viernes, 28 de octubre de 2011

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO UN LIBRO ES MÁS QUE UN LIBRO




Querida Mariana, dicen que en México los lectores son escasos. Si en la ciudad de México no existe el número deseable de lectores, podés imaginar lo que sucede en nuestro Comitán. La ausencia de librerías ha sido una constante en el pueblo. Acá no hemos tenido profusión de vidrieras donde podamos pegar las narices para oler las portadas de los libros. No tenemos la costumbre de ver, detrás de los cristales, nombres luminosos en las portadas. No nos son cercanos nombres como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Carlos Fuentes y demás Onettis que enredan los Saramagos que en el mundo han sido.
Ayer fui a la casa de Mario. Ahí, en el patio, estaba su hijita Alondra. La niña, en cuanto me vio dejó la muñeca sobre los ladrillos y me abrió los brazos: “¡Tío, ayudame a hacer mi tarea!”.
Yo recién había pasado por la Casa de la Cultura, donde leí un cartel que conmemoraba los ¡18 años del Campus VIII-Comitán, de la UNACH! Y ahí, perdida entre la programación de los festejos, se anunciaba: Quema de libro. Vos y yo sabemos que ello es una tradición, pero si en mí estuviese le cambiaba el nombre. En estos tiempos de confusión, la celebración de la tradicional Quema de libro alude a prácticas fascistas. Se me hace menos agresiva la Quema de batas que realizan los estudiantes del área de las ciencias químicas. ¿A quién se le ocurrió celebrar el fin de la carrera profesional con una quema de libro? ¿Por qué quemar -simbólicamente- el objeto cultural más importante en la vida de un profesionista? El mundo, a veces, envía mensajes confusos.
Y digo esto porque Alondra me pidió que le diera una definición de “libro”. Antes que dijera sí o no o dudara (como es mi costumbre, siempre que me piden algo), su papá le dijo que no molestara, pero Alondra, siempre pepita de calabaza sobre el comal, dijo: “Pero, papá, mi tío es escritor”, y con esto justificó su petición. Yo, acá entre nos, estaba emocionado porque Alondra pidiera que platicáramos acerca del libro. Por lo regular, en estos patios se habla de ríos que no van a dar al arte. La gente habla con gran emoción de sucesos oscuros; miro que alzan la voz, que mueven los brazos, que abren los ojos como si fuesen truchas, cada vez que hablan de muertos, de asaltos, de secuestros, de la última hojalateada que Ninel Conde se hizo, de actos de infidelidad, del clima, de lo que sucede en Libia, del más reciente gasolinazo, de los baches, del embarazo de la hija de la comadre o de que si Matías o Luis Ignacio. Se habla mucho de Sabines (el gobernante) y mucho menos de Sabines (el poeta), poco de esa flama que se llama literatura.
¿Te acordás del libro que leímos hace dos o tres años, que se llama: Fahrenheit 451? Ahí hay una quema de libros, una quema ignominiosa. ¿Por qué los hombres queman libros en esta novela de Ray Bradbury? Porque –los dictadores justifican- los libros angustian y esto hace que la gente no sea feliz. Esto ha sido el pretexto de los sátrapas: los libros son perniciosos, nos dicen y tratan de que los lectores no tengamos acercamiento a los libros para que permanezcamos sin mancha, un poco al estilo de aquella famosa película mexicana: “El castillo de la pureza”, donde el personaje principal (Claudio Brook) evita que sus hijos tengan contacto con el mundo exterior para que no se contaminen con “el mal” que campea en las calles. Por ello los mantiene encerrados en su casa.
Todo es un mero pretexto, porque quien quema un libro quema el espíritu; y quien quema un espíritu quema el destino de grandeza del hombre. La quema es una práctica añeja. La historia nos demuestra que, desde siempre, han existido espíritus cobardes que para justificar su vida estéril niegan su propia esencia.
Y Alondra tiene razón: ¡soy un escritor!, pero, a la manera de Borges, de lo que me siento orgulloso (como polvo de luz sobre un escritorio de cedro) es de los libros que he leído.
Estuve a punto de decir a Alondra que un libro es un patio con flores, un corcholata llena de gránulos de aire, pero me detuve. No lo hice, porque ella escribiría en su libreta de resorte y, a la mañana siguiente, su maestro la reprobaría, porque los adultos no saben que un libro es como una nube de cristal que no se quiebra jamás. Los adultos juran que las nubes están hechas de gotas de agua. Quise decir a Alondra que cuando una niña bonita abre un libro la vida se le viene encima con una cascada de flores y de algodones de París, pero no lo hice porque su maestro…
¿Qué es un libro? El arquitecto Pepe Trujillo presentó una tarde de éstas el libro “Guía de Orquídeas”, cuyo autor es el científico Carlos Rommel Beutelspacher Baigts. Realizó una descripción exacta del contenido y reflexionó acerca del esfuerzo que requiere la factura de un libro. No del proceso de edición, no, no, ¡del esfuerzo de un autor! En el caso del libro comentado, algunas de las preguntas fueron: ¿Cuántas horas le dedicó el autor en trabajo de investigación de campo y de gabinete? ¿Cuántas madrugadas con el café al lado? ¿Cuántas noches durmiendo a la intemperie, metido debajo de la tienda de campaña, expuesto al frío y a los piquetes de zancudos o a la mordedura de alguna serpiente? ¡Dios mío! ¿Cuánto tiempo dejando a la otra vida en la periferia?
Alondra tiene razón: soy escritor. Sé entonces que los novelistas y los escritores de cuentos también invierten muchas horas, muchísimas, en la factura de una obra literaria. Vos sabés que el podómetro es un chunche que mide los pasos de un caminante. Lo usan, sobre todo, los deportistas. Es una pena que los escritores no tengamos un chunche similar para medir el tiempo y el talento invertidos en el acto de creación. Sería maravilloso que, en el momento de abrir el libro, el lector tuviera el dato (en la última hoja) de las horas invertidas; de las hojas arrugadas y enviadas al cesto de basura porque no satisfacían; de las idas y venidas (en el buen sentido) como león enjaulado por el cuarto; de la inmensa nostalgia de saberse solo a la hora que se mira, a través de la ventana, cómo la vida pasa frente a uno, mientras nosotros (los escritores) tratamos de retenerla en unas hojas, sin vivirla a plenitud. ¡Pero no, querida mía, ese chunche no existe! No existe, porque es imposible medir la expansión del universo en la mente de un creador.
Como no hallaba la definición exacta, a Alondra le dije que me tomara una foto, su maestro reconocería aquello de que “Una imagen vale más que mil palabras”. La niña entró a la recámara y regresó con una cámara digital. Yo, con el libro que llevaba, más uno que Mario me prestó, preparé la escenografía. “¡Es como una casita, tío!”, dijo ella en cuanto me vio. Me puse serio, contento, iluminado y Alondra me tomó varias fotos.
Sí, pensé. La fotografía es en homenaje a Gabriel García Márquez, quien una tarde posó para una foto similar. Sí, pensé. El libro es mi casa, es el muro de viento que circunda mi espíritu, es el techo donde las nubes picotean las tejas, es la cueva donde el hombre de siempre se resguarda de los fantasmas que aúllan por la noche, es la alfombra mágica que al hombre lo ayuda a volar por todos los cielos, es el reloj de arena que me trae el polvo de oro de todos los tiempos, es la sala donde tomo café con los espíritus grandes que el mundo ha parido, es el agujero negro, el pozo de luz, la grieta que alimenta al alma.
Y yo, querida mía, que le rehúyo al ojo de la cámara, porque desde siempre el cíclope me causa miedo, posé como si estuviese expuesto en un aparador, sólo para que el libro, aunque sea por un ratito, sea el protagonista de las historias que se cuentan. ¡Qué bueno que en el salón de clases aún se hable del libro! ¡Qué bueno que los niños repitan el acto maravilloso de tomar un libro entre las manos! ¡Qué bueno que aún tengamos la posibilidad de abrir un libro y con ello prender la flama que ilumina al espíritu!
A mí me gustaría que los universitarios hallaran otro modo de celebrar y, sin eliminar esa hermosa tradición de unirse en torno a la fogata, quemaran otro objeto, otro objeto que no sea este chunche hermoso que se llama libro. ¿Por qué no queman un hato de hojas secas de abedul, un poco para significar que el otoño se ha ido y el porvenir presagia la primavera del espíritu? ¡Quemen otro chunche, pero no quemen el libro! El mensaje subliminal que se envía hace daño al corazón del hombre. Hubo épocas oscurantistas donde los libros fueron quemados en intento de quemar el pensamiento del hombre. Ahora quisiéramos épocas menos ingratas.

Pd. Te confieso que cuando me puse el libro sobre la cabeza sentí que me protegía de la lluvia ácida que cae sobre las ciudades y espíritus contaminados. Fue como si el paraguas que Horacio y La Maga aventaron en el Parc Montsouris, una tarde de Rayuela, recuperara su dignidad de paracaídas en vuelo. Quise decir a Alondra que el libro también protege al cuerpo como si éste fuese una línea sobre la superficie del agua, pero no lo hice porque su maestro…

miércoles, 26 de octubre de 2011

HOMENAJE



El profesor Roberto, subdirector del nivel de secundaria de nuestro Colegio Mariano N. Ruiz, me invitó a leer una breve reflexión en el Homenaje a la Bandera. Como era un homenaje hice un homenaje mínimo a mis amigos de toda la vida y a uno de los más fieles e insustituibles. Paso copia.

Igual que ustedes yo estudié la educación secundaria en el Colegio Mariano N. Ruiz. Tuve el privilegio de tener como maestro al padre Carlos J. Mandujano, creador de esta institución donde ahora trabajo y convivo con ustedes. Los mejores amigos que ahora tengo los conocí en la secundaria.
Esto me indica que dicha etapa fue fundamental en mi vida. Mis mejores amigos se llaman Jorge, Enrique, Pedro, Javier, Ramiro, Memo y Miguel. Miguel murió hace años, pero sus amigos de entonces lo seguimos recordando con cariño. Junto con el grupo de amigos, en la secundaria conocí también a un amigo que desde entonces se convirtió en el amigo más fiel y ha permitido mi crecimiento moral e intelectual: el libro. ¡El libro es el objeto cultural más hermoso!
Esta mañana sólo deseo que ustedes, cuando lleguen a mi edad, tengan entre sus mejores amigos a quienes hoy los acompañan y puedan decir con orgullo el nombre de todos ellos y que entre todos esos nombres también puedan decir que el libro sigue estando con ustedes. Gracias.

lunes, 24 de octubre de 2011

PALABRA

Ella dice que buscará su palabra. Lleva varios días en el intento. Hallar la palabra no es sencillo, porque es casi casi como si definiésemos el camino. Yo, desde hace mucho, hallé mi palabra. Mi palabra es Almohada, porque (lo he dicho) tiene algo de alma y de hada. El alma es la esencia del hombre; ¿el hada? alude al mundo fantástico. Desde entonces, mi búsqueda tiene que ver con el crecimiento espiritual y con la búsqueda del niño que fui; niño que vivía inmerso en el mundo de la imaginación. Ella, ahora, busca su palabra. ¡Ah, si fuese posible iluminar su camino! Pero no le es dado a ningún mortal meterse en caminos vedados. Cada uno debe elegir su palabra, pepenar su piedrita de nube para embarrarla en el corazón.

viernes, 21 de octubre de 2011

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL ASOMBRO ESTÁ EN EL VUELO DEL AIRE




