viernes, 10 de septiembre de 2010

LAS CARICIAS DEL VIENTO




A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como las hojas de ortiga y mujeres que son como las hojas del viento.
La mujer hoja del viento se cuenta por tormentas y huracanes. Es papalote que asoma por todas las montañas de su amante. Cuando sube a la cima se siente libre y vuela, ¡vuela!; cuando repta por la Costa hace barcos de aire sobre el mástil de su amado. Con este tipo de mujer el hombre armonioso prepara té. El sabor de la infusión tiene cierto parentesco con el té de menta, con el té de hierbabuena, con el de piedra lunar.
Esta mujer es libre por los cuatro costados. Cuando uno está con ella la pregunta que asoma no es ¿en qué época de tu vida fuiste feliz?, sino ¿en qué instante estás en la mano de Dios? ¿En qué instante sentís que te fundís con el viento, con el universo? ¿A la hora en que escribís, a la hora en que cantás debajo de la regadera? ¿A la hora de Cortázar en que dejás que ella misma te acaricie el glíglico de la anomepea? ¿En qué momento sentís que sos Uno con el Todo y que el Todo está en vos que sos no más que el Uno?
Los hombres que están presos, los que cargan la piedra de la soledad, los que comen el pan de la tristeza y de la nostalgia, siempre añoran estar con una mujer hoja de viento, porque ella es como el agua para la lluvia, como la migaja de pan para el mantel.
¿En qué instante la mano de Dios se vuelve hoja de viento? ¿En qué momento está enredado en la piel de esta mujer? ¿Cuando vas al mercado y encontrás el polvo envuelto en ramitos de girasol? ¿Cuando tenés el vientre inflado y te sentís globo de Cantoya? ¿Cuando la radio es como una mujer que aúlla a la luna?
Nunca alcanza el tiempo para estar con una mujer hoja de viento. Cuando venís a ver ya llegó el Otoño y es hora de la mudanza. Por esto, nunca llevés reloj a la hora de estar con ella. Tampoco llevés un “sandgüich”. Que te baste su aliento, la caricia inmaculada de la esquina de su corazón.
Quien tenga la bendición de tener a su lado a una mujer hoja del viento ¡que se sienta doblemente elegido! Elegido por la luz de una lámpara, elegido por la sombra de un laberinto sin árboles y sin muros.
Basta salir de casa a la hora en que la lluvia azota fuerte sobre los techos y sobre las calles para advertir que la mujer hoja del viento camina, como Jesús, sobre las corrientes de río, sobre las avenidas del Sol derretido. Basta pararse frente a ella para sentir el aliento de cenzontle y el aroma de una tarde sin nubes.
Quien encuentre una de estas mujeres que realice el conjuro para que nunca suelte sus amarras sobre otros territorios, otras islas.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como una canción de Sting, y mujeres que son como una rola pacheca de Alex Lora.