sábado, 18 de mayo de 2013



CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL TIEMPO ES UN PANTALÓN CORTO

Querida Mariana: Marco Antonio me regaló copia de una fotografía de los años setenta. Ahora que escribí años setenta lo hice muy rápido, como si fuese en vagón de un tren, y me dio vértigo. Por ello, ahora me siento y reflexiono en lo que significa hallar una foto de hace más de cuarenta años. ¡Cuarenta años! Vos apenas tenés veinte, así que esta foto fue tomada veinte años antes de que vos nacieras. Como dice un compa mío: “ha corrido agua debajo del puente”. Esta fotografía tiene ¡dos de tus edades! Es una bobera lo que digo, pero lo expreso sólo para tratar de enmarcar el paso del tiempo, aún cuando sé que el tiempo no admite marcos (ni siquiera Marcos Antonios). El tiempo es lineal y progresivo. Por esto, celebré la fotografía. Los tres de la fotografía vivimos actualmente en Comitán y los tres aún celebramos en grande la vida. A veces me topo con Jovita acompañada de su esposo; a veces me topo con Marco Antonio tomando café junto a Javier; a veces me topo conmigo frente a un espejo. Ahora me topé con mi cara de hace cuarenta años. ¡Dios mío!
Marco Antonio me amenazó y me dijo que no subiera esta foto al “face”, lo dijo como si tal cosa fuese la cosa más simple. Pero yo caí en la cuenta que hace cuarenta años nunca imaginamos que Marcos diría eso. Nuestra maestra de Inglés, la Maestra María Antonieta Alonso de González, nos habría explicado que “face” significaba “cara” y nosotros habríamos ido a comprar un “boing” de fresa, en empaque tetrabrik piramidal, que en ese tiempo era la última moda (Pedro siempre fue ingenioso con las palabras y a una compañera que estaba bien dotada de la parte del frente le decía la “tetabrik”).
En la foto estamos Jovita Briones (en el centro), Marco Antonio García Aranda (a la derecha) y yo (a la izquierda). Y parece que es un mero orden de aparición y no una tendencia política. En ese momento, en la ciudad de México, ya había ocurrido la matanza de estudiantes del 68 y estaba por ocurrir la del 71. Es decir, era un momento donde los jóvenes se manifestaban y los gobernantes los reprimían. En Comitán ¡todo fluía sin mayor desasosiego! Nuestros gobernantes pasaban sin vernos y nosotros hacíamos lo mismo con ellos. Los dejábamos hacer y ellos nos dejaban hacer. Tal vez porque no hacíamos mayor arguende. Los jóvenes comitecos de ese tiempo éramos como chinchibules de árbol en árbol. Algunos de prepa ya le entraban al trago y dos o tres de ellos le entraban a la mota, pero de ahí no pasaba. Nosotros ¡ni bebíamos ni fumábamos yerba! Sólo algunos compañeros comenzaban a fumar “de a manojito” o “alas azules” o “delicados”. Cada vez que fumaban, con pose de Cary Grant, terminaban haciendo el ridículo, pues el humo los obligaba a toser como si fuesen ollas de presión mal diseñadas.
Los tres estudiábamos la secundaria, en el Colegio Mariano N. Ruiz. La foto fue tomada en el parque de San Sebastián, que era como nuestro patio de recreo. Ya te conté que sólo dos escuelas en Comitán tuvieron el privilegio de tener a parques públicos como sus patios de recreo: nuestro Colegio y la escuela Preparatoria. Nuestro patio era luminoso, lleno de árboles y de aves. Comprábamos refrescos en la tienda de doña Mariana y “gorditas” (rellenas de carne molida) en la “tienda” de las madres encargadas de velar al Niño Fundador (luego, las gorditas se hicieron famosas con el nombre de “las gordas de Cirito”, porque Cirito ayudaba a prepararlas. Tal vez algo nos dijo que no fuéramos irreverentes, porque siendo así les hubiésemos llamado “las gordas de las madres” y no faltaría el molestoso que dijera que las gordas sabían a madres).El patio de recreo de los de la prepa era el parque central. Ahí tenían más restaurantes y muchos más locales comerciales para divertirse. Ahí, los hombres tenían el agregado del billar de “Nevelandia” (en ese tiempo las muchachas bonitas no entraban a esos lugares de “perdición”). ¿Podés imaginar El Paraíso? Bueno pues esto era lo que vivían los chavos preparatorianos a la hora del recreo. Vos, que estudiaste en el Cbtis tenías que pelarte de clase para ir, con tus compas, al parque central. Los de aquel entonces jugaban ahí, sin necesidad de “volarse” clase alguna. ¡Los chavos de esos tiempos fuimos privilegiados!