Querida Mariana: leo a Cortázar. Leo el libro más reciente. Contiene una serie de cartas que el famoso escritor envió, desde Europa, a su amigo Eduardo Jonquières, en Argentina. Los Jonquières conservaron la correspondencia del Cronopio Mayor y ahora Aurora Bernárdez -primera esposa de Julio Cortázar- la publica.
¡Ya podés imaginar la alegría que este libro causa a los seguidores de Cortázar! Sus lectores están diseminados en todo el mundo. En este libro encontré asociaciones con nuestro pueblo: Comitán. El uso del “vos” está presente en su escritura refinada. No podía ser de otra manera: Julio vivió en Argentina los años de infancia, adolescencia y primeros años de su educación profesional. En el país sudamericano, igual que en Comitán, el uso del voseo es pan de todos los días.
En una ocasión, Sergio Alejandro López Ruiz (director de Todos por Chiapas.com) me preguntó acerca de la pertinencia del uso del voseo en los textos literarios. De inmediato saqué el ejemplo de Cortázar. Si Julio lo emplea en sus nubes literarias significa que el voseo es una voz prestigiosa que le va bien a nuestros cielos. Si la literatura sintetiza la vida, el vos debe aparecer en ella porque el vos es como la savia de nuestros árboles. A mí me emociona oír a los comitecos hablar de vos (no de vos, Mariana, sino de esa variedad dialectal que nos identifica).
Cuando voy al mercado Primero de Mayo, por ejemplo, disfruto el modo de hablar de nuestros paisanos. Ese espacio es como un micro cosmos donde sigue viva la esencia de nuestro pueblo. Es maravilloso pensar que basta caminar una cuadra más allá del parque central para encontrar al Comitán auténtico, al que nos debemos todos. A veces imagino ese espacio como una gran jaula, sin barrotes, donde las aves más hermosas cantan y envían sus chismes al viento (sin necesidad de recurrir al twitter).
¡Ah, es tan bonito y tan sonoro nuestro modo de hablar que parece que los comitecos tuviésemos una marimba en lugar de columna vertebral y un coro de cenzontles en lugar de garganta!
Los argentinos hablan exactamente igual que nosotros, la única diferencia es el timbre de voz. Ellos, igual que nosotros, dicen: “Vení, corré, subí, viví, besá” y mil verbos más. Las agudas nos van bien en los verbos, por esto, los comitecos, somos agudos, agudos en nuestra forma de ser y de pensar. El Pitirijas siempre dice que los comitecos somos ingeniositos. Tal rasgo proviene de nuestra forma de hablar. El voseo es una forma de hablar que se despoja de corbatas y de lentejuelas; es una forma de caminar sobre el césped con los pies descalzos.
Pero, vos lo sabés, los comitecos somos más, ¡mucho más! A nosotros nos encanta hablar en diminutivo y con posesivos, por ello decimos: “Mamá, ¿ya está lista mi milanesa?” o en colmo de lenguaje almibarado: “Mamita, ¿ya está lista mi milanesita?”. Todo lo volvemos nuestro, como si todo fuese un objeto de nuestra propiedad. Tal vez por esto, la poeta Mirtha Luz Pérez Robledo dice: “Yo no soy de Comitán, Comitán es mío”.
¿Y qué más de Julio Cortázar? Pues su capacidad para mirar el mundo. Si Julio escribió muchos cuentos perfectos y Rayuela, una novela llena de luz y de oscuridades donde transita el espíritu del hombre, fue, en parte, por su mirada llena de luz. Existen hombres y mujeres, querida mía, que al ver no reciben luz sino crean luz. Julito fue de los hombres que horadan la piedra para abrir ventanas.
Julio recomendó que la capacidad de asombro jamás decayera; recomendó que los hombres fuésemos ávidos lectores del mundo, incluso en el propio pueblo. ¡No hay otra manera de vivir la vida!
Siempre que camino por las calles de nuestro pueblo o que me siento en una banca del parque o voy en auto hacia La Pila o hacia Yalchivol trato de recordar la sugerencia Cortazariana: “jamás dejés de asombrarte ante el asombro de la vida”.
Este pueblo no tiene las maravillas que poseen París, Buenos Aires, Praga o Florencia. ¡Por supuesto que no! Pero aquellas ciudades no poseen las maravillas nuestras. ¡Todo pueblo del mundo es único! Querida mía, cuando los hombres y mujeres entienden esta obviedad ¡los pueblos defienden su identidad porque es lo que los hace especiales y únicos en el universo!
En Comitán, lo sabemos, no hemos logrado aquilatar lo que poseemos. Existen algunos compas que sueñan con transformar este pueblo y hacen intentos absurdos de réplicas de la Torre Eiffel, de las Pirámides de Keops, de la Plaza de San Marcos o de cualquier rascacielos de Nueva York.
¿En dónde quedaron esas maravillas arquitectónicas realizadas en tejamanil? Eran como cortinas casi casi de aire; eran como esas divisiones que emplean los japoneses. Los arquitectos contemporáneos han desechado el uso de materiales propios de la región y, al sustituirlos con materiales plásticos, han plastificado nuestro corazón. Si alguien empleara el tejamanil, como mero detalle estético, lograría reivindicar nuestro espíritu.
Disfruto las cartas de Cortázar. Vos sabés que el género epistolar ¡llena mis huecos! (por esto, ahora en tiempos de mensajes de celular, siempre elijo estas cartas para dirigirme a vos). Te podría llamar por teléfono o usar el chat, pero prefiero este género que tiene la gracia de revolcar el tiempo apresurado de estos tiempos. En el libro de Cortázar existe esa burbuja que antes nos envolvía a todos los mortales: la espera de una carta era un paréntesis luminoso. ¡Pucha! ¿Imaginás lo que significaba vivir en París y esperar que llegara una carta desde Buenos Aires? Bueno, no vayamos tan lejos, cuando mis compas y yo estudiábamos en la ciudad de México siempre teníamos esa cosquilla nerviosa al esperar noticias de Comitán (en los años setenta). Memo y Javier, que se habían quedado en estas tierras, nos enviaban noticias; asimismo nuestros papás (mi mamá siempre me enviaba periódicos que se editaban en este pueblo o libros escritos por comitecos -pocos, pocos, porque en ese tiempo los libros no eran como los panes compuestos que se hacían por cientos. Bueno, a la fecha sigue igual, pero ahora ya se hacen más intentos. Ahí está ese programa editorial que promueve José Antonio Aguilar Meza, nuestro presidente municipal. ¿Ya miraste que presentaron los números 3 y 4 de la Serie Editorial “La Lectura más cerca de ti”? ¡Y van por más!). Hoy los tiempos son diferentes. Nosotros llenábamos nuestros vacíos con una carta sencilla. Ahora los mensajes son instantáneos. ¡Ah, si ahora viviera el tal Julito, chatearía -desde París- con sus amigos de Buenos Aires sin esa cuerda que era pretexto para brincarla con regocijo cuando enviaba o recibía una carta! Ustedes los jóvenes no pueden entender bien a bien aquellos tiempos.
Este libro me metió en un pasaje secreto, uno (al estilo de Cortázar) en que pasé de estar en este 2011 a estar en 1950 y años posteriores. La lectura de estas cartas tiene el sabor del cielo que toca el voyeur. Los lectores entramos a un mundo privado que, se supondría, nos estaba vedado. Es una serie de cartas enviadas por un hombre a otro hombre, en ese tono confidencial, amistoso y cercano que sólo permite la correspondencia íntima. Es un poco meternos en vidas privadas pero que se convierten en públicas porque su remitente fue público y uno de los hombres más inteligentes y lúdicos que este mundo parió. Por esto, querida mía, es que no me has visto estas últimas tardes. Disculpá, Julio es mi mejor amigo, desde hace muchísimos años y, por el momento, estoy metido en su plática. Alucino. Es como si él -generoso- estuviera conmigo en esa banca del parque de San Sebastián (que tanto me gusta, porque es la banca donde Fito Gómez Vives y yo, componíamos el mundo hace mucho) y me hablara como si yo fuese Eduardo Jonquières y él, al mismo tiempo estuviese en París y yo en Buenos Aires, pero estando ambos en Comitán, en otro tiempo diferente al de su tiempo. ¿Entendés la mescolanza? ¿Sabés por qué ahora no te he visto? Estoy metido en una luciérnaga alucinante y, tal vez, sólo yo y él (Julio) entendemos esta burbuja que no asfixia, sino al contrario ¡da vida!
¿Julio Cortázar en Comitán del 2011? Sí, así es. Cuando menos, ahora que te escribí ya lo invoqué y ahora está acá, en medio de los dos. ¿No es una locura maravillosa? Si podés ¡leé el libro! Conocé a mi mejor amigo de papel, el que me ha servido para envolver la fantasía de los deseos.

Pd. Vos sos mi mejor amiga de aire, la muchacha bonita que ayuda a volar los papalotes de estos cielos.

CAMBIO DE AIRE




Anuncio en casa: “Voy a viajar el fin de semana”. Todo mundo se moviliza. Mi mamá plancha cuatro camisas, Paty coloca pan integral y miel en un contenedor de plástico y yo pongo el libro de Cortázar sobre la mesa. “¿Adónde vas?”, preguntan ellas. A Tuxtla, digo yo. Raymundo me invitó a su casa, a pintar un pedazo de pared. “¡Ah!”, dicen ellas, siguen preparando mi viaje como si yo hubiese anunciado: ¡voy a París! Salgo tan poco que cada aviso de viaje altera la rutina.
Voy a Tuxtla. Subo al camión. Me toca el asiento número cuatro. Desde ahí veo al chofer y la neblina. El chofer, antes de salir, se recuesta sobre el volante, como si una gran carga lo atormentara. ¡Dios mío!, pienso, ¿y si terminó anoche su relación con la novia? No está en condiciones de manejar. Lleva cuarenta personas bajo su responsabilidad. El chofer pareciera escuchar mis cavilaciones, voltea a verme (así, recostado sobre el volante) y sonríe. Se acomoda y prende el motor.
Llego a Tuxtla. Dios es generoso conmigo. El clima es tolerante, unas nubes cubren el sol pero no presagian lluvia. Hago dos “mandados”, rápido, y luego subo a un taxi: a Terán, le digo al chofer. En el trayecto, el taxista me dice: “O fue choque o un atropellado”. Dejo la lectura y miro por la ventanilla. Sobre el camellón está un cuerpo, en la avenida los automovilistas se detienen, miran y siguen su marcha. Dos paramédicos abren la puerta trasera de la ambulancia. Llegamos. “¿Está seguro que es número diez?”, pregunta el taxista. Saco el papel y corroboro la dirección. Sí, seguro. En la banqueta de enfrente hay una casa con el número 265 y en ésta el número 326. Llamo a Raymundo y me dice que sí, que es número 10, que las demás casas son las que están mal, la suya tiene el número correcto. “¡Sí, acá está!”, dice el chofer. Entre el número 472 y el 128 está el 10 de Raymundo. Toco. No abren. “Capaz que no hay nadie”, dice el chofer. Raymundo asoma a mitad de la calle. “Te fui a buscar a la esquina”, dice. Abre los brazos como si partiera en dos el mar del aire y nos abrazamos. El taxista se va.
“Agarrá el pedazo que querás”, dice. Una muchacha bonita, ilustradora de libros infantiles, pinta sobre un pilar. Elijo un pedazo de pared, lo palpo. Estamos sobre el piso de una terraza. Desde ahí se ve el patio central de la casa. Raymundo me cuenta cómo el árbol más viejo cuida del árbol más joven. La casa la compraron para sus papás que viven en Berriozábal, pero, al final, ellos ya no vinieron a Tuxtla y él se quedó con este pedazo de aire que tenía como chipote un pedazo de tierra. Hay hombres que compran terrenos y hombres que compran burbujas de aire. El aire, acá, corre fresco. Ni parece que estuviera en Tuxtla, pienso, pero luego rectifico: ¡No estás en Tuxtla, estás en Terán!
Raymundo me ofrece óleos o acrílicos. Elijo acrílicos. Humedezco la pared, humedezco mi espíritu. Tomo un color sombra y comienzo a dibujar sobre la pared. Luego es un color amarillo ocre, un verde, un azul, una sombra, agua, trapo y aire, mucho aire. La muchacha bonita me cuenta que llega los viernes a pintar (llegan más, muchos más). Raymundo, en otra pared, pinta una silla (él eligió óleos). Apenas permanezco dos horas, dos horas que, como Raymundo Zopilote, se van volando. Debo ir al auditorio de la Rectoría de la UNICACH, donde el Rector presentará el programa del Primer Encuentro Mundial por la Educación Superior del Siglo XXI.
Tal vez la educación en este país mejoraría si los maestros ofrecieran más “aire” a sus alumnos. Me despido. En la noche llego a casa. Me siento en la sala, abro el libro de Cortázar. Paty, desde la cocina, grita: “No comiste ni el pan ni la manzana. Para la otra no te pongo nada”. No fui a París, pero estuve muy cerca del mismo aire que envuelve al Sena y a la Eiffel. Estuve en una torre desde donde vi un río de aire y junto a Raymundo y la muchacha bonita hicimos un puente de aire y de luz. . Alguna de estas mañanas volveré a ese atelier. Gracias, Raymundo, por la complicidad.

