jueves, 25 de noviembre de 2010

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO CELEBRAMOS EL CUMPLEAÑOS DE JIMMY



Querida Mariana: Alfredo llegó a casa y me invitó al cumpleaños de Jimmy. No sé si vos, ahora, te preguntás quién es Jimmy (o más bien dicho: ¡era!). Jimmy es (bueno, bueno, era) el ratón de Alfredo.
El ratón se apareció hace dos años en la casa de Alfredo. Para ser más exactos, en su cuarto, a las doce de la noche con treinta y dos minutos. Esa noche, Alfredo cenó panes compuestos de “El foquito” con una coca cola, de la tienda de Doña María Elena. Leyó dos o tres páginas de un libro de poesía de Gustavo Ruiz Pascacio y luego se acostó. Prendió la tele y cuando terminó el noticiario de López Dóriga se durmió.
¡Un ruido lo despertó! Se sentó sobre la cama y aguzó su oído, era algo como un rasgueo sobre madera. Prendió la lámpara del buró y trató de ubicar el ruido. ¡Nada! Apagó la luz y dos segundos después ¡el ruidito volvió! ¡Lo ubicó detrás de la cabecera de la cama! Prendió la luz, se hincó sobre la cama y alzó la cabeza por encima de la cabecera. ¡Ahí estaba Jimmy! Alfredo saltó para atrás al tiempo que el ratón hizo lo mismo y corrió por el cuarto hasta esconderse detrás de la cómoda. “El pinche ratón -te lo juro- sacaba la cabecita en franco reto”. Alfredo dice que buscó algo para aventarle. Lo único que halló a mano fue el despertador que marcaba las doce con treinta y dos minutos. Ya se sabe el resultado, el despertador se hizo añicos y dos segundos después, Jimmy sacó su cabecita, como si se burlara.
Alfredo, igual que medio mundo, teme a los ratones y ratas. Nervioso se puso las pantuflas, salió del cuarto y echó llave. Durmió en el sofá de la sala.
A la mañana siguiente despertó a doña Lencha y a don Arturito, quienes, con sendas escobas, entraron al cuarto dispuestos a darle matarili al pinche Jimmy (Alfredo lo bautizó así porque Jimmy se llama -bueno, se llamaba- el gringo que “le bajó” a Alicia, su primer amor).
¡Nada del bendito ratón! Doña Lencha y don Arturito revisaron todo el cuarto y ¡nada! Con cierto temor, Alfredo entró a su cuarto esa noche. Durmió poco, a cada rato despertaba imaginándose que Jimmy estaba sobre el perfil de la cabecera o sobre la cómoda. ¡Nada! El tiempo pasó y Alfredo olvidó al animal.
Una noche, mucho tiempo después, Alfredo oyó de nuevo el ruido, se sentó sobre la cama, con un sudor frío recorriéndole todo el cuerpo, prendió la lámpara y miró a Jimmy sobre la cómoda. “El pinche ratón se mataba de la risa, te juro que se mataba de la risa”. Cuando revisó el calendario, Alfredo se dio cuenta que esa noche se cumplía justo un año de la aparición del animal.
Por esto, Alfredo llegó ayer a la casa y me invitó al cumpleaños número dos del Jimmy. Llegué a su casa a las diez de la noche. Cenamos panes compuestos (sí, de “El Foquito”, son los mejores de Comitán) y luego, a las doce y media de la noche sonó el despertador, Alfredo tomó una escopeta y me invitó a entrar a su cuarto. Me dio una cámara digital y me dijo que tomara el momento a la hora que despanzurrara al animal. Yo lo seguí, Mariana, lo seguí, confiado de que era una tomadura de pelo. Alfredo abrió la puerta. Sentí un olor a guardado (Alfredo, desde la noche del primer cumpleaños ha dormido en la sala). Alfredo prendió la luz, apuntó a la cómoda y ¡disparó! Todo fue tan rápido que no me di cuenta de algo. Cuando vine a ver, Alfredo, con una sonrisa generosa, me mostraba a Jimmy (bueno, lo que quedaba de él). Orgulloso, lo tenía agarrado de la cola y lo balanceaba. Gotas de sangre manchaban el piso lleno de polvo.
Pd. Regresamos a la sala. Alfredo y yo temblábamos. Él de la alegría y de la emoción, yo, ¡del susto! ¿Lo imaginás? ¡Lo mató con el disparo de una escopeta! Con esas escopetas cuachas con que los cazadores matan venados. Dos minutos después teníamos en la sala a doña Lencha (envuelta en un chal) y a don Arturito (con su bata roída de tela de toalla), con las caras llenas de espanto. Cuatro minutos más tarde oímos los toquidos en la puerta. “Somos la policía. ¡Abran!”. Y entonces todo fue contar cómo Alfredo había matado un simple ratón. Lo había matado con una escoba. ¿Un sonido como de balazo de escopeta? ¡No, no! Es de noche, usted sabe, oficial, todos los sonidos se magnifican. Y el oficial tomaba nota en una pequeña libreta, como esas que usan los reporteros. Pedí un taxi y regresé a casa. Esa noche dormí en el sofá de la sala.