Si ves una foto de Los Beatles hallarás que Ringo o Paul tienen mucha semejanza con Marcos. Estábamos a punto de dar el gran salto en la moda. Yo porto el uniforme de nuestro Colegio. Cuando un alumno se inscribía en la dirección del Padre Carlos, éste, de inmediato, nos enviaba con el Maestro Guillermo Villatoro, un sastre de primera, papá de mi amiga Coco Villatoro Pérez. El maestro tenía las telas para el saco y el pantalón sobre una mesa de madera, al lado de escuadras, también de madera, y un chunche blanco que era como un gis. Nos tomaba medidas y nos decía que para tal día estaría listo el uniforme y nosotros llegábamos con nuestra paga el día señalado y ese día estaba listo el traje. Los años setenta todavía eran años de formalidad, de palabra. Los comitecos de bien eran personas honorables, como honorable el maestro Memo. Digo que estábamos a punto de dar el gran salto, porque dos días después que fue tomada esta fotografía, mis compañeras usaron la falda más corta. ¡Ah, los tiempos de la minifalda fueron fantásticos! (fue famoso el chiste medio sangroncito de que a doña Fulvia, quien para ese entonces ya tenía más de ochenta años, le decían “La minifalda” porque “cada vez estaba más cerca del hoyito”). Las modas son inexplicables. Años después, a la minifalda le siguió la “maxifalda” y fue como el Polo Sur de lo que había sido el Polo Norte. Los chavos de tiempos de la Maxi tuvimos que hacer uso de toda la imaginación para imaginar cómo eran los muslos de las mujeres. Fue el tiempo que más revistas de Playboy se vendieron en Comitán. Si no veíamos fotos de encueradas corríamos el riesgo de olvidar cómo era una mujer. Y junto con las minifaldas llegó el tiempo en que los hombres usamos el cabello largo (los peluqueros odiaron esos tiempos). No sé si Marcos usó el cabello largo, pero yo sí lo hice. El otro día vi una foto de mis tiempos de preparatoriano y hacé de cuenta que todos éramos primos hermanos de Tarzán, el hombre mono. Nuestras cabelleras eran largas y debíamos cuidarlas con champús especiales (tal vez fuimos mensajeros de que un día habría metrosexuales). Claro, no faltaba el compa que descuidaba su “melena” y la tenía como de león (con la misma pestilencia de león de circo sin bañarse).
Y Marcos me amenazó con nunca volver a prestarme una fotografía si ésta la subía al face porque, me dijo, “los pantalones los tenemos de brinca charcos”. Claro, ¿qué esperaba? Fue una etapa de crecimiento físico (más que intelectual). El pantalón bien medidito que nos hizo el maestro Guillermo comenzó, dos días después, a quedarnos cortos. Mi mamá decía que yo estaba “estirándome”. No hay pantalón que se estire de igual forma.
