lunes, 13 de mayo de 2013



LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE TODO ES SENCILLO

No hay un solo color que desentone. Todo está como a propósito para que el café de los vestidos de las niñas bonitas ¡resalte! Cuatro de ellas ven directamente a la lente de la cámara, son las niñas que en cuanto vieron al de la cámara dijeron, casi casi a coro: “Una foto, para el periódico”. Bueno, pensó el de la cámara, que su deseo sea concedido. Entonces ellas, como si fuera un ensayo coreográfico, se unieron, se colocaron de costado y sonrieron.
Esa mañana, ellas estaban en el parque central de Comitán porque asistieron al acto que dio inicio a la celebración por el ciento cincuenta aniversario del natalicio de Belisario Domínguez. Ellas, entonces, fueron parte de un instante histórico. Tal vez por esto, el framboyán del fondo y los demás árboles tienen una sonrisa en su fronda.
Esa mañana todo parecía estar dispuesto al festejo. Por eso las niñas bonitas sonríen, sin preocupación. Dos de ellas usan bolsos de un color que combina con el café de sus uniformes; otras dos tienen moños sobre el cabello, como si dijeran que sus cabezas son bosques donde las mariposas de la imaginación pasean satisfechas. Si el espectador ve la fotografía con atención percibirá cómo en la mirada de estas niñas todo es agua clara. Asimismo, sus sonrisas se extienden con la misma placidez con que se extiende la línea de horizonte en el espíritu de los hombres buenos.
En primer plano hay una niña que no posa. Ella observa cómo sus compañeras se pararon frente al de la cámara como si estuviesen en una pasarela o en una alfombra roja. Las cinco niñas están en armonía, como si fuesen la fronda del framboyán, como si supiesen que el tronco que las soporta es un tronco con tradición.
Los hombres que están al fondo ignoran el suceso de la fotografía. Esos del fondo darán su versión del momento, pero será una versión diferente a ésta. Ellos, casi seguro, no hablarán del cielo de esa mañana; tampoco hablarán del aire que pasaba por los huecos de la escultura que está en lo alto de la escalinata; ni hablarán de las niñas que, sin saberlo, bebían esos cielos y ese aire que, juguetón, se regodeaba en los vacíos de la obra de Luis Aguilar, enormísimo escultor comiteco.
Dentro de cincuenta años, una mañana similar, más niños y niñas acudirán a celebrar los doscientos años del nacimiento de Belisario Domínguez. Esa mañana, estas niñas, ya grandes, recordarán este momento. Yo las convoco a que, en ese momento futuro, se coloquen en esta misma posición y hagan eternos todos los instantes. ¿Quién de ellas estará casada? ¿Quién será una gran escritora o fotógrafa o médico o chef? ¿Quién de ellas escribirá la crónica de éste y de aquel instante?
Esa mañana no hubo un solo color que desentonara. Todo estuvo dispuesto para que fuera una mañana celebratoria. El verde, blanco y colorado de nuestra bandera hizo juego con el uniforme de la Banda del Ejército Mexicano y con el naranja del framboyán. El café de las tejas sólo era un tono más discreto para resaltar el café del uniforme de estas niñas bonitas que, jugando, jugando, posaron para hacer eterno el instante en que Comitán celebró con orgullo y mucho respeto los ciento cincuenta años de Belisario Domínguez. Estas niñas, junto con sus compañeros y maestros, acudieron a ser testigos del acto y ya se volvieron protagonistas inmortales del mismo. ¡Qué coquetas, ellas! ¡Qué alegres, qué llenas de vida!