sábado, 2 de septiembre de 2023

CARTA A MARIANA, CON PADRES BUENOS

Querida Mariana: encontré esta publicación de 2003. ¿Mirás? Tiene veinte años. Se llama “Puentes” y, como aparece en la portada, es una “revista méxico-chicana de literatura, cultura y arte”, auspiciada por la Universidad Corpus Christi, de Texas, USA. El lema es genial: “Un fantasma recorre la frontera. Nosotros le llamamos cultura”. Un fenómeno similar ocurre en la frontera sur. A veces olvidamos la importancia de nuestra frontera Chiapas-Guatemala. Acá también, como en todas las fronteras del mundo hay un fenómeno cultural de relevancia. En la revista “Puentes” hay ensayos que hablan acerca de la cercanía de USA con México y de las grandes diferencias, en cuanto se pasa de una frontera a otra. Nuestros modos de ser son diversos, riquísimos, los del lado de allá pasan a vivir la experiencia de la vida de los mexicanos y los de acá (no se diga) pasan a deslumbrarse con la cultura norteamericana. En Comitán, lo sabemos (pero a veces lo ignoramos), tenemos una gran tradición de intercambio cultural con Guatemala. Nuestra disposición geográfica ha permitido que estemos en contacto permanente con otro país, un país de gran tradición cultural. Ha faltado el vínculo más cercano. Incluso, en cuestión comercial, México pone trabas para el flujo de ambos lados de la frontera. Ahora hay problemas en nuestra frontera, los visitantes de Guatemala no transitan con facilidad. ¡Qué pena! Nos perdemos la oportunidad de seguir fomentando la amistad entre Comitán y Huehuetenango. Pero no todo está perdido, ¡no! Vos sabés que nuestra revista Arenilla llega a Huehuetenango, Guatemala. ¿Mirás la trascendencia de este proyecto editorial comiteco? Llegamos a muchas regiones de Chiapas y llegamos a Guatemala. Los lectores de allá se enteran de los hilos culturales de acá y los lectores de acá también leen artículos de la cultura de allá. Como si rindiéramos homenaje a la revista de Texas, tendemos “Puentes”. El guatemalteco Carlos Rivas es el enlace en aquel país, él recibe la revista y la entrega con amigos lectores de Guatemala, hasta allá llega nuestra palabra y la palabra guatemalteca también es conocida en estas tierras. Juntos hacemos un bordado sublime. ¿Por qué tengo en mi librero este primer número de “Puentes”? Porque un amigo me hizo favor de enviarlo hace años, ahí está publicado un textillo mío, que escribí el 14 de junio de 2002, en la ciudad de Puebla, ciudad donde radicaba en ese tiempo. Ya te conté que este textillo ha tenido mucha suerte. Debe ser porque está dedicado a mi papá, Augusto Molinari Bermúdez; debe ser porque habla de él, de mi amado papá; debe ser porque es un pequeño filón de mi vida luminosa. El textito, que se llama “La luz da vuelta en las esquinas”, fue publicado por primera vez en la revista “Cariátides”, que dirigía mi amiga Paloma Bello, en la ciudad de Nuevo Laredo (frontera norte). No recuerdo bien la historia, pero “Cariátides” cruzó hacia Estados Unidos de Norteamérica y ahí alguien de Texas lo leyó, le gustó y me dijo que lo publicaría en la revista “Puentes”. Ah, muchas gracias. Y así sucedió. Mi amiga Paloma actualmente radica en la ciudad de Mérida, Yucatán, lugar de su nacimiento. Ahí continúa con su infatigable labor cultural. Pero la suerte del texto no paró ahí, después de ser leído en Nuevo Laredo, en diversas ciudades de México y en Texas, USA, también fue leído por paisanos chiapanecos, porque un día recibí una llamada del finado Paquito Mayorga, a quien no tenía el gusto de conocer personalmente, y me dijo que publicaría un libro con textos de autores chiapanecos, ¿podía enviarle uno de mi autoría? El único que tenía a la mano era, precisamente, el que ahora comento, se lo envié y él, generoso, como siempre fue en vida, lo integró al libro “Chiapas en la literatura del siglo XX: visión de sus narradores”, publicado por la Secretaría de Educación de Chiapas, en 2004. Y como abono a lo que digo de la relación entre fronteras, hallé que el libro de Paquito Mayorga está a la venta en “Mundo de los libros”, librería de Guatemala. Hay dos ejemplares en existencia, son libros ya usados, pero en buen estado de conservación y su costo es de 35 quetzales cada uno. Ah, me encantó hallar esta noticia. Habla de nuestra cercanía, de cómo seguimos dándonos