He decidido, Marianita de mi corazón, subir la foto al “face”. No por hacer rabiar a Marcos. Lo haré para decir que fue un tiempo en que crecimos y anhelábamos crecer más. Hoy, cuarenta años después (tal vez un poco más) Marcos, Jovita y yo ya llegamos a la edad en que dejamos de crecer. Estamos en la parte más alta de nuestros faros. Ya se terminaron los escalones. Por más que Marcos y yo quisiéramos, los tubos de nuestros pantalones no se achiquitarán. Al contrario. Nuestros pantalones permanecen en el mismo horizonte. Si Dios lo permite, algún día sucederá lo contrario: nosotros nos haremos pequeños y arrastraremos los pantalones. Publico la foto para decirle a Marcos que acá éramos como arbolitos en busca de cielos para extender nuestras ramas y nuestras frondas. Éramos la promesa de renuevos. Hoy ¡ya somos! Ni más ni menos. Alcanzamos la altura que debíamos alcanzar. La bendición de Dios es que estamos juntos y vivimos en Comitán. Los tres tenemos vidas modestas, sosegadas. Parece que vencimos todos los tsunamis y tormentas. Estamos en puerto y podemos decir sin temor: “¡Tierra a la vista!”. Estamos en buena tierra. Por esto, Marianita de todos mis tiempos, estoy a punto de invitar a Jovita y a Marcos a ir al parque de San Sebastián para repetir el instante glorioso. Sí, a punto de decirle a Marcos que no se enoje. Invitarlo a tomarnos una foto con nuestras hormas de hoy. Sé que sólo Jovita se verá bella como acá aparece. Javier a cada rato me dice que me dio el mal del burro: “bonito de niño y fiero de viejo”. ¿Qué le puedo decir a Javier? El tiempo es así, nos barniza de polvo. Acá éramos arbustos. Hoy tenemos la rugosidad de los troncos y todos pueden ver nuestra “costera”. La bendición es seguir jugando y haciéndolo en nuestro pueblo. Si Marcos y Jovita aceptan la invitación hoy todo será diferente, bueno, casi todo. Nos tomaremos la foto con una cámara digital, vestiremos otra ropa, seremos cuarenta y tantos años más viejos (no se enojen, Jovita, Marcos), los carros del fondo serán otros, la pintura de la fachada de la casa ya no será la misma, el piso del parque de San Sebastián será diferente. Tal vez sólo la luz de la mañana tendrá la misma edad del infinito. ¿Nuestra mirada habrá cambiado? ¿Nuestro corazón?
Estábamos a punto de dar el gran salto. Mientras tanto, Marcos y yo, muy formalitos, cada uno con las manos entrelazadas, como diciendo que no quebrábamos ni un plato. Jovita, muy formalita, sonriente, con ojitos de gota de cristal, parece decirnos que todo está bien, que seguiremos viéndonos y que siempre estaremos así.

Posdata: Marianita de todos los árboles, no me gustan los eufemismos. No me cae bien ese término de “tercera edad”. En tal caso, Jovita, Marcos y yo estamos en la “segunda edad” y no lo acepto. Tengo una sola edad, tengo cincuenta y seis años, ni uno más ni uno menos. Me siento bien con mi edad, disfruto lo que debo disfrutar a mi edad, la luz de una vida sosegada. Ya no tengo el impulso de un joven de veinte años, ni tengo el óxido de un viejo de ochenta. Tengo la placidez de un árbol que se sabe refugio para nidos y para que los niños cuelguen sus columpios.
Marcos nunca lo sabrá, pero la foto llegó en el instante preciso. Desde hace “mil años” me prometió esta foto y nunca me la envió, hasta hoy. En los últimos tiempos releí algo de la literatura de “la onda”. Leí “Gazapo”, de Gustavo Sáinz y el principio de “La tumba”, de José Agustín. Asimismo recibí la revista “Dos filos”, que desde Zacatecas, el escritor José de Jesús Sampedro tiene la gentileza de enviarme. En este número, Gerardo de la Torre, escritor oaxaqueño, escribe acerca de Parménides Saldaña (el otro “grueso” de “La onda”). ¿Por qué asomaron estos escritores justo ahora? Porque mientras Jovita, Marcos y yo escuchábamos las brillantísimas cátedras de literatura del padre Carlos y leíamos El Cid Campeador y la Divina Comedia, los lectores jóvenes de México conocían los escritos de los Sáinz, los Agustines y los Saldañas, las desmadrosas novelitas que darían cuenta de los tiempos de los sesenta, en la ciudad de México. Los chavos, por la represión del gobierno y por la esperanza de tiempos más justos, se refugiaban en el alcohol, en la mota y en el amor libre. México estaba a punto de dar el gran salto que prometía mejores horizontes. A final de los tiempos todo fue como saltar al vacío sin red de protección. Por esto, Marcos, por esto, subiré la foto, para decir que nosotros, gracias a Dios, pudimos llegar a la otra orilla y anhelamos que los chavos de estos tiempos sí logren construir el puente que nosotros no alcanzamos a diseñar.
Publico la foto porque sé que ahora otros chavos también están creciendo. Ojalá que sus faros den luz, ¡mucha luz!