viernes, 10 de mayo de 2013



LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE UNA NIÑA BONITA LEE

La niña calza tenis (con puntos, como si fuesen estrellitas y ella calzara el cielo, ¡el cielo!). La niña lleva una mochila (que ahora dejó en el suelo. La mochila también tiene puntos y el azul es más azul que el de sus zapatos; así, es más universo la mochila que los tenis. Por esto, la niña bonita se ve tranquila, porque cuando se coloca la mochila sobre la espalda es como si cargara un universo liviano, lleno de galaxias). La niña lee, con las piernas cruzadas, concentrada, ¡lee! Por esto digo que siempre tiene cerca el cielo y el universo. A veces, como en esta ocasión, lo tiene entre las manos y lo lleva a su corazón.
Al lado del sillón aparece un mueble de madera (con el barniz ya un poco deslavado). ¿Para qué sirve este mueble? Si se ve bien tiene un florero invisible, con flores, también invisibles. Se sabe que cuando las niñas bonitas leen entran a universos alternos donde todo es posible. Detrás de ella, la niña lectora, aparece un muro de piedras y un balcón, hermosísimo, con los postigos abiertos. La niña lectora, de igual forma, es un balcón con las ventanas abiertas. Por esto, se ve, su cabello, negro, hermosísimo, es, de igual manera, un muro de agua. ¿Agua negra? Sí, se sabe que en la tierra el agua negra es como una mancha, pero, en los universos alternos, el agua negra es la plena manifestación de vida. ¡Ah, es tan hermoso pararse en la playa, frente al mar y ver cómo las olas de los mares negros se avientan como recuas de corceles azabaches! ¡Ah, es tan bello ver cómo, en las noches de luna llena, el mar negro se convierte en un mar rojo por el reflejo!
La niña salió de la escuela, caminó por las calles, llegó al parque central y, de pronto, ¡oh, prodigio!, halló que en un corredor había un librero y un sillón, especial para ella. Se acercó al librero, tomó el libro y se sentó y realizó el acto más sublime del universo: ¡la lectura! Por esto, si el espectador ve con atención mirará que la niña parece estar en otra dimensión. Nunca vio al fotógrafo, tampoco vio a los caminantes; nunca escuchó el ruido de los carros, ni el barullo de la calle. Ella está concentrada en un punto distante del universo. ¿Qué leía? ¿Con qué historia estaba empapando su corazón?
Si todas las ciudades estuviesen tapizadas con estas salas de lectura al aire libre, otro aire nos cobijara. La niña bonita, cuando salió de su casa, no imaginó que se iba a topar con este prodigio. Ella, muy temprano, tomó un licuado de plátano, comió un trozo de pan, se lavó los dientes, le dio un beso a su mamá y abrió la puerta para salir a la calle. Tomó un colectivo y llegó a su escuela, donde platicó con sus compañeros, en el pasillo al lado de su salón. Entró a clases y cuando salió (sin saber lo que le esperaba) llegó al parque central. Ahí se topó con este corredor y el libro lo sedujo, extendió la mano y tomó el libro. Fue como si, a media banqueta, se topara con un amigo y se pusiera a platicar con él. Por esto, ella se ve tranquila, conversa. Mientras a su alrededor sucede el mundo, ella ¡construye otro mundo! El mundo de afuera, el de siempre, es simple, ¡no tiene más! El que ella tiene en las manos siempre tiene otras posibilidades. El libro, en sus manos, es como ese balcón, hermosísimo, de puertas abiertas. El libro orea el aire, le da más fuerza, lo ayuda a jugar. Ella, la niña bonita, juega, por esto se ve tranquila.
Ella viste toda de azul, azul la camisa de pana, azul el pantalón, azul su corazón. Dicen los que saben que el azul es el color que domina en éste y en los demás universos. Azul el deseo, azul la pasión, azul el viaje.
Las cintas de la mochila son como culebras. Reptan por el suelo rojo, como buscando la linealidad de los caminitos grises. Por definición, las culebritas no pueden adoptar la linealidad. ¡No son varas! Ella, la niña bonita, también busca la linealidad. Por esto ha dejado el celular por un rato. ¿Ven el celular? Está sobre el sillón, al lado de sus muslos. El acto fue sencillo, ella colocó el celular ahí y tomó el libro. Fue como si dijese: dejo lo cotidiano y me sumerjo en un mundo con menos deslumbres tecnológicos pero más intenso. La niña lee. Lo hace en el corredor de la Casa de la Cultura de Comitán. ¡Ah, qué prodigio! Cuando las salas de lectura están al aire libre, ocurren prodigios. Prodigios de una intensidad que es difícil predecir hasta dónde pueden llegar.