miércoles, 19 de octubre de 2011

UNA TARDE DE TÉ DE MENTA




Mónica, mi sobrina de seis años, me preguntó: “¿Qué haces?”. Yo leía, leía “Cartas a los Jonquières”, correspondencia de Julio Cortázar. “¿Me lees?”. ¡Ah, qué fastidio! Por lo regular soy tolerante, pero a Mónica me resulta muy difícil sobrellevarla. ¡Pregunta todo, se mete en todo! “¿Me lees?”, insistió un segundo después. Pensé en leerle la mano: “Acá dice que debes encerrarte dos días en tu cuarto porque algo grave le sobrevendrá al mundo”, pero no lo hice porque ella comenzaría a preguntar “qué tan grave”; “¿sobrevendrá significa que alguien enviará un sobre?”; “¿alguna parte del mundo se salvará?”; “¿nosotros estamos parados en la parte que saldrá más dañada?”. ¡Sí, Mónica, pregunta todo! Quienes la conocen no me dejarán mentir; quienes la conocen se pusieron de acuerdo el otro día para darle a su maestra del primer grado la Medalla al Mérito, en Grado Máximo, pero un día antes la maestra metió un permiso de seis meses, sin goce de sueldo. ¿Y la mamá? Ah, la mamá ¡dalay, dalay! En las tardes trabaja, así que a Mónica la “recomienda” con su abuelita o con sus tíos. Y hoy, hoy precisamente que acabo de recibir el libro de Cortázar, desde Gandhi, México, ¡me tocó cuidarla! ¡Me toca cada quince días! Es una prueba que Dios me envía y la sobrellevo con la dignidad que el empleado del circo levanta los excrementos de los elefantes.
Un segundo después del anterior, insiste: “¿Me lees?”. “Te leo, pero si prometes no interrumpir”, le advierto. “Sí, tío, lo prometo”, dice con su carita de gallina a punto de ser atacada por un tlacuache. Se sienta sobre mis piernas, casi casi sobre el libro. ¡Dalay, dalay!, me digo.
Reanudo mi lectura, en la página 175. Lo hago en voz alta, para compartir con Mónica: “…dile a María que la abrazamos con todo cariño, y a Marisandra que no se coma tus pinturas, salvo el naranja que como su nombre lo indica es un rico postre”.
“¿Marisandra se come las pinturas?” No, digo. “¿Es sólo un nombre o son dos: Mary y Sandra?” ¿Qué me prometiste?, digo. Y ella: “Me gustó lo del color naranja. Los fabricantes de pinturas deberían hacer los colores con sabores. Como dice el señor, el color naranja ya no tienen qué inventarle nada. Pero, tío, si tú fueras inventor de sabores de colores, ¿qué sabor le pondrías al rojo? Yo le pondría sabor de sandía. El amarillo no tiene chiste, siempre sabrá a plátano. A mi mamá le gustan los plátanos dominicos, dice que tienen más sabor. ¿Y el azul? El azul debe tener el sabor de la nieve que vende don Chema y que tiene el color verde. Esto es así porque don Chema está confundido y no lee lo que tú y yo leemos, ¿verdad? ¿Cómo dices que se llama el escritor? ¡Ah, ya, ya, ya me acordé! Es el del cuento del otro día, ¿no? El del osito que se mete adentro de las tuberías de los departamentos de París y limpia el hollín con sus pelitos. Acá en Comitán el osito no tendría trabajo, porque ¡ni hay ositos, ni hay trabajo de limpiatuberías! Tío, ¿por qué acá no hay ositos? Bueno, yo tengo un osito, pero es de peluche y no dejo que mi mamá me lo quite. Tío, ya no me dijiste si Marisandra sólo es un nombre o son dos; si es nombre de una persona o es de dos. ¿Te acuerdas que el otro día me leíste poemas de Álvaro de Campos que es heterónimo de Pessoa? ¿Son dos en uno? ¡No, son tres! ¡No, cuatro! Cuatro poetas en uno, ¡qué huevos de gallina!, ¿verdad tío? ¿Marisandra es dos en una o es una en dos? ¿Como los tres mosqueteros que eran uno para todos y todos para uno? ¿Por qué los adultos tienen esa costumbre de no respetar los números y dicen que los tres mosqueteros eran cuatro?”.
Algún lector de El Heraldo podrá pensar que exagero. El día que guste lo invito a venir a Comitán para que conozca a Mónica. Lo reto a que esté dos horas con ella, no más. Claro, le advierto que debe traer una buena dotación de sobres de Dalay, acá -lo prometo- tendré té de tila y música de Debussy.
No, le digo a Marisandra, Mónica es un solo nombre. Mi sobrina ríe, se tira en el suelo y patalea de la risa. Se ríe porque me confundí con los nombres. ¡Dios mío, es que esta niña debe ser como treinta niñas en una! Y yo, Dios mío, yo soy un simple uno, un simple tío.

lunes, 17 de octubre de 2011

CARTA ABIERTA A LA DIRECTORA DE CONECULTA-CHIAPAS




I

Respetada Licenciada Marvin Lorena Arriaga Córdova: escribo esta carta con el afán de compartir con Usted y con los lectores una pregunta que, por ratos, aunque no me quita el sueño ¡sí me alerta!: ¿cuál es la obligación del Estado para difundir las artes?
Permitirá que este tema central derive, como un río caudaloso, en afluentes menores que van a dar a otras orillas. Y una de las otras orillas es la transcripción fiel de una serie de cartas que, a través del correo electrónico, envié a la Lic. Ana María Avendaño Zebadúa, Directora de Publicaciones, de la Institución que usted dirige (la primera carta -misiva, dirían los clásicos- la envié el 10 de agosto del presente año y la última el 3 de octubre).
En los mensajes que envié uso algunas palabras de esas llamadas picantes. Soy un convencido de que todas las palabras contenidas en el diccionario son hermosas y sus sonidos son como goteo de agua clara. A veces, como si estuviese en un jardín japonés, escucho la gota sobre la piedra del lenguaje y algo como un aleteo Divino me refresca. En Comitán, mis afectos saben que, en pláticas amistosas, empleo todas las palabras sin distingo (nunca he discriminado alguna voz, todas conforman nuestro maravilloso código de comunicación). Con Ana María tengo una relación amistosa y por esto me permito emplear palabras que ella tolera -imagino- con una sonrisa de atardecer tuxtleco. Usted, así en corto, con sus afectos, ¿no se avienta una que otra palabrita de chubasco?
¿Cuál es la obligación del Estado para difundir las artes? No pregunto ¿por qué es importante difundir el arte?, porque eso está fuera de toda discusión. Es importante su difusión porque el arte ¡es vida!, y la obligación del Estado es trasfundir vida a la patria y a sus moradores. ¡Esa es su principal misión! En el Programa Cultural Chiapas 2010-2012 (que se puede consultar en la página electrónica de Coneculta-Chiapas) hay un apartado que promete: “Fortalecer el apoyo para escritores y artistas chiapanecos”.
Pienso que ustedes han dado la mejor respuesta a la pregunta que, no me desvela, pero sí me alerta: ¿cuál es la obligación del Estado para difundir las artes? ¡Apoyarlas y fortalecerlas! En un país con gran riqueza cultural, pero con grandes atrasos sociales, la difusión y promoción del arte es una alternativa real. Si el Estado fomenta el arte, los jóvenes soñarán con ser de grandes algo más que “Chicharito” o “El Vítor, de Cien Mexicanos dijieron”. No es bueno para la patria que toda su juventud aspire a ser futbolista o un simple comediante simple. ¿Cómo puede darse el retorno al humanismo y a los valores fundamentales en que se ha sustentado el crecimiento intelectual de las grandes sociedades? ¿Cómo contrarrestar los signos de violencia que se trepan a todas nuestras nubes, actualmente? ¡Ya ustedes lo dijeron: a través del fortalecimiento del apoyo a los creadores! (en nuestro caso, de los “escritores y artistas chiapanecos”).
Pero, usted lo sabe, el propio ideario del actual gobierno lo manifiesta: “Hechos, no palabras”. Si la palabra no conlleva a la acción ¡es letra muerta! Y la letra muerta, ¡Dios mío!, pudre los espíritus de los hombres.
¿Cómo se apoya y fortalece al espíritu de la creación chiapaneca? ¿En qué espacio escuchamos las voces de los poetas y narradores chiapanecos? Sí, sí, sé qué se abren espacios, pero debe admitir que el balón de fútbol, por ejemplo, es inmenso con respecto a la matatena de la literatura. Y el deber de Coneculta-Chiapas es poner a jugar matatena a más jóvenes en intento de abrir una hendija de gracia en su corazón para sembrar luz en su pensamiento. ¿Estoy equivocado?

II
Este arguende sale por una cuestión meramente personal. ¿Entonces por qué hago público algo íntimo? Porque, a la vez, tiene que ver con el hilo que tuercen los creadores chiapanecos, todos los días.
Para que sepa por dónde va el agua de este río, comparto el primer mensaje que dirigí a la Directora de Publicaciones de la Institución que Usted dirige:
Querida Ana María, me has de soñar ya, porque a cada rato estoy jodiendo.
Comparto contigo mi alegría porque hoy envié mi segunda novelilla. ¡Es una bendición de Dios poder contar con estos chunches electrónicos y compartir con los afectos y lectores mi creación! Como te he dicho, soy muy consciente de mis limitaciones. No soy poeta y, sin embargo, ya Coneculta me editó un librincillo. Pero sí me asumo como narrador y entonces esta novelilla me produce chentura. ¿Es buena? No lo sé, yo qué voy a saber. El único referente que tengo es que mis “Arenillas” gustan a más de dos. Por esto, de manera respetuosa, te lanzo un reto amistoso: ¡Leé mi novelilla!, por favor. Leé no más de veinte páginas. Si al llegar al final te aburrió y pensás que vale madres, ¡botala, mandala a la chingada! (mandala, en comiteco, suena a ese maravilloso concepto hindú). Pero, si la novelilla (apelo a tu capacidad lectora) no te disgusta y le seguís entrando y llegás al final ¡tenés que publicarla! Mil ejemplares, una portadita decente, pero eso sí, interiores no tan jodidos como los de “Conjuros” (vos y yo sabemos. Soy editor, la impresión de los interiores está para llorar). La tenés que publicar porque sería imperdonable que Coneculta, la Marvin y vos ignoraran mi trabajo. En este caso no pido favor ni me hinco ante ustedes, simple y sencillamente pido que cumplan con su labor de difundir la obra de los creadores chiapanecos.
Claro, si, como dije antes, la novelilla, de acuerdo con tu criterio inteligente y honesto vale una pura y celestial chingada ¡mandala (de nuevo) al mismo territorio! Y tan amigos. Pero eso sí, te pido, por favor, no ignorés este mensaje y, después de tu lectura de veinte páginas que te suplico leás, me digás tu comentario. Estaré pendiente de tu respuesta. Este correito lo hago en términos de amigos, pero con carácter serio, de un creador chiapaneco a una autoridad cultural de nuestro Chiapas. Comentáselo a la Marvin, nada me daría más gusto que así como me saluda de lejitos, ahora tuviéramos un acercamiento real y ella también aceptara el reto amistoso y leyera las veinte paginitas que pido (lástima que no tengo su correo. Bueno, tal vez sea mejor, porque si no respondiera mi mensaje, me sentiría menospreciado).
¿Cuánto tardás en leerlo? Este fin de semana lo podés hacer. Servite un cafecito, arrellanate en tu sillón favorito y dedicale diez minutos a tu amigo, diez pinches minutos te
pido, no más. ¿Es posible? Apelo a tu generosidad y a tu profesionalismo en el encargo que ahora tenés.
Te miré muy movidita acá en Comitán, me dio gusto mirarte, siempre de lejos. Mis afectos saben que soy escaso, no soy mamón ni pendejo ni orgulloso. Más bien, siempre he sido tímido. Va pues mi cariño para vos.

