miércoles, 19 de junio de 2013
ESPÍRITU
En Comitán se emplea el término Espíritu como sinónimo de fantasma o de “aparición”. Parece que dicho uso no es exclusivo de estos territorios, basta recordar la novela “La casa de los espíritus”, de Isabel Allende, para saber que algunos entes sobrenaturales reciben tal nombre. A mí me sorprende que tal entidad sea consustancial a la luz de la vida y a la sombra de la eternidad. Es la reafirmación de que el espíritu es lo único que permanece (aunque acá también aparece la confusión con el concepto de alma. En Comitán hay muchas almas en pena, incluso algunas que se llaman “almas tutizeras”, que son las almas de aquéllos hombres arrechos que, en vida, jugaron con muchos tutizitos. Debo acá recordar a mis lectores que tutiz -en comiteco- es sinónimo de culito, así que ya podrán imaginar cómo es el comportamiento de las “almas tutizeras”, ni en la muerte dejan su arrechura. Tal vez por esto existe el dicho de que “genio y figura, hasta la sepultura” -y más allá).
Sólo los filósofos saben bien a bien el significado del concepto. La mayoría emplea el término como sucedáneo de fuerza. A veces escucho que alguien dice que fulano: “tiene un espíritu de fierro”. Dios mío -pienso- qué vocación para cambiar la vocación de los conceptos. Quienes dicen tal cosa materializan lo etéreo, un poco como si convirtieran la nube en piedra. ¡Qué absurdo!, pero, bueno, entiendo que los simples mortales no podemos entrever aquello que está más allá de nuestros ojos y procuramos aterrizarlo para explicárnoslo.
A mi sobrinita Frida le pedí que definiera el espíritu. “Es el angelito que tengo adentro”, dijo. Los filósofos se botarán de la risa, pero yo creo que no hay definición más exacta. Por esto, cuando alguien muere, el angelito se libera y pervive. Es entonces cuando (la ciencia no puede determinarlo) el espíritu entra en un lapso de confusión, como si buscara lo extraviado. Algunos espíritus (almas) hallan sosiego de inmediato y otros, tal vez los más confundidos, no encuentran la punta del hilo y es cuando comienzan a penar. Entonces se convierten en mito.
El tío Romeo bebía todos los días. ¿Por qué bebés tanto?, preguntaba su hija Arminda. En el trago está el espíritu, decía él y le metía galán. Los comunes y mortales no podemos acceder a los terrenos donde caminaba el tío. A veces, cuando escucho pláticas de fantasmas y de aparecidos, pienso en el tío. ¿Ya estará, como barrica de comiteco, en reposo? ¿O andará vagando, como alma en pena, en busca de algo? ¿Qué les hace falta a los espíritus que vagan por el mundo?
Una tarde entré a la casa de don Mingo y Alicia me dijo que ahí espantaban. Me llevó a un cuarto sin ventanas. Olía a cartón húmedo. Me tomó de la mano y me dijo que no habláramos. Hicimos silencio. Afuera se escuchaban los ruidos de todos los días, el de las gallinas, el de los autos, el grito del nevero (incluso oí el ruido de una avioneta que volaba el cielo comiteco). Traté de concentrarme en ese silencio que era como una burbuja. De pronto oí algo como un siseo, como una culebra reptando por un desierto de cristal. ¡Un viento recorrió mi espalda y movió las cortinas que cubrían una pared! ¡Es el espíritu de tío Mingo!, dijo Alicia. Sentí un calosfrío.
Los espíritus no se ven, ¡se sienten! Frida siente el angelito dentro de su cuerpo. Conforme crecemos, tal vez, el espíritu se agazapa como perro enjaulado; brinca, de vuelta, cuando el cuerpo muere y le abre la puerta. Los viejos dicen que el espíritu escapa con la última exhalación y es cuando toma uno de los dos caminos: el del la paz eterna o el del desasosiego que lo obliga a andar errante por los siglos de los siglos (digan ¡amén!, por favor, es la única manera de ayudar a las almas en pena).