Es algo muy obvio, pero no siempre nos damos cuenta. Para que suceda es preciso un viento que remueva las hojas.
Ayer pasé frente al templo de Santo Domingo, en Comitán. Recordé que, en mi niñez, pasaba por ahí y en el lugar donde ahora está la fuente del parque existía una manzana llena de casas (en tiempos del gobernador Jorge De la Vega Domínguez fue tirada esa manzana para ampliar la plaza). De pronto supe que la pared de la fachada del templo está inmutable (tal vez la pintura ha cambiado, pero en sustancia sigue siendo la misma). Tuve entonces la sensación de que, en el mismo espacio donde estaba parado, Rosario Castellanos también pasó por ahí.
Es algo muy obvio, algo que pudiera ser una intrascendencia. Mas sin embargo creo que detrás de esta obviedad hay algo muy importante.
No se trata sólo de la imagen de Rosario, se trata de los miles y miles de comitecos que han visto lo mismo. Hay algo entonces que nos une, más allá del palabrerío que a veces acostumbrarnos vomitar.
Por ahí anduvo Santiago -el ciego que tocaba una mandolina. Por ahí anduvo Armando Alfonzo. Por ahí camina Óscar Bonifaz, Luis Armando Suárez. Por ahí, también, la muchacha bonita que sueña con estudiar veterinaria en la UNAM. Por ahí han caminado miles y miles de comitecos. Todos hemos visto -aunque no lo hayamos hecho con mucha conciencia- las huellas de la energía de los otros.