miércoles, 15 de mayo de 2013



LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE SE VE UN FAUNO CONTEMPORÁNEO

La mitología cuenta que el fauno poseía el don de predecir el porvenir; cuenta que moraba en los bosques y seducía a las ninfas; es decir, las muchachas bonitas. Las ninfas eran veneradas en oráculos (tal vez, la nínfula más venerada en los últimos tiempos es Lolita, la de Nabokov). Acá, en esta fotografía, vemos un fauno y una muchacha bonita. Ambos ríen, porque los bosques oscuros ya no existen en los muchachos de estos tiempos, ahora la vida es más sencilla y se descuelga como liana de sol. Ambos disfrutan el instante y él, vidente con pantalón de mezclilla y camiseta color azul, carga a su muchacha bonita, como si jugara al “caballito”, al fauno generoso. Porque todo es un juego. Estos tiempos contemporáneos le han quitado la careta de misterio al bosque profundo. Ahora, los muchachos bonitos juegan y no temen. Ahora, el bosque tiene árboles de piedra que forman arcos y el vacío de los arcos es la sustancia que otorga a los muchachos la visión del porvenir. El futuro de ellos, cuando menos el de esta pareja, es un futuro lleno de cielos sin ramas de espinos. Su porvenir es el mismo que ellos definen en este instante: un árbol con fronda y nubes llenas de sonrisas al estilo del gato de Alicia en el País de las Maravillas. Porque maravilla es el té para sus ansias, para su sosiego y para su curiosidad. Porque si algo tiene este fauno y esta Lolita es la capacidad del asombro, del juego y de la curiosidad. ¿Qué pareja de viejos haría esto? Ninguna. Los viejos ya no podemos jugar a que somos faunos y ninfas; ya no podemos hacerlo, porque nuestra imaginación está limitada y porque los huesos se quiebran como se quiebran los palillos a la hora de picar el queso o la butifarra. Los viejos somos frágiles. Los jóvenes, ¡al contrario!, están hechos con madera de bosques afrutados, con nubes rosas (rosas, como el color de los tenis de ella), y con aires azules (como azules, los muslos de ella).
No hay ni un solo asomo de confusión, porque están fundidos. Son uno. Esta es la característica de un fauno verdadero: el encuache perfecto. Si el observador ve con atención mirará que el cabello de ella parece fundirse en el rostro de él (¿o es al revés?). Sí, están fundidos, como si fuesen uno solo. ¡Ah, instante magnífico! Mientras todos los demás jugaban a ser uno dentro de su unicidad, ellos (el muchacho fauno y la muchacha Lolita) jugaban a ser uno dentro de dos o dos dentro de uno. Sí, están fundidos. ¡Qué maravilla! Juegan a que él lo conduce, pero que ella le ordena por dónde debe caminar. ¿Es éste el prodigio de las verdaderas parejas?
Él ríe, está contento y ella hace lo mismo, por esto se abraza con emoción y se deja llevar como si fuese una hoja de papel y él fuese un viento suave. Ojalá que siempre fuera así, ojalá que los muchachos bonitos siempre cargaran nubes en su espalda y ellas, las muchachas bonitas, siempre eligieran las mejores montañas para soltar sus cuerpos y espíritus. Él es una montaña (una montaña como las que circundan a Comitán: tenue, leve, apenas alzada del horizonte). Ella es un cielo (un cielo como el que acá se aprecia: rotundo, con nubes con forma de bosques sin niebla). Ellos son una sonrisa en medio del viento, a mitad del instante supremo. Ellos, sin titubeos, signan su destino: un porvenir donde todo es sencillo, donde todo está alejado de formalismos y solemnidades. Me gustan estos faunos y estas ninfas modernos. Se ven tan bien en medio de sus bosques luminosos. ¡Que Dios bendiga por siempre sus caminos!