Hasta acá el correo, enviado el 10 de agosto del presente año. Le cuento que mi primera novelilla breve la escribí hace como cuatro o cinco años, se llama “Dios también resuelve crucigramas” y es una novelilla sencilla (como todo lo que hago). La que compartí (como libro digital) el día que envié el correo se llama: “Yo también me llamo Vincent” y, gracias a Dios, a la fecha ya ha sido leída por varios lectores que me han expresado sus comentarios (es un privilegio de autor saber qué reacciones provocan sus “provocaciones”).
Ahora que conoce el contenido de mi petición hacia Ana María, Usted me puede decir si incurrí en algo que estuviese fuera de mis derechos como creador chiapaneco. Incluso dejé abierta una ventana para que ella mintiera y respondiera que la había leído y no cumplía con el mínimo de calidad. Pero ella es una funcionaria honesta y jamás actuaría así. Por eso dejé que el aire entrara a toda la habitación. Ahora aprovecho para agradecer a Ana María su integridad intelectual.
¿Cuál fue la respuesta? Se la cuento en la próxima entrega, porque ahora ya se agotó el espacio.

III
Cinco días después de mi correo, envié un recordatorio en estos términos:
Querida Ana María: tengo espíritu “Cortazariano”. Julio respondía cada carta que le llegaba. Parece que vos no sos así.
No obstante, te suplico me hagás saber tu comentario acerca de mi petición del mensaje anterior.
Te lancé un reto amistoso (como lo hice con todos mis afectos). En tu caso hay una diferencia, porque además de mi amiga sos funcionaria de este rollo donde se publican los librincillos.
Espero que respondás porque de lo contrario, en lugar de un reto amistoso, vos me estarías enviando un reto “inafectuoso”, dado tu silencio.
No deseo causar molestias, por eso me recarga dirigirme a las autoridades, pero entiendo que no hay otro camino para evitar el desmadre que existe en este país. Vos sabés que el suceso ocurrido a Efraín Bartolomé tiene mucho que ver en la desidia de las autoridades “culturales” que no cumplen con su deber de poner libros en manos de la juventud y niñez mexicanas.
Sigo pensando que, como dice Angélica, sos chingona en tu chamba. Por el bien de la patria, no quisiera modificar tal impresión.
Te mando un abrazo.

Ante este reclamo, Ana me escribió el mismo día, muy atenta, lo siguiente:
Estimado Alejandro, sin duda la leeré lo más pronto posible y te escribiré de nuevo, un abrazo.
Yo, igual que medio mundo, entiendo que el tiempo de los funcionarios públicos es diferente al tiempo de los mortales comunes. Así lo demuestra la profusión de las palabras del escritor y el laconismo del mensaje de la funcionaria. Por lo mismo, sólo pedí la lectura de veinte páginas (claro, estaba latente la posibilidad de que a mi lectora llamara su atención la novelilla y entonces, como cualquier lector, le destinara más tiempo, pero ya por placer, por el bendito placer de la lectura). El placer de la lectura se asume como una gracia bendita de quienes laboran en maceteros donde crece la vaina del arte. Mi inmediata respuesta fue:
Gracias, querida Ana María. Estaré pendiente. Un abrazo.
¿Cómo se traducen diez minutos del tiempo de gente de a pie al horario de los funcionarios? ¿En horas, en días, en meses, en años, en sexenios? El “primo de un amigo” me ha contado la desesperación que ha padecido al recibir una y otra vez la promesa de atender su asunto sin ver que tal asunto ya no digamos que camine sino que cuando menos deje de estar sentado. ¿Y la patria? ¿Cómo es el tiempo que necesita la patria para andar como debe andar? Mi padre decía que “el tiempo perdido, los santos lo lloran”. El tiempo, respetada Licenciada, es un motivo esencial en esta carta. El tiempo es el cordel y la vida ¡el trompo! Si no le damos con fuerza al cordel ¡el trompo cesa su movimiento! El movimiento, entonces, respetada Licenciada, es un motivo esencial en esta carta. La parálisis contagia y envenena. Mucha gente coincide conmigo (o, más bien, yo coincido con ellos) en que nuestro país está inmerso en una burbuja estática. Si el país aún no se paraliza es porque, a diario, millones de personas de a pie (incluidos los creadores) le trasfunden savia.
El 21 de agosto, con pena, con cierta vergüenza, metí una cuñita:
Querida Ana María, conozco el lenguaje de los políticos y los funcionarios que actúan como tales: “La leeré lo más pronto posible”; “Te escribiré de nuevo”; “Llámame luego”; “Pronto te tendré una respuesta”; “Se está atendiendo su petición”.
Por esto insisto: diez minutos y tu comentario de lectora y de amiga.
Un abrazo.


IV
Se entiende que al pedir los famosos diez minutos alentaba una esperanza: la esperanza de que mi respetada y avezada lectora encontrara algo de luz en mi novelilla y con eso el aval para una digna publicación en papel. ¿Para qué? ¿Un acto de vanidad? ¿Me permite invitarla a un juego de imaginación? Imaginemos a Julio Cortázar (uno de mis maestros más entrañables) en su departamento de París, imaginémoslo viendo sus libros publicados. ¿Qué acto de vanidad puede existir en un escritor famoso, metido en una buhardilla, regodeándose con sus libros publicados? ¿Tiene alguna importancia en la expansión del universo? ¡No lo creo! Parece que la importancia de los libros de Julio radica en los millones de corazones y espíritus que ha tocado y seguirá tocando. La importancia del libro impreso radica en el maravilloso acto de abrirlo y leerlo tomando una taza de café; en medio de una plaza; brincando adentro de la combi que brinca los baches en las calles de Tuxtla (o de cualquier ciudad de Chiapas); trepado en la rama de un árbol; sobre un columpio; recostado en las piernas de la mujer amada o del amado; en una hamaca; frente al mar; al amar. El libro no hace más o menos escritor al escritor, el libro ¡hace más humano al lector! La vanidad del autor es irrelevante ante el corazón iluminado de quien lee a Sabines, a Efraín Bartolomé, a Gustavo Ruiz Pascacio, a Gabriel Hernández, a José Martínez, a García Márquez, a Saramago, a Jesús Morales Bermúdez, a Heberto Morales Constantino. Las decenas de horas ensartadas en la soledad para el acto de creación encuentran su justificación en el instante que se prende la luz de un cerillo en el corazón del lector. Así, entonces, los libros son importantes para el hombre de a pie, para el lector, y no para el ego del autor. La fama, cuando llega, es un mero sucedáneo, una mera tea que no alumbra más que el rincón donde el escritor sigue, necio, terco, escarbando los agujeros negros del espíritu. Así que la impresión de un libro no es un acto de soberbia para el autor, sino un acto de humildad ante el asombro del lector. El autor abre las manos y, generoso, entrega la semilla para la tierra. Es responsabilidad del Estado propiciar dicho encuentro, a través de instancias culturales como la que Usted dirige. A veces vemos que el gobierno federal manda imprimir un texto de Carlos Fuentes con un tiraje de miles y miles de ejemplares y los que amamos a la patria pensamos que ¡eso es prender un cerillo que exorciza oscuridades!
Un cerillo, ese fue el objeto que me alentó. Cuentan que a Einstein le preguntaron cuál era el descubrimiento más memorable en la historia de la humanidad y él dijo: ¡el cerillo! A Ana le pedí hallara, en esos diez famosos minutos, algo como la flama de un cerillo. Si esto no sucedía, pues entonces le pedí usara el cerillo para quemar la novelilla. Por ello, el 29 de septiembre (un mes y medio después de la respuesta donde ella ofrecía leer la novelilla “lo más pronto posible”) escribí:
Querida Ana, con respeto te recuerdo que el 10 de agosto te hice un “reto” amistoso; el 15 prometiste regalarme diez pinches minutos para la lectura de la novelilla y darme tu opinión; es 29 de septiembre y miro que has ignorado mi petición. Insisto en mi petición inicial: diez minutos, veinte páginas, no más. Si vale madres lo botás, si no, estás en el compromiso de publicarla. ¿Debo hablar con la Marvin? Espero tu amable respuesta. Un abrazo.
Un cerillo, apenas un cerillo. Esto somos los creadores. Los funcionarios están acostumbrados a estar frente a reflectores, tal vez por esto, en ocasiones, se mimetizan y se piensan eso: reflectores, ¡lámparas incandescentes!, ¡faros equiparables al de Alejandría!
El 3 de octubre recibí amable y tolerante respuesta:
Estimado Alejandro: pues aquí me tienes, el tiempo no es mi aliado y no me había sido posible responderte.
El “reto” amistoso, como has dado en llamarle fue eso, amistoso. “La leo y te comento, claro que sí, te dije”. “Si vale madres lo botás, si no, estás en el compromiso de publicarla”, me dices. Como tu amiga, agradezco que me tengas en esa consideración, te digo honestamente no puede haber ninguna obligación de publicarla, pues estaría trasgrediendo el derecho de otras personas que, como tú, buscan la publicación de sus obras y para ello las han hecho llegar al Consejo para su valoración.
Fue un “reto” amistoso Alejandro, repito tus palabras. No es apuesta, mucho menos oficial.
Espero tengas la paciencia para esperar mis comentarios sobre tu novela.
Un abrazo sincero.

A veces, respetada Licenciada Marvin, se me da la ironía. El comentario que ahora hago está exento de ella: la respuesta de Ana María es digna del encargo que tiene. La sigo considerando una mujer que responde con ética al encargo que Usted le designó. Lo único que lamento como amigo, de veras, es que, hasta la fecha, sigue sin regalarme los famosos diez minutos.

