viernes, 17 de mayo de 2013



LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE TODO ESTÁ DETERMINADO

El fondo es rotundo, es un macizo de bosque. Si el observador ve con atención mirará cómo es una nube de árboles que se mezclan formando un todo. En primer plano, sobre una calle de tierra, se aprecia un perro y un niño. Ambos están en el proceso de levantar el pie y la manita izquierdos para avanzar, porque se ve que los dos avanzan, casi casi al mismo ritmo. Los dos tienen un encargo que realizar, por esto, el perrito, con la cola parada, como debe ser, va con la mirada al frente; el niño, con los brazos a los lados, como debe ser, también mira al frente. Ambos caminan con la vista al frente, como debe ser. Porque, habrá que decirlo, hay veces en que los hombres y los perros se entretienen en otras ventanas y con esto pierden de vista el objetivo. Conozco muchas historias donde los hombres por ver hacia otro lado perdieron su camino y no volvieron a hallarlo (también sé historias de perritos que perdieron su rumbo por andar metiéndose en rumbos de otras perritas).
¿Qué hay en lo rotundo del bosque del fondo? Tal vez no mucho. Tal vez lo de siempre: taladores, culebras, uno que otro venado (ya hay tan pocos); tal vez algo como una leyenda se descuelga de los árboles, tal vez por esto siempre, a la distancia, se ve como se ve acá: en medio de una niebla que impide el paso de la luz de manera franca. En esta calle de piedra, al contrario, la luz juega como si fuese un sencillo hilo de luz. Las buganvilias que sacan sus caras por las ventanas de las casas están llenas de luz, como llena de luz la hoja del fondo, la que se abre como se abren las bocas que chupan el agua de los surtidores.
¿Qué hay en la rotundez de la luz sobre esta calle? Tal vez esta luz está encargada de guiar los pasos del perrito y del niño. Tal vez el niño va por un encargo de la mamá a la tienda, tal vez va a comprar un kilo de azúcar o una pierna de pollo o un refresco de cola de tres litros. Tal vez el perrito lleva un encargo del cielo y no tiene más misión que ayudar a la luz de la vida. Porque si se mira bien, el perrito se mueve sin prisa (el paso del niño es más apresurado, así lo indican sus manos). El perrito no tiene prisa alguna. Camina como si su vocación no fue más que esa: caminar para decir que el mundo no se detiene ni un instante.
Tal vez el observador no alcanza a ver, pero el perrito camina por un sendero marcado, el niño también. Son como caminitos casi inadvertidos. Tal vez el perrito va en la avanzada y le dice al niño por dónde debe caminar. Hay leyendas que cuentan que los perros son los mejores guías en cuestiones de destino. Basta recordar cómo en El Hades el Can Cerbero guiaba a las almas en la oscuridad de la vida y de la muerte. Tal vez el cometido de este perrito sea guiar al niño para que no se desvíe de su camino natural; tal vez sea recordarnos, a quienes estamos de este lado de la fotografía, que el camino es uno, no más de uno y que tratar de recorrer más veredas sólo hace más difícil y complejo nuestro destino. Tal vez el perrito sólo intenta recordarnos que el hilo es uno y que todo lo demás es tarea de arañas y de lianas.
Tal vez por ello, el perrito camina sin mostrar fatiga, casi casi podría decirse que camina contento, por esto, como debe de ser, lleva la cola en alto y, a cada paso que da, la mueve como si fuera el punto de apoyo que tanto solicitó Arquímedes.