viernes, 9 de diciembre de 2011

LA EXTENSIÓN DEL CORAZÓN*

El noventa y tantos por ciento de los hombres y mujeres del mundo tienen manos. Las manos son extensiones del cuerpo que nos permiten tocar el mundo. Imaginemos ¿qué haríamos si no tuviésemos manos?
Hablando de extensiones, el escritor argentino Jorge Luis Borges decía que el libro es la extensión de la memoria y de la imaginación.
Las manos, no siempre reflexionamos en ello, son los asteroides del universo del tacto.
Acá en Comitán se cuenta un chiste donde una mujer le dice a su amado: “tacteame”. La mujer, sin duda, quería que el amado lo “tacteara” a través de esas extensiones que permiten a los amantes sentir que el universo está a la vuelta de la esquina. Y esas extensiones son las manos, los pies, la lengua y, disculpen si me sonrojo, el pene.
Se cuenta, también, que Santo Tomás era un gran incrédulo, por esto, cuando sus compas le dijeron que habían visto al Maestro (Jesús de Nazareth) él no lo creyó. Por esto, Jesús llegó hasta Tomás y le dijo: “Acerca aquí tu dedo y mira mis manos…”. Santo Tomás, para creer, tenía una gran necesidad de “tactear”. Tal vez, por esto, los novios “tactean” a sus novias; lo hacen para creer, para creer que son las mujeres más bellas, que son las más fieles, las más cercanas. Lo hacen con el mismo asombro con que, a veces, extienden la mano para cortar el fruto más jugoso del árbol.
Pero las manos no sólo sirven para acariciar o para entregar una flor a la mujer más linda. He visto, tal vez ustedes también, cómo, en el colectivo, alguien se lleva la mano a la nariz, hurga una fosa nasal y saca un moco, lo hace bolita y luego, silbando, lo pega en la parte baja del asiento. ¡Dios mío, qué cosas, además de chicles, podemos hallar debajo de los asientos de los autobuses! También he visto, y tal vez ustedes también, cómo, en el mismo colectivo, un muchacho coloca la mano sobre su rodilla y poco a poco, al ritmo de los baches, la baja para rozar apenas el muslo de la muchacha bonita que está sentada a su lado (no sé, tal vez, alguien de ustedes ha sido la muchacha bonita o el muchacho de la mano atrevida).
Pero, las manos sirven para más. Díganme, por favor, para qué más usamos las manos. Hoy en la mañana, las usamos para tomar el cepillo de dientes o el de del cabello; las usamos para tomar el vaso con el jugo de naranja o con el licuado que preparó nuestra madre; las usamos para coger (sin albur) el pomo de la puerta para cerrarla. Las manos, las usamos para acomodarnos el cabello a la hora de bajar del colectivo o del auto; las usamos para cargar la mochila donde van los cuadernos y la lap top; las usamos, vaya que las usamos, para enviar mensajes a los amados o a las amadas a través del celular; las usamos a la hora que vamos al baño, a la hora que borramos el pizarrón, a la hora que escribimos en los teclados de las computadoras, a la hora que acariciamos la superficie del tablero de la silla imaginando que son los muslos de la maestra o del profesor. Las usamos de noche y de día. Piensen, por favor, tantito, en todos los usos que le dan a esas maravillosas extensiones de nuestro cuerpo.
Un día, hace mucho tiempo, reflexioné en esto que ahora comparto con ustedes. Y me di cuenta que yo, estudiante de la Universidad Nacional Autónoma de México, usaba mis extensiones corpóreas, no sólo para acariciar las manos de mi amada, ni para abrir el misterio de su secreto, sino que también las usaba para acariciar y abrir los secretos misterios de esa extensión sublime que, según Borges, son los libros. Sí, muchachos, sí, yo cargaba con pasión los libros, a todas partes.
Caí en la cuenta que desde el Jardín de Niños, las manos habían sido mis cómplices perfectos en ese acto maravilloso de cargar, abrir y dar vuelta a la página del libro. Me di cuenta que, de niño, había rayado libros y, qué pena, de nuevo, había embadurnado mis dedos con saliva para dar vuelta a las páginas de libros, a veces nuevos, a veces viejos. Las manos, entonces, me han abierto no sólo puertas y ventanas físicas, sino también las metafísicas que alimentan a la imaginación.