V
Comencé esta carta preguntando: ¿Cuál es la obligación del Estado para difundir las artes? Si el deber de las instancias culturales públicas (léase Coneculta-Chiapas) es el de procurar guías para abrir ventanas al espíritu, creo que una responsabilidad es el respeto hacia el acto de creación.
Ante la atenta respuesta de Ana María respondí, el mismo 3 de octubre:
Sí, querida Ana, tenés razón, yo jamás sujetaría mi obra a la “valoración” de un Consejo. En algunos concursos de “poesía” que he participado -en Chiapas- luego me entero de jurados que son más mudos que yo para escribir y eso me parece una falta de respeto. Como te he dicho siempre ¡soy muy consciente de mis limitaciones!, pero, eso sí, soy muy respetuoso de mi obra. Sé en dónde está colocada, por sí misma, no por amistades, no por actos donde tenga que arrastrarme. Por encima de todo tengo muy en alto el concepto de dignidad. Pensé que, al escribirte, daba oportunidad a Coneculta Chiapas de valorar, con honestidad, una obrita sencilla, muy sencilla, alejada de pretensiones vanas, pero con un camino certero. Pensé que podía incidir en el camino que Chiapas debe tener. A veces se publica tanta basura, pero, bueno, olvidalo.
Olvidá mi reto “amistoso”. Olvidalo. Pasa nada. Cuando decidí publicar la novela en línea, decidí dejarlo todo en manos de Dios. El correo que te envié sólo fue un guiño para saber si ustedes, las autoridades culturales, podían reconocer en mi obra algún hilo de luz que pudiera dar luz a Chiapas. Así que no te preocupés. Olvidalo. Pasa nada. Amigos como siempre.
Hay gente que le va al “América”, gente que le va al “Guadalajara”, incluso hay mudos que le van al “Jaguares” (Dios mío) por decreto. Yo no le voy a alguno de estos equipos, sólo juego -con toda el alma- con el equipo que se llama Chiapas. Los creadores ponemos el corazón por Chiapas, desde siempre (vos lo sabés), son los funcionarios quienes no ponen a Chiapas en su corazón (vos lo sabés). ¿Todo mundo hace fila en esa fila que me decís, para ser publicado? Por supuesto que no. Yo no me coloco en la fila de los amigos, ni de los recomendados, ni, tampoco, en la fila interminable de los que hacen fila toda su vida. Me coloqué, un ratito, en el lado de tu corazón, mi amiga, pero, como vos intuís, perfectamente, no necesito hacer alguna clase de fila. Si me atreví a lanzarte el reto amistoso fue porque pensé que vos abrirías la puerta, sin sugerir la grosería de pasar a la ventanilla donde está el Consejo: ¡que el Consejo coma las plumas de otros polluelos!
He visto cómo en esos equipos mediocres que te mencioné arriba existen gentes especializadas que acuden a los campos llaneros y buscan los talentos.
En el equipo de ustedes, según me contás, es al contrario, la gente tiene que hacer fila y como esto no es fútbol para constatar la calidad del juego en la cancha, a cada rato nos meten cachirules. ¡Qué horror! ¡Qué pena!
No te preocupés, mi obra camina sin necesidad de muletas, por obra y gracia de la mayor gracia y obra del universo: Dios, que está por encima de patios mediocres.
Prometo no volver a fastidiarte, sé que el tiempo no es tu aliado y te resulta casi imposible dedicar diez pinches minutos a tu amigo. ¡Qué pena!
Te mando un abrazo y, como siempre, a Dios le pido que todo vaya bien en tu parcela.

Hasta acá mi intercambio epistolar con Ana María. Ahora ¿sí me permite ser tantito irónico? Fueron 54 días, o lo que es lo mismo: mil 296 horas, o lo que es lo mismo: setenta y siete mil 760 minutos en donde solicité, con todo respeto: 10 minutos.
Por esto pregunto: ¿qué sucede con mis compañeros artistas que, desde la banqueta de enfrente, solicitan apoyos? Si yo, que me precio de ser amigo de la Directora de Publicaciones; si yo, que soy periodista y tengo acceso a este medio; si yo, que como creador llevo metido en el tachilgüil de la literatura más de treinta años, ¡tengo este trato!, ¿qué será de los jóvenes, los que comienzan, los que andan en los campos llaneros del arte?

VI
Respetada Licenciada Marvin, no podemos irle a Los Jaguares por decreto. La afición por el deporte se da desde el corazón, más que por la razón. Y como todo amor, el amor al fútbol nace desde el conocimiento. Dicen los que saben que no se puede amar algo que se desconoce. ¿Cómo, entonces, se da el amor al arte? Sin vendas en los ojos y sin vendas en el entendimiento. La única manera de acceder al arte es a través de los sentidos: necesitamos oler, palpar y mirar el arte. Necesitamos tenerlo como el pan nuestro de todos los días.
Todos los días a todas horas estamos expuestos a una inmensa avalancha de productos culturales sintéticos. Nos hace falta el trigo para nuestro pan integral, el que da agua para alimentar nuestros sueños y nuestros deseos. Nos hace falta lo auténtico ¡para crear una sociedad auténtica!
Hablo a título personal. Si en mí estuviese le cambiaba el Festival Internacional Rosario Castellanos por talleres, por espacios donde los niños y jóvenes aprendan a querer el arte. Se lo cambiaba por una mega pantalla para instalarla en el parque central de mi pueblo (su pueblo, también) para que todo mundo, a la hora de caminar, a la hora de estar sentado en las bancas o en las gradas, a la hora de tomarle la mano al amado o a la amada embarraran en su corazón un concierto con la Filarmónica de Nueva York o un toquín de un grupo de jazz de Finlandia. Sería maravilloso que a la hora en que los chiquitíos jugaran resbaladilla en las piedras lajas, pudieran ver una función de títeres de Alemania. Que los viejos de este pueblo se sorprendieran con el Ballet Bolshoi o con una exposición de pintura. La tecnología actual permite que, a través de pantallas, el mundo llegue hasta nuestros patios. Es deber del Estado ofrecer alternativas culturales a los pueblos. Reproducir lo que los emporios televisivos nos sambuten día a día ¡es un desacierto! Debemos abrir las manos, de manera generosa, y decirle al mundo de acá que, como decía la Chayo, “hay otros modos de ser”.
Si en mí estuviese le cambiaba el Festival Internacional Rosario Castellanos porque el famoso festival ya no tiene algo de Internacional y sí muy poco de Rosario. Es un simple festival.
En fin. Agradezco su tiempo en la lectura de esta carta. Espero, con todo respeto, un comentario ante lo expuesto.
Le ofrezco mis obras ¡para Chiapas! ¿Puede Usted dedicarme los diez minutos? No sé bien cómo funciona esto de una petición ante una instancia gubernamental. Sé que es un Derecho Constitucional que ante toda petición realizada, con comedimiento y respeto, la autoridad tiene la obligación de dar respuesta puntual. Si mi novelilla (“Yo también me llamo Vincent”) tiene algún mérito, aunque sea menor, debe procurársele aire, mucho aire, para que vuele, en nombre de nuestro estado. Usted, como la autoridad máxima en materia de promoción de las artes de Chiapas, tiene los medios para promover el talento de esta olvidada zona del mundo y tiene la obligación moral de cumplir con el programa de Coneculta-Chiapas en el fortalecimiento de apoyos para creadores.
Desde el 10 de agosto la novelilla se ha leído. He tenido (privilegio de autor ante la duda de la efectividad de su mensaje) algunas opiniones. El poeta Roberto López Moreno, Premio Chiapas, y amigo personal suyo, me escribió y dijo: “…es la mejor novela que se ha escrito en Chiapas en los últimos diez años.”. Este comentario me advierte tres caminos: primero, su afecto de río desbordado; segundo, su desconocimiento, por distancia, de novelas escritas por chiapanecos, que son de factura impecable; y tercero, que la experiencia de un gran lector y creador da el aval para decir que mi novelilla ¡no es tan mala!, y, por lo tanto, merece, cuando menos, la atención de las autoridades culturales de Chiapas (el Doctor Sarelly Martínez también hizo favor de escribir un comentario donde señaló defectos y virtudes, concluyendo en que la novelilla es un “libro ligerito, sabroso”).
Soy un escritor y artista chiapaneco, reclamo apoyo de la máxima instancia cultural de mi estado. Claro, siempre y cuando exista el mínimo decoro en mi acto de creación. Le mando un abrazo, con respeto, y quedo en espera de respuesta.

domingo, 16 de octubre de 2011

ARENILLA PARA MARTHA KARINA VELÁZQUEZ HERNÁNDEZ




Karina es sicóloga. Da clases a nivel universitario. Es la maestra que todo alumno desea tener. Su físico es la primera ventana para acercarse a su casa, pero, un segundo después, medio mundo se da cuenta que su estancia es agradable, como si su espíritu fuese una brasa para ayudar a los ciegos del alma. Muchos alumnos se acercan a ella, como si fuese la “doctora corazón”, y le confían sus secretos. ¿Cómo le hace para ayudar a que la gente bote sus piedras y ella no termine siendo la “Pípila” del diván?
Acá, sólo como un juego, la invitamos a recostarse en el diván de las Arenillas para que, con luz tenue y sugerente, jugara a ser paciente. ¡Y fue muy paciente y dejó que la luz de Freud y de Jung iluminara su cuerpo y, ya de pasada, su alma!

1.- ¿Qué pasa si se detiene la lluvia de mariposas que moja tu cuerpo?
Creo que lo primero sería el no poder tener sensibilidad en cuanto a mi ser; si se detienen, perdería la sensación de poder sentir el viento y quedaría semimuerta, como esos árboles en el desierto. ¡De pie, pero muerta en vida! Siento que para tenerle sabor a la vida, hay que tener un godete de sabores, texturas, colores, aromas y sensaciones en general.

2.- ¿Qué clase de árbol es Comitán?
Es un laurel, es frondoso, no da frutos sabrosos, pero da cobijo con una sombra espléndida; y pocos saben apreciar tal especie.

3.- ¿Qué viento remueve la luz que ilumina tu pecho?
El viento más cálido, como la pasión, debido a que cada actividad que realizo lo hago en base a la pasión que siento.

4.- La experiencia ¿es una vieja que tiene osteoporosis?
No, es un Gandhi; es lo mejor que puede tener un ser humano: toda la riqueza, toda la vivencia, que será lo único que llevaremos al viaje eterno. La experiencia es un libro en el cual escribimos y si lo leemos nos puede hacer volver a tener esa vivencia, que a lo largo del tiempo podemos interpretar mejor.

5.- Si tu amado te ofrece "pan con lo mismo", ¿en qué habitación lo disfrutas?
En la oficina, en la sala, porque son escenarios que permiten explorar, que permiten disfrutar sin la presión de lo mismo. ¡Saborear ese pan con lo mismo, mas no en el mismo escenario, es poder darle otro sabor, es una nueva experiencia!

6.- ¿Qué mastica el hijo que no tiene madre?
Mastica maduración extrema, debido a que debe enfrentarse a la vida sin una de las principales guías y pilares de la vida. Tiene de dos: o mastica maduración o mastica inseguridad, depende del hambre que tenga.

7.- Si la vergüenza fuese una parte de tu cuerpo ¿cuál sería?
La frente, porque es lo más observable en el ser humano, no se puede esconder la vergüenza, sólo se puede pintar o darle un trasfondo diferente, pero queda a la vista, y las personas pueden percibirla. Tras cada vergüenza, el ser humano debiera experimentar la oportunidad de sentir, que puede sentir, que está vivo, esto visto desde el ser positivo.

8.- ¿En qué momento de la película aparece el cansancio de la vida?
Depende de quien la viva, muchos nacen cansados, nacen con la pesadez, se puede decir que hay quienes, desde el inicio de la película, sienten el cansancio; en lo particular, pienso que se deben tomar ciertos descansos, pero no que esto sea una forma de vida, porque entre tantos descansos el cuerpo y la mente se acostumbran y pierden sabor de la película. Creo firmemente que la película, desde que inicia hasta que termina, debe verse para entender a cada personaje que en ella interviene.

9.- Si un relámpago brilla en la oscuridad del instante ¿qué significa?
Que la naturaleza tiene expresión, no se puede ver en toda oscuridad, siempre deben existir relámpagos que con su esplendor ilumine todo el espectro; creo que cada relámpago es una energía liberada que permite entender que tan grande es Dios y cómo ha creado maravillas. No todo es malo alrededor de un relámpago.

10.- Cuenta la leyenda que hubo un pueblo donde la caca era la moneda para comprar objetos, ¿qué moraleja podés deducir?
Hay cosas inservibles en las que gastamos gran cantidad monetaria, en la que depositamos gran cantidad emocional y que al analizar, no sabemos ni para qué la obtuvimos. Creo que entre menos carguemos, ¡mejor! Lo sencillo siempre es menos pesado.

