martes, 19 de septiembre de 2023

CARTA A MARIANA, CON LA CINTA DE LA AMISTAD

Querida Mariana: soy escaso. Me gusta mi casa, acá leo, escribo, pinto, dibujo, veo películas, descifro el mundo. Salgo sólo por cuestiones laborales. Voy al Colegio Mariano N. Ruiz, institución educativa que me brindó la cinta de la amistad cuando estudié la secundaria. Tal vez, más que el conocimiento de la regla de tres o el funcionamiento de los vasos comunicantes, lo realmente importante fue recibir el afecto de muchachos que hoy son grandes personajes y siguen siendo mis amigos. Me da gusto cuando veo que aportan al desarrollo de la sociedad. El otro día, Alfonso me dijo si quería dar una vueltita en motocicleta. ¡No!, casi grité de inmediato. Él estaba con casco, arriba de su moto, impecable, bellísima. Cuando vio mi cara temerosa rio, dijo que subiera atrás, que no iba a manejarla. ¡No!, volví a decir, ya más relajado y agregué: no lo hice de joven, menos de viejo. En cuanto lo dije pensé que no era cierto, porque mi querido amigo Rafa Morales Serrano tuvo una mini moto, color azul, y yo, en dos o tres ocasiones, me subí atrás, lo abracé de la cintura, me encomendé a las mil vírgenes y todos los santos, especialmente al santo madrazo, cerré los ojos y dejé que su pericia me llevara de San Sebastián al parque central. La vida apacible de principios de los años setenta en Comitán me brindó la oportunidad de vivir esta lejana experiencia. Rafa, en esos años, vivía a una cuadra del parque central, frente a la casa de Jorge Pérez Velasco, otro querido amigo. Recuerdo la casa de Rafa, el enorme patio central lleno de luz solar, los corredores, los pilares y la presencia de su mamá, Doña Yoli Serrano, tan bella como su hermana, la famosa Irma Serrano, y la presencia de su papá, Don Rubén Morales, hombre recio, de gran personalidad y trabajador como sólo él. Una vez que llegué a casa de Rafa, hallé a Don Rubén de cuclillas, “jugaba” un gallo de pelea, saludé, me paré al lado de la jaula, fascinado con el colorido del plumaje del gallo. Don Rubén, sosteniendo al gallo con ambas manos, me preguntó si me gustaban los gallos. No supe qué responder. No tuve el aliento para decir que nunca había presenciado una pelea de gallos, salvo la que ocurre en la novela del Gabo: “El coronel no tiene quien le escriba”, que ya había leído. Como me quedé mudo, el papá de Rafa extendió las manos y puso el gallo muy cerca de mí y dijo: “’Ora, pícale sus huevitos, a ver si habla” y soltó la carcajada, Rafa también rio y yo los imité, todo colorado. Mi querido amigo Rafa heredó esas dos características: tiene un carácter decidido y tiene buen humor. En los años de preparatoria llevaba una libreta (mucho antes que la usara el humorista Flavio) con una relación de chistes (el otro día me dijo que conserva la relación de chistes en una nueva libreta). Rafa sacaba la libreta de la bolsa de la camisa, leía la palabra clave, contaba el chiste y hacía reír a todos los amigos. Hoy, Rafa es un empresario exitoso, continuó la empresa gasolinera de su abuelo, que consolidó el papá y que ahora, con el apoyo de su familia (valor esencial en su vida), es una empresa de servicio que da empleos a muchos paisanos. Me enorgullezco de contar con su amistad, es un ciudadano que aporta al engrandecimiento de la sociedad. Posdata: Rafa es nieto de Chanti Serrano, el gran poeta de Chiapas, papá de su mamá y de Irma, pero de esto te contaré en otra ocasión. Mientras tanto, sigo en casa, leo, pinto, dibujo, veo cine, escribo, recuerdo los instantes compartidos con los amigos. La foto que anexo me encanta, ahí está mi amigo con una bomba antigua. En otra carta te contaré acerca de las características de este expendedor de gasolina, que es una pieza de museo, parte de la historia de nuestro pueblo mágico. ¡Tzatz Comitán!