jueves, 23 de septiembre de 2010

CINCO DE CIEN


La UNAM cumple cien años. México entero lo celebra. Es el festejo de la inteligencia y del progreso.
En 1974 me inscribí en la Facultad de Ingeniería, de la UNAM y durante cinco años asistí religiosamente a la Universidad. En 1979 descubrí que de los créditos totales apenas había aprobado un cuarenta y tantos por ciento (en ese tiempo eliminaron la seriación de materias y los alumnos podíamos, perfectamente, inscribirnos a Electrónica III sin haber aprobado el antecedente de Electrónica I, por ejemplo). Entonces me di de baja y me inscribí en la Escuela de Arquitectura, de la Universidad del Valle de México, cuyo edificio estaba en la colonia Roma. Pero, bueno, como dijera la nana Goya, ya es otra historia.
Mi paso por la UNAM, entonces, no prosperó en el objetivo que mis papás esperaban de mí: ¡hacer una carrera profesional!
Durante muchos años cargué una piedra de culpa por no haber logrado el objetivo.
Hace quince días un compa comiteco me invitó a un desayuno para conmemorar los cien años de la UNAM. Ex alumnos de la Universidad se reunieron e hicieron el día de ayer una celebración muy emotiva, en un restaurante de la ciudad.
Cuando recibí la invitación dije que soy egresado de la UNACH, institución donde terminé los cursos de la Licenciatura en Lengua y Literatura Hispanoamericana, pero un segundo después asumí mi categoría de ex alumno de la UNAM.
Si bien no concluí mi formación formal, el paso por la UNAM fue determinante para construir lo que hoy soy. Hoy, me siento conforme con lo que soy.
La UNAM me permitió conocer muchos ciclos de cine de arte, asimismo me proporcionó las bases de mi formación literaria. Durante horas y horas permanecí días y días en la Biblioteca Central leyendo cuentos y novelas. En las clases del famoso TORRES HACHE, un brillante maestro de la Facultad de Ingeniería, aprendí que el mundo humanista era fundamental para el desarrollo pleno del mundo. De igual manera en la clase de Electricidad II tuve un maestro que al final de su clase llena de circuitos y alambres nos leía pasajes de una novela, en intento de que los estudiantes que dedicarían su vida a la ciencia y a la tecnología comprendieran que el arte era un complemento importante. Ahi, pues, aprendí que yo estaba destinado no para la ciencia y la tecnología sino para aquello que en esa facultad era un ingrediente sólo para sazonar. Aprendí que lo mío era esa especie que daba el sabor al caldo. La UNAM fue mi máxima formadora, fue el cubículo y el laboratorio que me guió en mi vocación.
Nunca logré el título de ingeniero en comunicaciones y electrónica. Esto lo lamenté mucho tiempo. Hoy, tal "fracaso" lo considero como la mayor lección de vida que pude tener. Cuando algo sirve para hallar luz el cordel oscuro es una bendición. La UNAM me dio luz y hoy camino sin titubeos.
Por ello me uno a los miles y miles de alumnos de la UNAM que hoy celebramos sus cien años de dar luz. ¡Goya, goya, goya, cachún cachún ra, ra, ra, cachún cachún, ra, ra, ra, Universidad!