miércoles, 31 de diciembre de 2025

CARTA A MARIANA, CON DOS GRANDES

Querida Mariana: recibí el mensaje de mi amado Gutmita: “Se nos murió la Bardot”. Sí, como si esa fuese la conclusión del año 2025. Lo leí y pensé en el plural: se nos murió. De igual manera pensé que en este año: “se nos murió la princesa huixtleca de Comitán, mi madre”. Así, en plural. Porque se murió mi mamacita, pero ella murió en muchas otras personas. Lo supe desde el instante que comencé a recibir muestras de pesadumbre por su ausencia física. Se nos murió la Bardot, Gutmita; se nos murió mi mamacita, Gutmita. Se fueron dos mujeres grandes. Sé que para quien no conoció a mi mamá la inclusión de ella al lado de la Bardot puede resultarle exagerado, pero, como todo mundo sabe, para la mayoría de seres mortales la madre es lo más sublime. Mucha gente, muchísima, pondría a su mamá por encima de la Bardot y demás divas del cine mundial. Yo no. Yo las pongo al parejo, porque, igual que al Gutmita, igual que a millones de seres humanos en el mundo, la Bardot fue un personaje maravilloso que alentó sueños, pasiones, ella fue grande en la pantalla y en la vida real. Ahora que falleció apareció una frase que dijo en algún momento: “Ya entregué mi juventud y mi belleza a los hombres. Ahora, les entregaré mi sabiduría y mi experiencia a los animales”. Ah, qué ser humano tan excepcional. Se convirtió en una gran animalista, aprovechó su fama para pelear por los derechos de los animales, siempre estuvo en contra de esa práctica estúpida de matar a las focas para aprovechar sus pieles. La Bardot dejó que la vejez llegara a su cuerpo, su rostro bellísimo se llenó de arrugas. ¿Mi mamá? Mi mamá, hasta la última tarde de su vida, conservó un cutis de jovencita. Todas sus amigas le preguntaban qué se hacía para tener ese rostro tan de colegiala. De verdad ¿qué se hacía? Ah, sí, se cuidaba, se consentía. Todas las mañanas dedicaba bastante tiempo para hidratar su carita. Muchas de sus amigas, en los desayunos quincenales (en Portobello o en Comitán lindo y qué rico o en El camino secreto), le decían que cuando fueran grandes pedían ser como ella. Mi mamá también fue animalista, defensora de su cachorro, por encima de todas las cosas. Se nos murió la Bardot, Gutmita; se nos murió mi mamá, Gutmita. Se nos murieron, nos dejaron en la orfandad. Ya nunca estarán acá. ¿Qué estoy diciendo? Una estupidez. Ellas siguen, son como cometas que continúan su viaje en el universo, basta salir al patio en la noche, alzar la vista, para alcanzar a verlas. Ahí está la Bardot, en el cine, en decenas de películas, en cientos de fotografías; acá está mi mamá, bellísima, en el recuerdo de sus conversaciones, en sus mínimos trabajos, en el tejido de chalecos, de mañanitas. ¿Mirás lo que acabo de escribir? Mi mamacita tejía “mañanitas”. Ah, no cualquier persona logra esto en el mundo. Ella tejía las mañanitas para obsequiar a sus cercanas; ella tejía las mañanitas para abrazar a su amado hijo. El 2025 se llevó a dos grandes mujeres, una famosísima, otra más modesta, pero igual de grande que aquella. Pongo a la Bardot y a mi mamá en el mismo plano donde tengo a todos mis afectos, los que han hecho mi vida más amable, menos lleno de mierda. La Bardot, con su belleza física, me permitió conocer algo que se llama amor platónico; mi mamá, con su belleza física (que nada le pedía a la Bardot) y con su enorme belleza espiritual, me permitió conocer algo que se llama amor real. Mi madre jamás estuvo en el cine, lo más que alcanzó fue trepar a un escenario en su Huixtla natal para interpretar papeles en obras de teatro, siempre alejada de reflectores abrió sus manos y repartió sus dones en forma generosa, dones mínimos pero sublimes. La princesa huixtleca de Comitán regó luz en muchas parcelas. Esto lo comprobé cuando el mundo de acá conoció su fallecimiento y comenzaron a llegar mensajes de reconocimiento y de cariño, por redes sociales y en mi celular. Ah, cuántas muchachas recordaron que ella les enseñó a tejer, cuántos recordaron que iban a comprar estambres en su tienda. Así como yo nunca dejé de ir a la universidad a leer en la Biblioteca Central Universitaria, de la UNAM; ella nunca dejó de ir a atender su negocio, negocio que le daba paguita que ella destinaba para la comida en casa y para mandarle a su crío, quien compraba libros o caguamas. Posdata: se fueron dos grandes, pero no se fueron, acá siguen, acá estarán por los siglos de los siglos, por la eternidad. ¿Qué digo? Digo que doy gracias a Dios por su generosidad, por darme la oportunidad de conocer y querer a dos grandes mujeres, que tanto me dieron, que tantas buenas cosas me siguen dando. ¿Quién defenderá ahora a los animalitos? La energía sigue presente, acá está, en los árboles, en el pasto, en las nubes, en la lluvia, en el sol, en el abrazo de la naturaleza. En estos tiempos donde hay muchos ríos de mierda, mis pies entran a los ríos buenos y nobles de dos grandes: la Bardot y la princesa huixtleca de Comitán. ¡Tzatz Comitán!