lunes, 18 de septiembre de 2023

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA LA EXPERIENCIA DE UN INSTANTE

Querida Mariana: la gente sabia dice que la vida no es más que el presente. Los Alcohólicos Anónimos viven su sobriedad por veinticuatro horas. Pero ayer platiqué con Claudia en el parque y ella, mujer más que sabia, dijo que la vida se cuenta por instantes. No hay más. La esencia de la vida la redujo a su mínima expresión. En pleno parque vio el cielo, lo señaló y me dijo que la tarde era bella con los azules y los verdes de los árboles. Cuando lo dijo sentí que vivía un instante maravilloso, di gracias a la vida por ese momento prodigioso. El día de ayer estuvo lleno de instantes luminosos, en la mañana platiqué con Carlos Rojas (homónimo del querido periodista comiteco). Estuve en la Barra de Especialidad que se llama “Comitlán”. Vos sabés, querida mía, que no tomo café. Nunca lo he hecho. En casa, mis papás me trataron como príncipe y mi mamá consideró que los seres pertenecientes a la nobleza bebían leche. No sé si el color tuvo algo que ver en esa apreciación, pero crecí bebiendo leche y bebidas relacionadas con ella. Bebí chocolate, jamás con agua, ¡por favor!, el príncipe debía beber el chocolate con leche. Ahora, en la plática con el barista Carlos Rojas, uno de los profesionales que más sabe de cafés en Comitán, me fui llenando de instantes luminosos. Me maravillé al darme detalles de su profesión. Él es un apasionado, un artista del café. Su pasión es tan intensa que me la transmitió. Al final, él muy generoso me invitó a probar café preparado de manera exquisita. Me relajé, me acodé en la barra y le dije que sí, que probaría un poco del café. Nunca, de verdad ¡nunca!, imaginé toda la magia que gira alrededor del café. No sé si los de tu casa son bebedores de café. Casi puedo asegurar que sí. En el pueblo todo mundo dice: tomemos café, pero con pan, porque es una costumbre añeja. En mi caso, insisto, no me pasaron esta estafeta. De niño nunca tomé café con pan. En la barra de especialidad, Carlos se aparta del dicho comiteco. Quienes llegan a su local (que está ubicado frente al edificio donde están las oficinas de Megacable) no llegan a tomar café con pan, ¡no!, llegan a tener la gran experiencia de beber un café selecto. Yo viví la experiencia (la viví) y fue un instante sublime. No bebí todo el contenido de la taza pequeña, bebí dos sorbos, pero en cada uno de éstos mi cuerpo se puso en comunicación con mi espíritu y ambas entidades disfrutaron la experiencia de esta bebida. Al final reconocí que, como dice Carlos, la bebida es parte de un ritual importante. Supe que el proceso del café es toda una ciencia y que nadie, ¡nadie!, puede perderse esta oferta de vida. No es gratuita, no puede serlo. Además (debo decirlo) el café que Carlos prepara no cuesta lo mismo que una taza que ofrecen en cualquier otro lugar. En los restaurantes el café es una bebida de compañía, en el local de Carlos el café es el protagonista. Pensé en los instantes donde he estado frente a una obra de arte y activo todos mis sentidos para que aprehendan la mayor cantidad de detalles. Estuve frente a la taza de café, disfruté el color, el aroma y luego los sabores que Carlos me fue describiendo. Que mi paladar no entrenado fuera reconociendo la calidad de lo que estaba probando. Fue toda una experiencia. Digo que tomé pocos sorbos y mi cuerpo recibió esa energía, la comparé con la primera vez que en Oaxaca probé una copa de mezcal, bastó un sorbo para que mi cuerpo sintiera esa corriente vital que lo convierte en una catedral luminosa. A Carlos le confié, como lo hago ahora con vos, que mi mamá toma Nescafé. Ay, Señor, con tan buen café que hay en Chiapas, mi mamá toma lo que la mayoría de expertos menciona como “Ni es café”. Tengo amigos que aman el café, que toman mucho café, que llevan los termos debajo del brazo para no quedarse sin esa bebida de dioses y diosas. Posdata: como soy amante de las artes plásticas, comprobé que la bebida también tiene muchas tonalidades, dependiendo de la calidad del café. Querida mía, basta entrar al local de “Comitlán” para saber que todo será un instante sublime, porque en un rincón está la bellísima máquina que se encarga del tueste y luego, en la barra, una bola de chunches que sirven para preparar riquísimos cafés. No pensés que el café te costará veinte pesos, ¡no!, tampoco te costará lo que vale un café en Starbucks. Este café (que ya pronto inaugurará su franquicia en nuestro pueblo) no tiene la calidad del café que prepara Carlos. El café de Starbucks no posee la excelencia, lo que sí tiene es la marca que permite al snob andar presumiendo por todos lados con su vaso. Yo sugiero, querida mía, que vayás a degustar un café preparado con Carlos. Tené la certeza de que volarás por un cielo que no es algo frecuente. A mí me encantó la experiencia, la viví con intensidad. Degusté lo que Carlos me ofreció, aprendí que la cafetera Moka, donde preparó la primera taza que me ofreció, es de marca Bialetti, apellido del inventor, oriundo, ¿de dónde creés?, de ¡Italia!, tierra de mis ancestros. Claudia es sabia, la esencia de la vida está concentrada en un instante, como un buen café, un café de excelencia. ¡Tzatz Comitán!