lunes, 1 de noviembre de 2010

LOS MUROS DE NARANJA


Con un abrazo para Valeria Valencia,
porque fue la primera niña bonita que escribió en mi muro.


Hubo un tiempo en que Francisco Nucamendi atendió una cafetería. Ahí colocó un periódico mural de papel estraza. Los jóvenes escribían y dibujaban sobre ese muro. Francisco debía cambiarlo cada dos o tres días porque los chavos lo llenaban con poemas, grafitis, cuentos breves, flores disecadas, monigotes de plastilina, mocos secos, pedazos de chicle masticados, mensajes de amor, condones sin usar (aunque, en una ocasión alguien intentó colgar uno usado) y mentadas a los gobiernos local, estatal y federal. Mientras en el parque central de Comitán, los demás chavos platicaban, se empujaban cerca de la fuente y compraban esquites o elotes asados con chile polvojuan, quienes estaban en la cafetería colgaban claveles y margaritas en ese muro. Mientras el viento de la Ciénega cabalgaba sobre los cabellos de las muchachas bonitas que cerraban los ojos en las bancas del parque, otros vientos refrescaban la memoria de quienes platicaban en el interior de la cafetería. Una de esas tardes, mientras leíamos los mensajes del periódico mural, Alicia me dijo: “Es el Muro de los Lamentos Comitecos”. ¡Era un muro diferente al de Berlín o al que ahora los gringos se empecinan en levantar! Y ahora, no sé cuántos años después, pero varios, sin duda, Alicia, ya casada y con una niña bellísima de dos años, me dijo que en facebook hay muros.
A los viejos nos cuesta trabajo entender estos nuevos tiempos. Tiempos en que una simple pantalla ha sustituido muchas de nuestras paredes y ventanas. Parece que ahora todo está adentro de ese incomprensible cuarto infinito. Antes, para hallar un libro olvidado o un chunche viejo debíamos entrar al cuarto de tiliches, prender un foco triste de sesenta watts y soportar la humedad y una que otra rata que cruzaba por nuestros pies. Ahora, basta prender la computadora para “hacernos creer” que ahí hallamos todo de todo. Ahí, sin nubes de humedad y sin atardeceres llenos de polvo, descubrimos libros y chunches que no recordamos haber poseído nunca. Ahí (¡sí, Alicia, tenés razón!) encontramos a medio mundo colgando mensajes en millones de muros. Y esto ahora lo sé, porque hace dos o tres días me suscribí (¿así se dice?) en el facebook y de inmediato hallé las fotos de muchos amigos y de amigos de mis amigos y más, más. Una serie de rostros me miraba desde el fondo del cuarto húmedo, invitándome a hurgar en sus vidas, para descubrir qué hay detrás de esas máscaras que nos inventamos para mostrar nuestro mejor rostro, un rostro deseado, que tal vez no es el nuestro. Pero es que, ante tanto rostro, tal vez ya no sabemos cuál es el nuestro. Valeria de todos los cielos escribió el primer mensaje en mi muro: “mi querido Alex, eso de encontrarte en este mundo cibernético se me hace tan raro como agradable... aún recuerdo cuando te encontré en el chat y me dijiste que era "tu primera vez", creo que por eso no volviste a entrar jaja... un abrazote y estaremos por acá de vez en cuando. Yo no muy entro a este chunche pero me sirve para hallar a gente bonita como vos”. ¡Dios mío! Así que de esto se trata este universo. Así como yo puedo hurgar en las otras vidas esas otras vidas pueden hurgar en las gavetas de mi cuarto. Esto, ¡Dios mío!, es como un tendedero en donde si coloco mi camisa de etiqueta todo mundo la ve, de igual forma que puede mirar el calzón sucio con hoyos. ¡Dios, mío, Valeria, ya me aterré! Tenés razón, me atrevo porque un hombre debe atreverse a tener “su primera vez”, pero luego me doy cuenta que no era lo que esperaba (porque siempre resulta ser mucho más de lo que esperaba y, siempre, el asombro me rebasa). ¡No, no! Ya no soy de estos tiempos. Valeria, jugué a mirar el perfil de una amiga de un tu amigo y me sentí mal. ¿Con qué derecho andaba yo hurgando intimidades en las dunas de ese desierto? No lo vuelvo a hacer. Entré, miré y regresé vencido. ¡Nunca escribiré algo en tu muro! Prefiero quedarme en el primer peldaño de este chunche y continuar enviando correos electrónicos a tu correo personal, con la esperanza de que será una conversación privada. ¡Dios mío!, hace dos o tres días a un afecto le envié un correo personal que me causaría sonrojo si estuviera expuesto en algún muro del facebook (espero que ella no lo suba).
No sé si Francisco conserva esos trozos de papel estraza donde muchos jóvenes comitecos mostraron lo que llevaban adentro de las bolsas de su pantalón y de su camisa. Antes, los novios rompían las fotos cuando terminaban una relación, ahora, pregunto, ¿es posible eliminar lo que ha estado expuesto a ojos de millones de seres en el mundo? Ahora, pregunto, ¿todo mundo puede copiar una foto que está en el muro e imprimirlo y colgarlo en la pared de su cuarto? Parece que en estos tiempos de puertas cerradas por la inseguridad, tenemos abiertas las ventanas de nuestra intimidad y no sabemos quién pasa por la calle y hurga. ¡Ah, qué maravilla!, sin duda, una maravilla. Pero yo me salgo del juego, soy viejo, ya no me adapto tan fácil.