miércoles, 29 de mayo de 2013



LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE UN BARQUITO SE MUERE DE SED

Quedó tirado a mitad del camino. Le faltaba poco para llegar al mar. El último lastre que tiró fue un chicle, pero no fue suficiente. Por esto, se le ve “boqueando”. Quedó justo en el dintel de la puerta, a mitad de una banqueta. Se confundió, el pobre barquito se confundió. Pensó que las rayas de cemento eran brazos de río y que, de acuerdo con el apotegma científico, llegaría al mar, porque todos los ríos van a dar a la mar, aún cuando algunos necios insisten que todos los caminos llevan a Roma.
Quedó tirado como cualquier borracho. Ya nunca llegó a su destino. Si el lector mira con atención verá que en uno de los costados hay algo como un mensaje. Ya nunca se sabrá si el capitán del barco mandó a pintar un letrero con algún mensaje amoroso, para que a la hora que llegara a puerto su amada, su fiel Penélope, leyera lo que él quería decirle, tal vez un poema de amor, tal vez una petición de matrimonio. Nunca se sabrá si, tal vez, no era un mensaje sino un grafiti que algún Barba Roja pintó creyendo que La Santa María era una simple La Pinta. Nunca se sabrá si el paquebote era como una botella al mar. Nunca se sabrá. Los barcos que zarpan jamás se saben si regresarán o, como borrachos, se hundirán a mitad de una simple tormenta.
El barquito quedó tirado a mitad de una banqueta. Nadie podrá decir que resbaló en la piedra de laja, nadie podrá decir que un tsunami lo alejó de su destino. Tal vez cayó de una mochila de una niña estudiante de cuarto grado de primaria; tal vez la niña lo hizo en la clase de manualidades y lo conservó para la primera lluvia. Tal vez ella, la niña anónima, acostumbra quitarse los zapatos cuando ve que el cielo amenaza lluvia y sale a la calle y cuando la lluvia asoma, ella mete sus pies en la corriente de agua que baja por la calle y luego de chapotear un rato saca el barquito de su bolsa y lo coloca a mitad de la corriente y ve cómo el barquito hace piruetas sobre la corriente y ve cómo el barquito juega a desafiar la fuerza que lo hace parecer frágil, como frágil la sonrisa del hombre ante la miseria y ante el terror. Porque todos los hombres somos como barquitos. A veces nos quedamos a mitad de la calle, a veces no llegamos a conocer el mar. Hay algo que se llama destino y, dicen los sabios, viene escrito en nuestros faldones. Seremos lo que la letra dice a menos que una mano Divina pueda usar un borrador y deje los faldones como pizarrones sin estrenar.
El barquito quedó triste, apenas acompañado por un chicle verde. Quedó solo porque los barcos son los chunches que más se parecen a los hombres. Los aviones, a veces, vuelan en formación, como si fuesen patos migrantes; asimismo, los carros acostumbran acompañarse en las grandes supercarreteras, pero los barcos, así sea un modesto pesquero o un trasatlántico, acostumbran viajar solos. Este barquito viajaba solo, con apenas un mensaje en su costado izquierdo. Ya nunca, el barquito, tendrá el gusto de humedecerse y hacerse nada a mitad de un río; ya nunca, el barquito, llevará su mensaje al destinatario. El mensaje se quedará como esas nubes que se deshacen a mitad del cielo antes de que lluevan sobre un terreno. ¿De qué sirve un barquito hundido a mitad de una piedra laja? ¿Desvió su destino?