las manos los chiapanecos y los guatemaltecos. Se siguen tendiendo “Puentes”. Genial. Esta carta la titulé Padres Buenos, a mí me tocó uno de ellos. Mi papá, sin ser un santo fue un hombre bueno, y, sobre todo, un padre bueno. Hay muchos hijos que tienen la bendición de tener padres buenos. Yo sé que vos también tenés la dicha de tener un padre amoroso, que siempre está pendiente de vos, que te apoya en tus proyectos. Sabemos que no todos los hijos tienen ese privilegio. Conozco amigos que tuvieron papás cabroncillos. Por esto, cuando escribí el texto “La luz da vueltas en las esquinas” supe que era una manera de honrar a mi viejo, de expresarle mi agradecimiento por todo lo bueno que me dio en vida. Claro, cuando escribí el textillo él ya había fallecido. Me habría encantado que él leyera lo que ahí escribí, habría sonreído y, tal vez, una lágrima se recostaría en su mirada, porque era un hombre muy sensible. Pero ya no lo leyó. Cualquier experto en física diría que el título no corresponde a la realidad, porque cualquier estudiante de ciencias sabe que la luz no da vuelta, la luz tiene la condición inmutable de “caminar” sin torcer; es decir, no da vuelta en la esquina, se sigue de largo, siempre hacia adelante. ¿Por qué titulé el textillo así? Porque en mi narrativa expreso mi deseo de hacer una regresión en el tiempo (cosa que también es imposible), digo que a mí me habría gustado mucho haber sido amigo de mi papá en sus tiempos de niño. ¡Imposible! Fui amigo de él (como medio mundo) durante el tiempo que crecí a su lado. Mi papá nació en 1913, en San Cristóbal de Las Casas, yo nací en 1957; es decir, cuando yo tenía nueve años él tenía 53 años de edad, ya era mayor. No obstante, fuimos buenos amigos. Hoy aprecio mucho esa diferencia de edad, porque él fue un viejo consentidor, me apoyó en todos mis excesos, siempre fue congruente con sus dichos, uno de éstos era: “si no lo intentás no sabrás el resultado”; la mayoría de mis intentos fueron fracasos, comprobé lo que él decía, jamás me quedé con la duda. Siempre intenté ser una luz que diera vuelta en la esquina, todo mundo se burló, dijo que era un bobo, pero mi papá me impulsaba, aún a sabiendas que hay principios físicos inmutables. Sigo intentando que un rayo de luz dé vuelta en la esquina, sé que mi amado padre me dice que siga, que no importa que fracase en mi intento, debo persistir, debo ser congruente con mis locuras. A mí me encantaría que conocieras el textillo, porque habla de un padre bueno. Hay millones de padres buenos en el mundo, ha habido millones de padres buenos en el transcurso de la historia. Es bueno que no se olviden los instantes prodigiosos que ellos han transmitido a sus hijos. Hay también millones de padres cabrones. Estos últimos desgracian la vida de millones de hijos. Es bueno venerar los actos nobles, sencillos, que ponen ungüento en los espíritus de los hijos. Ante la imposibilidad física de ser amigo de mi papá cuando él era niño, volví realidad mi deseo en la ficción narrativa. En el textillo cuento que un domingo lo hallé caminando en una calle de San Cristóbal y lo acompañé a comprar una cemita, vi que la metió en la bolsa de su chaqueta, la hizo polvito y la disfrutó comiéndola por puñitos. Esto hacía todos los domingos. La vida es lineal, no permite la regresión; pero, a veces, la literatura puede hacer el milagro de convertir en realidad nuestros más íntimos deseos. Esa mañana de domingo fui amiguito de mi papá cuando él tenía nueve años. Cerca del final escribí esto: “una vez que ha terminado se levanta y me da la mano. ¡No!, le digo, no quiero que te vayas. Él no me hace caso, me deja solo, en medio de la calle, bajo la llovizna, con las manos metidas en las bolsas del pantalón. ¡No te vayas, papá!, le ruego, pero él ya dobla en la esquina. Tiene que irse. Se le hace tarde para crecer; para irse a vivir a la Ciudad de México; para volverse agente viajero; para llegar un buen día a Comitán y rentar aquella enorme casa de cuatro corredores a una cuadra del centro; para cartearse con mi mamá y decirle que se quiere casar con ella; se le hace tarde para convertirse en mi papá”. Posdata: mi papá fue un hombre bueno. Casi no jodió al prójimo, al contrario, contribuyó a hacer mejor esta pequeña parcela del mundo, y fue un padre hermoso. ¡Tzatz Comitán!