(Martha Karina Velázquez Hernández nació el 5 de junio de 1984, en Tuxtla Gutiérrez. Radicó en Tapachula, donde estudió la Licenciatura en Sicología. Ha participado en grupos de danza y teatro; realizado programas de radio y de televisión local. Disfruta un buen café, una copa de vino, acampar y el rapel. Está casada y tiene un hijo).

sábado, 15 de octubre de 2011

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO COMITÁN HUELE A MIEL DE CHIMBO




Querida Mariana: ¿cuál es el color de Comitán? Este pueblo ¿tiene una textura especial? Cuando era chiquitío caminaba repasando con mis manos las paredes de las fachadas. Algo, como un polvito, me quedaba en los dedos. Años después supe que la pintura de esas fachadas era una mezcla especial que contenía, entre otras sustancias, baba de nopal. ¿Lo imaginás? Ese día supe, también, que los pueblos tienen colores y texturas especiales; y tienen aromas y sabores diferentes. Esto, entre otros arguendes, es lo que da carácter y personalidad a los pueblos.
¿Cuál es el color que domina en la ciudad de San Cristóbal de Las Casas? Hay un gris metálico suspendido en sus nubes y sobre los árboles húmedos. ¿Y Tuxtla? Es bien fácil descubrir su color, basta mirar el naranja de sus framboyanes, que se derrama como ofrenda permanente hacia El Sumidero. ¿Y Comitán?
El color de las fachadas que me quedaba entre los dedos tenía algo de rojo, como ese color deslavado que vemos en las pirámides de esta zona. Claro, no sólo me quedaba la huella del color. Al caminar por estas calles benditas de Dios me quedaba, en el espíritu, un aroma de juncia fresca o, si caminaba por la calle de Jesusito, un olor acre de cuero que salía de las talabarterías. Y no sólo esto se impregnaba en mi alma, también asomaba un coraje envuelto en una carcajada, porque en las paredes me topaba con el clásico mensaje: “Si quiere ser feliz siga la raya”, y yo, ingenuo, divertido, curioso, niño al fin, seguía fielmente la rayita, como si mi dedo fuese un carrito que no debía salirse de la carretera. Al final de la raya, casi interminable, aparecía otro letrero: “Chinga tu madre”. ¿Chingar a la madre hacía la felicidad? “Es una broma”, decía mi papá cuando le contaba; y mi mamá sonreía, me abrazaba y yo pedía a Dios que no rompiera ese encanto, porque su abrazo me hacía feliz y no quería chingarla, no, ¡no! Cuando volvía a salir a la calle y miraba el letrero de: “Si quiere ser…” yo lo ignoraba, pero, vos sabés cómo es la fuerza de la costumbre, al final de la rayita volvía a leer el letrero y, de nuevo, los mismos fantasmas aparecían en mi cabeza. ¿Hasta cuándo iba a soportar eso? Un día, no sé de dónde tomé valor (vos sabés que no soy héroe), fui a la bodega de la casa y busqué un clavo. Salí y seguí la rayita -con el dedo índice de mi mano izquierda- y al llegar al final, no me di chance de titubear: con el clavo comencé a borronear el letrero, como poseído por algún demonio hijo de su madre. A medida que el letrero desaparecía debajo del esgrafiado que hacía, como si fuese Picasso, algo como una sonrisa apareció en mi corazón, hasta que sentí una mano violenta que me cogió de la manga de la camisa: “Cabrón, dejá de rayar mi pared”. ¡Dios mío!, querida Mariana, el dueño de la casa me tenía agarrado del cogote y yo, como jolote en temporada decembrina, movía temerosamente mis alas. “Le voy a decir a tu papá”, me dijo y, como despedida, me metió un manotazo en la cabeza, de esos que ahora llaman “guajoloteros”. Yo corrí a la casa, corrí, llorando. En la puerta me topé con mi mamá. Ya sabrás, ella abrió sus ojos como si viera abrirse la tierra y yo, como si fuese Moisés, abrí su mar y me abrí en llanto. Diez minutos después ya estaba don Alberto tocando la puerta. Él explicó a mi papá y mi papá le explicó a él. El enojo de don Alberto se volvió río apacible y mi papá y él terminaron, en el corredor de la casa, tomando un café de olla bien calientito. Carmelino, ayudante en la casa, acomodó la mesita; Sara, la sirvienta, colocó un mantelito blanco; y mi mamá sirvió un cesto de mimbre con roscas, cemitas y pastelitos de manjar (don Alberto los tomaba con el pulgar y el índice y se los zampaba de una tarascada). Mi papá me llamó. Fui. Don Alberto rió, me abrazó y dijo: “¡Ay, muchachos, cuánta travesura hacen!”. Yo entré a mi cuarto y pensé: “Bonito asunto. Yo ni hice algo y ¡cómo me pagan!”. Pensé que la vida era injusta. La vergüenza y el dolor debieron ser para el autor de la rayita y de los letreros y no para mí que logré borrar esa mentada que ofendía a medio Comitán; pero… en ese momento entró mi mamá con una taza de chocolate bien caliente y con un pan compuesto de tío Jul, los puso sobre la mesita de noche y luego me abrazó. En ese instante me reconcilié con la vida. Desde entonces supe que la vida es justa. ¡Los injustos son los cabrones!
¿Comitán es blanco? Una vez, mi maestra Elsa Díaz Ordaz, en la facultad de Humanidades, me dijo: “Tu pueblo tiene el color de la buganvilia”, y Rocío, quien es una gran admiradora de nuestro pueblo, dijo: “No, Comitán tienen el color del tenocté”. ¿Quién tiene la razón? La buganvilia es flor común en pueblos comunes, en cambio, el tenocté sólo se da en determinadas regiones, pero su presencia es muy escasa durante todo el año.
Carlitos Rojas Irecta, el columnista de “Identidad política” publicó una fotografía en el facebook. Ahí, el comiteco Luis Ernesto Cuervo Pinto, destacado profesionista que radica en el Distrito Federal, porta una playera con la leyenda: “¡Viva el salvadillo con temperante!”. ¡Ah, no sabés la cantidad de mensajes que colocó la gente, motivada con tal detalle! Parece que el rojo del temperante está muy cercano a nuestro carácter. No sé en cuántos pueblos hacen este ritual de abrir un hoyo al pan para que se “empape” de líquido. No creo que muchos. Sobre todo pensando en lo antihigiénico que resulta que alguien le meta el dedo y lo juguetee para hacer más profundo el hueco para que el temperante entre más (¡Dios mío, la descripción de la escena, incluso, se presta a imágenes sicalípticas! Tal vez por esto a la prima de un amigo le dicen: “La temperante con salvadillo”, anda a saber bien a bien porqué).
Entiendo que hacer temperante no es complicado y pudiera hacerse en cualquier lugar del mundo, ¡pero no lo hacen! En cambio, los comitecos, ¡gran poder de Dios!, a cada instante consumimos el temperante salido del fogón. Doña Cholita me contó que hacer temperante tiene su secreto, el secreto es que se bate una clara de huevo, con la mano, adentro del agua. Cuando el agua hierve, la clara “recoge” la suciedad del azúcar. ¿Mirás qué prodigio? El extracto de grana es el último ingrediente que se echa al temperante, una vez que el agua ya está fría. Cuentan que el extracto lo compraban con doña Natalia Mora; ahora se puede comprar en la Farmacia de don Manuelito Pinto (qepd). ¿Sabés de dónde sacaba la grana la mamá de doña Cholita? ¡De las cochinillas de la tuna silvestre! En su rancho raspaba las pencas y luego lo molía en el metate. Algo de la baba del nopal y algo de la tuna silvestre nos ha formado durante muchos años.
Luis Ernesto vino a decirnos, ahora que estuvo de vacaciones por su pueblo, que este pueblo está hecho, en buena medida, de ese color maravilloso que parece extraído del corazón. Por eso, los comitecos tenemos un aroma de canela y un ligero picante de clavo.
No hay disfrute más grande que tener entre las manos un salvadillo con temperante. No hay delicia semejante al abrir la boca y darle un bocado al pan bien empapado con el espíritu de la grana. ¡No hay mayor prodigio que sentir cómo las manos y los labios se manchan con el color de los labios del universo!
¿Y qué me decís del chimbo? ¿Y qué de las tostadas de manteca? ¿Y qué de los panes compuestos o de los huesos servidos con picles y con esa salsa hecha con chile ancho, que también tiene el color del petirrojo? Los manteles comitecos, en día de fiesta, se manchan de colores desconocidos en otras latitudes. Mientras el mantel oaxaqueño se mancha con un mole negro intenso, en Comitán nuestro mantel se mancha con el discreto color bronce que emana de la chanfaina.

Pd. ¿Será que las sensaciones también tienen color? A veces miro a algunas muchachas que se ponen coloradas por algún piropo que les hacen. Ese color temperante lo provoca el pudor. A veces, también, cuando tío Concho se enoja como enjambre alborotado, se pone colorado como brasa de fogón. Este color lo dicta el sentimiento de enojo. Si los sentidos también tienen su color, ¿qué color te evoca la caricia de tu novio? ¿Y dónde dejás el color del jocoatol? ¿Y dónde el color del color?

viernes, 14 de octubre de 2011

CON BOLETO DE IDA Y VUELTA

A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en mujeres que son como pasaporte vigente y mujeres que son como llanta ponchada de tractor.
La mujer pasaporte tiene alas en cada una de sus páginas. No es mujer de un solo hombre, porque es más interesante conforme su piel acumula más sellos.
Está llena de amaneceres, de rocío salpicado con miradas de arco iris. Sus durmientes han recibido trenes de vapor y eléctricos; y sus mares ¡barcos de todo calado!
Nadie puede detener su vuelo, sólo la policía fronteriza es capaz de marcarle el alto, pero ella usa esta pausa para pintarse el rostro que despierta tantos deseos.
Cuando llega a una playa se extiende como catre y deja que la marea juegue con ella. Los historiadores más avanzados sugieren que Hitler conoció a una mujer pasaporte, por ello decidió que el mundo sería mejor sin fronteras.
Ella sueña en todas las lenguas y en todas las aguas. Su misión en la vida es el tendido de puentes a cada instante. Sólo a algunos hombres les permite que le exijan visa. Por los cuerpos de los demás hombres viaja como Pedro por su casa.
Los estudiosos de la literatura cuentan que Kafka escribió una versión femenina de “La Metamorfosis”, donde Goya Samsa despertó convertida en una cucaracha que soñaba con ser águila.
Su palabra más querida es: fuga. Por esto siempre parece estar constantemente perseguida. Lo cierto es que ella es la línea más terca de la carretera, la que le da sabor al misterio.
Ella prefiere un hombre que la refrende constantemente, que juegue a ser un país en temporada alta, que juegue a tocar su puerta de viento para que ella diga: “¡pasa!” y luego cobre el porte.
Ella prefiere un hombre con sonrisa de Las Vegas, con caricias del Sahara y con sortilegios del Mar Muerto. A las diez de la noche pide que le descongelen el Antártico y que le prendan el Faro de Alejandría; a las doce de la noche le gusta que le desarmen la Torre Eiffel y le resanen el Pont des Arts; a las dos de la madrugada exige que le repinten la Capilla Sixtina y le compongan la Quinta Sinfonía, de Beethoven.
Es mejor aquélla que fue expedida recientemente y tiene vigencia de tres años; aunque puede ser una experiencia interesante caminar al lado de una que vivió los tiempos en que el PRI era la Dictadura Perfecta.
El amado debe tener cuidado de no llevarla a arenas movedizas ni a los puentes de Praga, ambos territorios atan las cuerdas de sus barcos.
Le encanta que, a la hora de amar, su amado le ponga sonidos de barcos zarpando de los puertos o sonidos de silbatos de tren en subida. Su papel favorito es el papel arroz y le encanta subir a las cimas para ver los atardeceres. Siempre tiene listas sus maletas y jamás rehúye alguna invitación para subir al Himalaya o para viajar al infierno en compañía de los cantos de Dante.
Si alguien le exige elegir una temporada ideal, ella cierra los ojos y dice que todo el año para ella es verano.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como la falta de costumbre, y mujeres que son como el exceso a la hora de gemir.

