. Gracias.