Y ese día, muchachos, también caí en la cuenta que yo nunca caí en la trampa que siempre nos quieren imponer los poderosos. No sé si ustedes (yo creo que sí), ya se dieron cuenta que los mayores, los poderosos, cuando alguien habla de libros, se llevan la mano a la boca y bostezan. Sí, qué pena, las manos también sirven para denotar cansancio a la hora que tapamos nuestra boca en intento de ahogar un bostezo. No sé si ustedes (yo creo que sí) se han dado cuenta que el cine norteamericano, cada vez con más recursos tecnológicos, nos avienta películas con maravillosos efectos especiales. Lo hace para que comparemos y terminemos diciendo que la imagen supera con mucho a la palabra. Los estúpidos poderosos siempre nos avientan en la cara eso de que: una imagen vale más que mil palabras. No saben, tontitos, que con una palabra podemos formular millones de imágenes. Si no ¡que lo digan los poetas! No saben los poderosos que ya no caemos en su trampa. Los libros alimentan a la imaginación y un pueblo con imaginación es un pueblo libre. Por esto, muchachos, por esto, los poderosos insisten en que los libros son aburridos; en que son difíciles de entender. Algunos maestros, ¡pobres!, sin saberlo hacen eco a esa perversa idea de que los libros son aburridos y entonces imponen castigos a los alumnos que son rebeldes, a los que no aceptan el mundo tal como nos lo formulan desde arriba y los hacen leer diez páginas de un libro. Lo imponen como un castigo.
Los poderosos han encontrado un gran aliado en ese maravilloso chunche tecnológico que se llama televisión. Como en la mayoría de casas existe una televisión, los poderosos nos avientan toneladas de mensajes subliminales donde, ya lo dije al principio, nos dicen que la imagen es superior a la palabra escrita. ¿Alguna vez vemos en la televisión programas donde nos digan que los libros son maravillosos? Muy pocas veces. Tan pocas veces que una vez un alumno mío me dijo: “Tasté jodido maestro, las películas son superiores a los libros. Yo he llorado muchas veces con las películas y nunca, nunca, con un libro”. ¡Dios mío, me quedé callado! ¿Qué podía decirle? Por fortuna, en ese tiempo tenía una alumna que era mi consentida y leía, leía mucho, disfrutaba la lectura. Una mañana hallé a mi amiga en el jardín del Colegio, recostada en uno de los árboles, me acerqué y la vi llorando. ¿Qué te pasó?, le pregunté, y ella, limpiándose las lágrimas me dijo: “Se está muriendo El Quijote”. Todos aquellos lectores que han leído ese libro maravilloso de Cervantes han sentido cómo su corazón se encoge en el instante en que don Quijote muere.
Esta anécdota me enseñó que el primer alumno no había recibido la sensibilización que sí había recibido mi amiga consentida. Imagino que si alguien ignora lo que significan los campos de concentración donde murieron millones de hombres pasa insensible ante la alambrada de púas, pero si alguien sabe lo que esos terrenos representan para el horror que siembran los poderosos en su afán de poder, no es extraño que se hinque ante esas alambradas y alguna lágrima aparezca.
Televisa y Tv Azteca son ahora los modernos campos de concentración. Sin ningún pudor, a grandes gritos, nos envían a los hornos para cancelar nuestra imaginación. A ellos, los poderosos, les conviene que la juventud mexicana ¡no lea, que no se instruya! A los poderosos, ustedes lo saben, les conviene que los jóvenes no reflexionen; les conviene que se conformen con ese lema romano que tanto bien les ha prodigado: “para el pueblo: pan y circo”.
¿Ustedes son lectores por placer? ¿O han caído en la trampa perversa de los poderosos?
Queridos muchachos, deseo que sus manos sirvan para tactear a sus amados, a sus amadas; que les sirvan para leer el mundo; que les sirvan para construir sus sueños. Si ustedes, también, usan esas maravillosas extensiones para llevar libros, para acariciar sus páginas, para abrirlos, para dar vuelta a la hoja, su vida, igual que el universo, se irá expandiendo y serán libres, libres en la pasión y en la inteligencia.
Muchas gracias.

*Texto leído en la PRIMERA FERIA DEL LIBRO, organizada por la Universidad Valle del Grijalva, Campus Comitán.