miércoles, 12 de octubre de 2011

LOS CAMINOS EXTRAVIADOS




Pobres los pobres. ¿En dónde tienden su petate si, lo dice el imaginario colectivo, “no tienen petate en dónde caerse muertos”?
Pobres los mexicanos a quienes no les gusta el fútbol, porque el fútbol, en este país, está instalado en todos lados. Pareciera parte obligada de la vida ser “chiva”, “puma” o “jaguar” (¡Dios mío!).
Pobres los que aman la paz porque acá, en este país a cada rato la guerra es un aro que rueda por las calles.
Pobres los que aman la ciencia porque, a “ciencia cierta”, la ciencia mexicana se hace en el extranjero a través de los sabios que se treparon en esa ilógica carretera que se llama “fuga de cerebros”. Y ya sabemos por qué se vieron obligados a hacerlo.
Pobres los pobres. Porque no es seguro que de ellos sea “el reino de los cielos”.
Pobres los que creen que el “cine es mejor que la vida” y viven su vida como si vivieran en una película sin vivir la vida verdadera.
Pobres los que creen que la mierda puede disimularse con unas gotas de Channel 5.
Pobres los que aman a sus amadas como si ellas fueran ríos de aguas mansas; pobres los que son como Vargas Llosa y nunca habían leído poemas del más reciente Nobel de Literatura; pobres los que, todas las mañanas, no tienen más horizonte que la ventanilla de la combi; pobres los que se sumergen a la alberca sin saber nadar; pobres los que tienen pasaporte y visa vigentes pero no tienen la fuerza para viajar a la otra vida.
Pobres los lectores ciegos que están llenos de callos y leen como si pasaran su mano sobre la piel de una mujer llena de baches.
Pobres los que nunca han tenido la bendición de ser tocados por la lectura de una Arenilla.
Pobres los pobres. Porque no es seguro que de ellos sea “el cielo de los reinos”.
Pobres los que, en medio de la oscuridad, necesitan un cerillo para prender su miedo; pobres los que se abrazan a la vida como si fuera el último cuerpo que tendrán al alcance; pobres los que insisten en decir que “mientras más conocen al hombre más quieren a su perro”. ¡Más les valiera volverse perros!
Pobres los pobres. Porque algún día se darán cuenta que es tan fácil y tan simple pasar de la indigencia total a la repugnante opulencia de diputado.
Pobres los que caminan de puntillas para no despertar a la mujer que finge dormir; pobres los que sonríen con sonrisa de “Colgate”, sin saber que la estupidez no les queda; pobres los que se tragan sus complejos como si fuesen un alimento balanceado; pobres los que viven en otras regiones del mundo soñando, cada noche, con su pueblo; pobres los que no tienen algo más que hacer los domingos que quedarse en casa, vestidos en pants; pobres los que son materiales; pobres los que son espirituales; pobres los que son nada; pobres los que son todo; pobres los que navegan sobre la luna.
Pobres los pobres. Porque no les queda el consuelo de los gatos, de sobarse en las piernas de los poderosos.
Pobres, en fin, todos aquellos que corren como desesperados sin saber qué nubes tienen cara de elefantes o de unicornios. Estos últimos son los más pobres de los pobres.

lunes, 10 de octubre de 2011

UN CORTO




Leemos juntos. Estamos en su departamento. Ella está arrellanada en el sillón del rincón y yo en el que está en el paso de la puerta de entrada a la cocina. La televisión está prendida en el canal donde exhiben cine mexicano. Ella dice que no soporta el silencio, así que siempre prende la televisión o la radio o el aparato que “lee” los compactos. Esta tarde ha elegido la televisión y ha elegido cine mexicano. A mí, al principio, me distrae, pero luego de dos minutos logro concentrarme en la lectura. Leemos “Seda”, de Alessandro Baricco. Ella me lo sugirió ayer. El Doctor Sarelly había deslizado la idea en un texto que escribió. Leemos juntos. “De la uno a la dos, dos y tres”, que en su idioma significa que leemos las páginas uno y dos y luego, como si fuese carrera de algo, da el conteo: ¡una, dos y tres, arrancan!
A la hora que prendió el aparato ya estaba cercano el fin de la cinta “Sofía”, un filme de Alan Coton. Una actriz recita algunos versos de Sor Juana. La escena se desarrolla en Nepantla, lugar de nacimiento de la décima musa. Leemos, pero ambos escuchamos, es como si tuviésemos un pie en el andén y otro en el ferrocarril. Vemos lo mismo, leemos lo mismo, escuchamos lo mismo, pero formulamos dos lecturas diferentes. En cuanto lleguemos al final de la página dos, lo sabemos, cerraremos los legajos y nos pondremos a intercambiar imágenes suscitadas y lograremos nuevas asociaciones. Así es el proceso que se da cuando dos seres leen y comparten lo mismo; así es cuando dos seres comparten la vida, el instante maravilloso de la vida. Afuera llueve. Adentro, en la sala, el sonido del reloj de pared apenas es un murmullo. Ella sube el volumen a la televisión. Pienso que tendré que subir el “volumen” de mi lectura. Estoy a punto de sugerirle que apaguemos la televisión, la luz y el libro y nos dediquemos a escuchar cómo el agua resbala inclemente sobre todas las plantas del jardín, sobre todas las baldosas, sobre todos los tejados del pueblo. Llueve como si fuese necesaria la lluvia para crecer los deseos.
Ella tiene su pierna izquierda sobre el sillón, doblada, sostiene su pierna derecha cuyo pie está en el piso; la pierna está un tanto extendida. Dicha extensión le permite mover el pie rítmicamente como si escuchara una canción del siglo XIX o moviera una silla mecedora.
Ella y yo jamás habíamos leído algo de Baricco, pero ante la mención del Doctor Sarelly, ella brincó como si fuese una niña en el parque y dijo: “¡debemos leerlo!”. Lo demás es historia. Una mañana llegó y dijo: “acá está una de tu tocayo, lo bajé del Internet” y yo sonreí, extendí el brazo y acepté el engargolado. Mientras lo hojeaba dije: “esto del Internet ¡es una maravilla!”. “Sí -dijo ella- la vida es la maravilla”. Sí, dije, y recité unos versos de Serrat: “Qué maravilla de maravilla la maravilla”.
Leemos. Pero vemos la televisión. El filme termina. Anuncian un cortometraje, con la actuación de Daniel Giménez Cacho. “Es buen actor”, dice ella. “Sí”, digo yo. Sin ponernos de acuerdo, al unísono colocamos los legajos sobre nuestro regazo y nos disponemos a ver el corto. Se titula: “Adiós mamá”. Él está en un supermercado, hace compras, elige un vino, toma una revista, se forma en la fila para pagar, la señora que está delante de él se vuelve y lo ve fijamente, le dice que se parece mucho a su hijo, a su hijo muerto, el que murió en un accidente, el que nunca se despidió de ella. Él está sorprendido, no deja que la mujer lo toque, lo acaricie, pero cede a la petición de la mujer de despedirla con un ¡adiós mamá!, entonces, ella, no la actriz que interpreta al personaje en el corto, sino ella, la que lee en el sillón del rincón, dice: “Ah, qué bobera, le ensartará la cuenta del súper”. Sí, digo yo, qué bobera. Seguimos viendo el corto sabiendo lo que sucederá.
¡Qué bobera!, pensamos antes. Qué bobera mirar una historia que no te sorprenderá, que no te iluminará. Sin ponernos de acuerdo, tomamos los legajos y seguimos leyendo, mientras, en la pantalla el actor se sorprende (¡qué pendejo el Daniel, qué pendejo el director del corto, qué pendejo el guionista!) ante el cobro desmesurado de la dependiente y pone su cara de tonto cuando la muchacha le explica que él compró sólo el pan, el vino y la revista, pero “su mamá” compró muchas cosas.
Sigue lloviendo. En la sala hay una suavidad como de tela de seda que flota. Ella dice que está a punto de sugerir que apaguemos la tele, la luz y el libro y escuchemos el sonido del agua. Sube ambas piernas al sillón y se recuesta. El corazón del reloj de pared late pausado.

