viernes, 31 de mayo de 2013



LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE DOS NIÑOS VIAJAN EN PRIMERA CLASE

Los niños viajan, siempre viajan. Viajan a la hora que sus papás los cargan en brazos; viajan a la hora que la mamá los tapa con la colcha y les da las buenas noches.
Los niños siempre viajan, por esto siempre tienen cara de asombro. Todo es novedoso, por esto, los turistas saben que deben adoptar una mirada de niño cuando caminan por calles de otros pueblos. ¿Cuáles son los requisitos para adoptar una mirada de niño? Basta abrir la alacena interior.
Los niños de esta fotografía ¡viajan! Viajan en gabinetes de primera. Por esto, no tienen los pies en el suelo. Saben que el viaje los hace volar. Viajan en libros de primera. Se acercaron con la misma tranquilidad con que los trasatlánticos se acercan a los puertos. Se sentaron y vieron los libros, los tocaron, los husmearon. El capitán del barco los recibió como los piratas recibían a las orillas y a los cielos en el siglo XVII. Un poco al estilo de Brozo, el capitán del barco preguntó: “¿Quieren que les cuente un cuento?”. Y ellos, contraviniendo la respuesta que siempre dan los fanáticos de Brozo, dijeron “¡sí, sí, sí, sí queremos!”. Los niños son los mejores vientos para navegar en altamar. Y el capitán del barco les contó el cuento del hombre que tenía mucho miedo. Y los niños, tan valientes como piratas al abordaje, no tuvieron miedo, pero sí asombro. Por esto, la carita del niño con camisa blanca está asombrada y su imaginación construye los edificios que el cuentacuentos coloca en los cimentos de su corazón. El otro niño, por si las moscas, busca, con mirada también asombrada, el compartimiento donde están los salvavidas. Nunca se sabe cuándo puede asomar un tsunami o un monstruo de Ness. Pero, insisto, por si las moscas, el niño de la playera color melón calza sandalias, por si el capitán del barco tocara la campana y gritara: “desalojen el barco, mujeres y niños, primero”. Porque sabemos que siempre debe ser así: las mujeres y los niños deben ir delante de todo, delante de la mesa, del campo y del árbol. Por delante de los hombres, de los pájaros, de los monstruos, de los dulces y de los troncos, siempre los niños y las mujeres. Porque ellas y ellos, niños bonitos, son los que pueden salvar al mundo de todos los peligros. Ningún monstruo puede más que un niño. Por esto, los dos niños que viajan en este trasatlántico (nave espacial) lleno de libros ¡están asombrados! Porque asombro es lo que asoma siempre que alguien abre un libro, siempre que alguien vuela en las alas de los pájaros más hermosos. Es tan sencillo ir hacia el pasado o hacia el futuro; es tan simple dar la vuelta a la llave que dice: “había una vez”. Una vez es todas las veces del mundo y del tiempo. ¡Una vez! es la misma calceta que usa el futbolista y el escritor; ¡una vez! es la distancia mínima entre la rutina y la novedad.
El cuentacuentos hincha su garganta para dar paso al grito del fantasma o a la asfixia del viento. El niño de la camisa blanca está sorprendido. Está viviendo un mundo diferente al que, como vieja cansada, camina por el pasaje. El pasaje permite el paso hacia otro mundo. Basta caminar en el presente, sentarse en esos banquitos, abrir un libro y viajar por otras estancias. El pasaje, por definición, es el paso para ir de una mancha a otro baúl. Estos niños entraron a un sendero donde hay fantasmas que sólo son como lluvia para el árbol de la imaginación. Veo en sus ojitos que miran otros cielos, otras nubes modelarán sus pies para el vuelo.