miércoles, 1 de septiembre de 2010

EL QUE ESTÉ LIBRE DE PIEDRAS QUE TIRE LA PRIMERA CULPA




No percibí las primeras señales. Eran muy claras, pero yo no las vi. Entré al salón de clases, en el viejo edificio de piedra de la preparatoria, que hoy es la Casa de la Cultura. Me senté hasta atrás. El Maestro Oscar (quien recibe un homenaje en su pueblo la próxima semana) sacó el libro de Literatura Mexicana e Hispanoamericana, de Edmée Álvarez. Este libro traía en la portada unos versos de Sor Juana: “Nocturna, mas no funesta, de noche mi pluma escribe”. ¡Ah, qué prodigio! Javier me pasó un papel: “Nos vemos a las cuatro, en mi casa”. Escribí mi respuesta y le pasé el papelito: “Sale”. Mientras el Maestro escribía la tarea en el pizarrón. Debíamos llevar para la siguiente clase un resumen de “Las Cartas de Relación de Hernán Cortés”. El Maestro dejó el gis sobre el canal del pizarrón, dio la vuelta y quedó de frente. Claro, dijo, si alguien quiere escribir una crónica o un cuento acerca del contenido del libro ganará un punto extra. A mí el punto me valía lo mismo que la masa untada al bolillo, pero me seducía la idea de escribir una creación propia. Así lo hice. Fui a la biblioteca (que en ese tiempo se encontraba en la presidencia municipal. La puerta daba al corredor exterior del edificio). Escribí un cuentecillo en donde yo estaba sentado precisamente en el mismo lugar donde redacté la tarea. ¿Qué haces?, preguntó un hombre barbado que se me acercó. Olía a viejo, ¡apestaba a perro muerto! Yo me tapé la nariz y, enojado, le dije que debía entregar una tarea para el día siguiente y ¡eran muchas páginas las que debía leer! Entonces el viejo sacó una bitácora de su mochila de cuero y dijo: ¡Acá tengo todo! Me dictó un resumen y cuando se despidió me dio la mano y dijo: ¡Mucho gusto, soy Hernán Cortés!, y el viejo lo vi caminar por el parque central de Comitán, hasta que desapareció detrás de unos árboles. ¡Perfecto!, dije. Trabajo de diez. Al otro día entregué la tarea, aún orgulloso, pero a medida que las horas de la tarde pasaron, ya en mi casa, comencé a sudar. ¿Qué había hecho? Imaginé a mis compañeros burlándose a la hora que el maestro leyera el pinche textillo. ¡Chin! ¿Por qué no hice un resumen como todos? (veinte o treinta años después me enteré que Ana Ramírez también había hecho un trabajo de creación, y su trabajo y el mío habían sido considerados trabajos con calificación superior). El día que el maestro entregó los trabajos con calificación ¡no fui a la escuela! ¡No soportaría la burla y el escarnio de los demás!
“Nos vemos a las cuatro de la tarde, en mi casa”, había dicho Javier. Antes de las cuatro estaba parado frente a la puerta de madera, pintada de rojo quemado. Le chiflé y él abrió (su cuarto daba a la calle). Me senté sobre la cama y él se puso a revisar un libro para hacer la tarea. En medio del trabajo la pregunta saltó: “¿Ya decidiste qué vas a estudiar?”. Yo, me puse de pie y dije: “Ingeniería en Comunicaciones y Electrónica. Me vas a tener que decir: Señor Ingeniero en Comunicaciones y Electrónica Don Alejandro…”. Él rió y yo también. Por eso fui a la Facultad de Ingeniería, en la Universidad Nacional Autónoma de México y pasé cinco años estudiando unos circuitos que jamás entendí.
No percibí las primeras señales. La química Angelita, antes de entrar al salón, por quién sabe qué motivo dijo los versos de un poema de Machado: “Vosotras, las familiares, inevitables golosas…”, y yo, como en automático, recité los versos que seguían: “…vosotras, moscas vulgares, me evocáis todas las cosas”. La maestra me quedó viendo con una gran sonrisa y me dijo: Bien, bien.
No percibí las primeras señales. Mi vocación era la literatura, pero yo insistí en caminar por sendas oscuras, como la de esos cuentos de terror, donde los árboles secos se mueven con el viento y sus ramas son como brazos larguísimos de seres de ultratumba.
Pero, bueno, hay gente así. Ahora veo a muchos jóvenes confundidos. Yo advierto, de inmediato, la luz que tienen en sus ojos y en su corazón para andar por caminos iluminados, pero ellos toman otros senderos. Ojalá que algún día adviertan que se equivocaron de camino y brinquen al que les señala su destino, su vocación.
Yo, cuando ya estaba casado, con hijos, rectifiqué el camino y me inscribí en la Facultad de Humanidades, de la Universidad Autónoma de Chiapas y me saqué la espinita estudiando la Licenciatura en Lengua y Literatura Hispanoamericana. ¡Uf!