viernes, 7 de octubre de 2011

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO VEINTE AÑOS SÍ ES LO MISMO QUE LOS TRES MOSQUETEROS




Querida Mariana: la escritora Mónica Lavín tiene la costumbre de colocar una fotografía en su escritorio cuando escribe una novela. Eso le ayuda a generar imágenes. Hoy, querida mía, imito el método de Mónica y te comparto una fotografía de Javier que tengo sobre mi escritorio. Él, orgulloso, me la envió por el Internet. He pasado largo tiempo viéndola, no tanto por las muchachas bonitas que lo acompañan, sino porque en esta foto, como en los millones de fotos que ahora los amigos están enviando a sus amigos en todo el mundo, están imbricados tres elementos: la amistad, el tiempo y la incógnita. La amistad es una incógnita que alienta el tiempo: el tiempo es lineal y fluye sobre una superficie plana o sobre una pendiente.
A pesar de que el tiempo es inmutable, a cada rato escucho decir que a los viejos el tiempo se les hace más corto (¡el tiempo!, dije que el tiempo se les hace más corto). Por el contrario, en la infancia el tiempo se hace muy largo.
¿Recordás cómo tardaba en llegar la temporada de navidad o el día del cumpleaños? ¿Recordás cómo se hacía eterna la noche del veinticuatro de diciembre? Estábamos vuelta y vuelta sobre la cama en espera de que amaneciera para ir a la sala y destapar los regalos que nos había dejado El Viejito de la Noche Buena (Santa Clós para vos).
Cuando el tiempo fluye en una pendiente, nos parece eterno si vamos de subida y se hace agua entre los dedos cuando vamos de bajada. Esta imagen a los comitecos nos resulta muy cercana pues nuestras calles tienen una vocación indeclinable de resbaladilla. El mito cuenta que Mariano N. Ruiz se carteaba con el famoso Albert Einstein (no existe documento que avale tal versión). Es una pena que no haya sido así, porque en cualquiera de esas, don Mariano hubiese invitado a Einstein a visitar este pueblo y, ¡segurísimo!, el físico habría encontrado, caminando por estas calles, nuevas relaciones del tiempo con el universo. ¿Por qué digo esto? No sé si has percibido que en este pueblo bendito por Dios el tiempo no es el mismo en todos lados. Al común denominador de los mortales nos parecen intrascendentes esas leves diferencias, pero una mente brillante, como la de don Albert, podría descubrir hallazgos acerca de la mutabilidad del tiempo inmutable.
En el Centro de la ciudad, el tiempo avanza al ritmo de una gran ciudad; los automovilistas se enervan y, a pesar de que en Comitán el “peatón es primero”, los autos, como leones en estepa, corren tras una presa imaginaria. El caos de los autos se complementa con el ruido de aparatos de sonido que salen de los negocios. Este caos hace que el tiempo fluya con más velocidad. Hombres y mujeres caminan con paso apresurado. Pero, basta “bajar” a Yalchivol, por ejemplo, para encontrar otro ritmo, un ritmo más pausado. En las ladrilleras el tiempo se cuece lento.
En la ciudad de México el tiempo no alcanza; en Comitán aún tenemos tiempo de sobra. Y si vamos a La Trinitaria, por ejemplo, hallamos un ritmo de tortuga sabia. Einstein haría algún entrecruzamiento al respecto. Desde hace muchos años los científicos descubrieron que nuestro universo está en expansión, dicen que el efecto del Big Bang sigue creciendo. Pero ahora, recientemente, los científicos descubrieron que dicha expansión se está acelerando (a los descubridores de este arguende les acaban de otorgar el Premio Nobel de Física). Mientras la expansión se aleja más de un hipotético centro ¡crece más rápido! No es una bobera, entonces, decir que el centro del universo tiene un tiempo diferente al que se reproduce en los “bordes” actuales, un poco como si el centro fuese Yalchivol y la periferia tuviese un ritmo, no sólo de nuestro Centro Histórico, sino de avenidas de Tokio, a la hora de salida del trabajo.
Y esto lo sabemos los hombres, sin saberlo bien a bien. Sabemos que el universo será infinito hasta que la expansión comience a contraerse. Los hombres y mujeres somos frágiles y finitos, apenas una brizna de polvo en el Cosmos. Por esto, los hombres tenemos la costumbre de fotografiar instantes para “eternizarlos”. El Javier, que en esta foto se mira muy chento, eternizó ese instante. Es una fotografía de apenas hace diez o quince días y, ¡Dios mío!, ya todo ha cambiado. Quienes están ahí ya no son los mismos. ¿En dónde están las muchachas bonitas que lo acompañan? ¿El Javier les preguntó su nombre? ¿Fue una simple coincidencia que no volverá a repetirse jamás? Cuando Enrique vio la foto me comentó: “¡Hasta parece feliz!”.
Y digo que toda fotografía es una incógnita porque nunca sabremos cómo se dan esos entrecruzamientos instantáneos que, a veces, definen destinos. ¿Cómo el Javier se topó con estas dos muchachas bonitas? Javier, Quique y yo, más los demás amigos de la flota, nos encontramos a fines de los años sesenta, en el Colegio Mariano N. Ruiz, donde estudiamos la secundaria. Ahí fuimos tocados por la flor de la amistad.
No recuerdo, te lo juro, cómo vos y yo coincidimos. Da ganas en este instante repetir lo que dice la canción de un famoso trovador cubano: “…tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio ¡y coincidir!”. El pueblo más pequeño es un gran mundo en cuanto a los entrecruzamientos. Acá en Comitán nos topamos una y otra vez en la calle con medio mundo de acá y, sin embargo, no nos hacemos amigos, pero a veces basta un mínimo espacio, una cafetería o un museo, para que el prodigio de la amistad ¡suceda! No recuerdo con exactitud el instante en que Javier se hizo mi amigo; no recuerdo la bendición cuando Dios me puso frente a vos y nos hicimos amigos. Todos los días hay entrecruzamientos que bordan telarañas, pero sólo algunos hilos están predestinados.
En China, me cuenta un amigo que es estudioso de la cultura de ese país, hubo un tiempo en que existían amistades por búsqueda. Una mujer sabia llegaba a los pueblos y buscaba las personalidades gemelas, aquéllas que hubiesen nacido el mismo día y a la misma hora. Cuando encontraban a las niñas predestinadas realizaban un ritual que hermanaba a dichas niñas y las convertía en amigas para toda la vida. ¿Mirás qué maravilla? En occidente, nuestras relaciones de amistad están definidas por el azar. Un día salimos a la calle y, por esa luz indecible que tiene el destino, conocemos a alguien que se convierte en el gran amigo o en la amiga que es como la luz para los atardeceres de nuestra vida.
Javier, chento, me mandó la foto. Tal vez recordó las palabras de Sabines que aseguran que “a estas alturas, la juventud sólo puede llegarme por contagio”. Javier intituló a la foto de la siguiente manera: “¡para que vean!”, y nosotros, sus amigos, la vimos. Vimos que él hace esfuerzos por detener lo que es imposible: la expansión del universo y la elongación del tiempo.
¡Qué bueno que el Javier no es chamula, porque no hubiese permitido la foto, pues su espíritu podía ser robado! ¡Qué bueno que el Javier no practica la filosofía zen, porque el código de conducta le hubiese recomendado “no tomarse fotos con famosos”!
Javier tiene la costumbre de ir, todos los días, un rato en la mañana y otro rato en la tarde, al café de La Casa de la Cultura. Ahí se sienta, en medio del caos del Centro Histórico, al lado de otros amigos y, como si estuviese en una burbuja, entra a otra medida del tiempo, un tiempo donde ve cómo se agota el tiempo. Es un poco como si algo del espíritu de Yalchivol estuviese a su lado; un poco como si esos amigos de la mesa cuadrada estuviesen en el centro del universo y presenciaran cómo el universo se expande, ahora, de manera acelerada.

Pd. Javier y yo hemos sigo amigos más de cuarenta años. ¿Cómo la amistad logra ser una liga que se estira tanto sin romperse? ¿Cuánto tiempo vos y yo seremos amigos? No lo sé, pero -disculpá- no creo que sea tanto tiempo como el que llevo siendo amigo con él. Mientras Dios decide que el universo de nuestro afecto comience a contraerse, le doy gracias por la bendición de tu compañía y tu complicidad. En cada instante tomo una foto del “instante” y lo embarro en mi espíritu y en mi corazón. “…tantos mundos, tanto espacio ¡y coincidir!”. ¿Cuándo leemos una novela de Mónica Lavín? No lo digás en voz alta, no lo digás a alguien: ¡la amistad es el mejor elogio a la vida!

DE LAS LUNAS


Con un respetuoso abrazo a las familias
Guillén Cota y Guillén Castañeda, por la ausencia física de don Marianito.




Octubre posee diversas lunas. Para los creyentes es un mes dedicado a San Francisco de Asís. Hay, aunque cada vez es más escasa, gente que, como el santo: “desea poco y lo poco que desea lo desea poco”. Para quienes tienen espíritu aventurero, octubre significa “descubrimiento” y ahí andan como Colón tratando de encontrar una nueva ruta para llegar a las indias o a las mestizas o a las que vienen del otro lado del mar. Para quienes la palabra sigue siendo viento para limpiar los cielos brumosos, el Concurso Nacional de Oratoria “Dr. Belisario Domínguez”, es una oportunidad para sembrar esperanzas. Resulta un acierto constatar que el Ayuntamiento de Comitán 2011-2012 rescató este certamen que pondera los méritos del héroe comiteco y recuerda la importancia de la libertad en tiempos atribulados.
Para los románticos -aún existen, aunque lo duden- octubre es el mes de la luna más hermosa, del cielo que envuelve a los espíritus que se sientan debajo de los cipreses y recitan aquello de: “Yo puedo escribir los versos más tristes esta noche”, o aquel versecillo que dice que “El amor es el silencio más fino”. ¡Ah, el amor, ah, octubre!
Para don Neto, octubre es el mes en que se intensifica su dolor de huesos; la humedad y la cercanía del frío comienzan a untarle alfileres en su esqueleto.
Doña Eufrasia, cuando ve la señal en el cielo, entra a su cuarto y elimina la hoja que tiene el mes de septiembre en el calendario. El movimiento que realiza con los ojos cerrados -desde hace sesenta y cinco años, que inició al cumplir los quince- es un movimiento exacto: toma la hoja por la parte central, con los dedos pulgar e índice y da un tirón hacia abajo; abre los ojos y descubre la palabra Octubre, mes en que comienza un nuevo año de vida (ella nació el 30 de septiembre, a las once de la noche con cincuenta y nueve minutos).
Hay una parte de la población mundial que ignora a San Francisco y a los descubridores; gente que le vale un comino la luna que cuelga en el cielo, así como ignora quién fue Belisario Domínguez y porqué su mano derecha es como una tea revolucionaria, pero que tiene a octubre en la agenda de su pensamiento por la entrega del Premio Nobel. Y dentro de esta fauna extraña, resalta la supuesta minoría que está pendiente del escritor que recibirá el Premio de Literatura. El tiempo se va con la misma rapidez con que el agua de Mario Vargas Llosa se hizo hilo. Siempre es así: ¡muerto el Rey, viva el Rey! En este 2011, Latinoamérica y la lengua española están eliminados de antemano. El Nobel de Literatura corresponderá a otra lengua. Escribo esta Arenilla horas antes de que se conozca el nombre del ganador, por esto, ahora que el lector lee esta línea ya sabe quién obtuvo el premio.
Dentro de la minoría de gente interesada por saber el nombre del ganador del Nobel de Literatura, existe también una minoría snob que corre a las librerías, año tras año, a conseguir los libros del premiado o a revisar las páginas del Internet que brindan información del autor y de su obra.
Pero como el tiempo es una hoja en caída libre, una mañana, Don Neto se colocará frazadas en sus piernas, abrirá la ventana y el renuevo en una rama de durazno le dirá que el frío se ha retirado. Así, el nombre del nuevo ganador del Nobel se perderá en los laberintos de las líneas de sus libros y la emoción será un animal en hibernación. Será hasta el otro año que los románticos esperarán la luna de octubre y recitarán aquel verso que dice: “El día que me quieras, para nosotros dos, cabrá en un solo beso la beatitud de Dios”. Será hasta otro octubre cuando un escritor reciba el agua lustral que lo bendecirá para siempre.

miércoles, 5 de octubre de 2011

EN SAN AGUSTÍN



NOTA: SERGIO PEÑA ENVIÓ EL SIGUIENTE TEXTO, CON LA PETICIÓN DE QUE SE INCLUYERA EN ESTE BLOG. ¡VA!
Cinco de la mañana y todo sereno. Las maletas están listas y rebosantes. Me dirijo a tomar una combi en la línea Lagos de Montebello - Comitán. Es agradable encontrar compañeros que se dirigen a otras comunidades circunvecinas. Este ciclo será importante para mí porque emprenderé nuevos proyectos. Ayer en el Mesenger encontré una alumna de mi escuela anterior y me dijo “nunca lo podre olvidar por usred es y sera el aestro mas hermoso pok ademas lo nolo kise komo maestro si no komo un propio papa”. ¡La ortografía me mató!
¿Cómo será mi comunidad? ¿Habrá internet? Estas y otras preguntas como: ¿qué tipo de alumnos tendré? La semana pasada me enteré que la mayoría de las personas de la comunidad profesa la religión adventista del séptimo día; por cierto, llevo una pequeña investigación para no estar dormido.
Lagos de Montebello es un espectáculo maravilloso cuando aclara el día. No puedo mencionar uno solo porque quitaría belleza a los demás. Luego de dos horas y media de viaje, una profesora de Primaria me dice: "¡ahí esta su tele!", Con agrado me encuentro en San Agustín, Municipio de Las Margaritas, Chiapas. Vegetación exuberante, un clima gélido y agradable, casas humeantes y techos de lámina… en fin, una estampa panorámica excelente a los ojos de pocos.
El transporte me deja a pocos metros de la entrada a la escuela y los chamacos corren susurrantes. 08:35 de la mañana y la presencia de algunos padres de familia, alumnos y caballos alegran el pórtico. Algunos alumnos corren a recibirme y me dicen: “Buenos días, maestro”. Los padres se apresuran a preguntar qué papeles son los necesarios para la inscripción y su hijo aguarda a su lado esperando la indicación para dirigirse a su salón de clases. Los mayores, que imagino están de tercer grado, corren presurosos tras el balón todo lastimado de tanta aporreada. Otros solo observan mi entrada, mi explicación, mi dirección.
Tan a la mano viene la llegada de otro compañero maestro saludando a todos los alumnos. Es el maestro Víctor quien llegó por permuta un mes antes de terminar el ciclo anterior. Me presento y continuamos con la recepción de documentos. La hora de receso llega y bajamos a la casa de Floridalma quien nos invita el pollo de rancho con frijoles y unas tortillas de mano divinas. Su mamá torteando en el fogón de la casa y con un aroma de dioses.
Es tarde. Nos instalamos en una casa que nos permite el alojamiento. Una colchoneta, la cobija y una almohada de pensamientos me acompañan.