viernes, 24 de mayo de 2013
LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE SETENTA Y CINCO O CIEN AÚN NO SON VEINTE
Una escalinata con losetas de laja. La lógica indica que uno debe andar con cuidado, para no resbalar. Pero acá nadie resbala. Todo mundo está con el sustento correcto. Si se ve bien existe algo como una mezcla inédita, algo que convoca a la vida y a la reflexión. Todo mundo ve hacia las cámaras, porque es preciso dejar constancia del instante. ¿Cuál es la “gracia” del instante? ¡No, no se precipiten en responder! Vean la fotografía con atención. Tienen todo el tiempo del mundo, porque acá, en apariencia, está concentrado todo el tiempo del mundo. El señor que está al centro, el del traje oscuro, se llama Abelardo y tiene más de cien años de edad. Tiene un traje conmemorativo porque está celebrando setenta y cinco años de matrimonio. Ahí, a su lado, con un vestido color marfil, lo acompaña su esposa, ella tiene menos años (coqueta), se llama Lesvia. Las mujeres que visten modelos floreados y los hombres con el pantalón oscuro son sus hijos. Abelardo y Lesvia tienen varios hijos y un titipuchal de nietos y bisnietos. Cuando alguien intenta hacer un árbol genealógico debe tener presente este asombro: ¡la semilla que se abre y forma un fragmento de universo!
Los muchachos que están al frente no tienen parentesco alguno. Ellos, chavos maravillosos, estaban sentados un poco más a la izquierda. Por lo regular, en esta escalinata de laja, escalinata del parque central de Comitán, los chavos del Cbtis o de otra escuela se reúnen (en este caso, la playera es del cbtis). Ellos estaban ahí, riendo, platicando, viendo cómo la tarde se empeñaba en seducir el cielo. Estos muchachos vieron cómo el conglomerado de festejantes se acercó para “la foto oficial” y dos muchachas se acercaron a tomar la foto. Alguien, quién sabe quién, les dijo que la foto estaba incompleta si ellos no se sentaban al frente. Entonces, ellos, llenos de pétalos de viento, en bola, como marabunta, manifestaron su contento y corrieron a sentarse al frente. Y acá está una foto insólita. Como siempre sucede, ellos, los muchachos bonitos, jamás pensaron que esa tarde verían alzarse un árbol enorme frente a ellos. Un árbol que dio su primer renuevo hace setenta y tantos años. Ellos, los muchachos, pertenecen a otros árboles. Todos (viejos y chavos) forman el árbol más hermoso del mundo: ¡Comitán! Cada rama es importante, porque cada rama puede sostener un columpio o prestar su mano para acunar un nido. Ellos, muchachos alegres, se acercaron al árbol y fueron como nidos o como columpios. Por esto se les ve radiantes. Doña Lesvia ríe, ríe igual que ellos y ellas (ah, qué bonita sonrisa la de los jóvenes, qué hermoso mar tan extendido la sonrisa de la niña de lentes o la de las trencitas o la que sostiene la mano de su pareja. Ah, qué delicia de horizonte la sonrisa de la niña que viste el pantalón negro y el calzado rosa. Qué coqueta). Las niñas más niñas sonríen apenas, están como contenidas. Esto es así, porque las niñas más niñas aún no saben bien a bien lo que significa estar a la sombra de un enorme sabino. El árbol que forman Abelardo y Lesvia es tan alto como la ceiba de La Pila y tan grueso como el Tule de Oaxaca. Las niñas más niñas apenas son una espiga; las muchachas y muchachos preparatorianos ya son árboles llenos de nubes y de esperanzas.
La muchacha bonita del pantalón negro y de la cabellera que se descuelga como lianas oscuras sobre el cielo de su pecho está sentada sobre la cauda del vestido de ella. Su mano la apoya sobre el tul, la apoya como si el tul fuera el cielo y ella una galaxia. Sí, qué bellas ambas: doña Lesvia y la niña bonita del pantalón negro. Entre ambas hay una distancia de muchos años, como ventana entre dos cometas. Los muchachos estudiantes recibieron la bendición de los mayores esa tarde; y los viejos, los mayores, recibieron una bocanada de aire, de vida. Los muchachos siempre son como la lluvia, como el sol, como la luna. Por eso, esta fotografía está llena de luz. Los muchachos corrieron y se pusieron al frente de esta fotografía. Cuando los muchachos se acercan, los viejos reciben algo como un aire de molino de viento. Cuando los muchachos se acercan, los viejos extienden su mano y algo como una arruga acaricia el rostro fresco de los jóvenes. Hace ochenta y tantos años, don Abelardo tuvo la misma sonrisa que tiene el muchacho de la camisa a cuadros. La vida es un instante. Por esto es bueno que los muchachos se acerquen a los mayores y éstos reciban la sonrisa de agua donde navega la niña bonita del pantalón negro. Porque un día ellos, los mayores, ¡no estarán! y los muchachos ya no lo serán, ya serán mayores, ya serán árboles enormes con renuevos. La vida es un instante, apenas un abrir y cerrar de ojos.