viernes, 14 de junio de 2013
VIENTO
“Se trata de reunir letras para nombrar el mundo”, dijo el hombre y salió de su casa. El hombre se llamaba Marco y muchos sabios contaban que fue el primer hombre que llegó al poblado (Marco se llamaba Marco porque de niño fue como un delfín y en todos los pasillos y cuartos de la casa andaba dale y dale con el grito de mar mar. Si pedía galletas decía mar mar, si pedía teta decía mar mar, si pedía mariscos decía mar mar, si pedía el mundo decía mar mar). Cuando salió a poner nombre a los objetos se topó con ese aire arrecho que levanta vestidos y techos de casa y dijo ¡le llamaré viento! Ah, dijeron sus amigos, sorprendidos de la capacidad de Marco para bautizar los objetos y las esencias del mundo. Mientras los demás se pasaban horas y horas pensando cómo bautizar a los objetos, Marco tenía la capacidad de verlos y nombrarlos de primera intención y todo mundo quedaba contento y lo aceptaba de buen gusto. Cosa contraria sucedía cuando Romualdo salía y nombraba las cosas. Una vez, Romualdo se subió al techo de una casa y vio la cima de la montaña que está frente al pueblo, se puso la mano como visera y dijo que la línea ondulada que delineaba la montaña la llamaría cuerda. ¡Pero qué pendejo!, dijeron los niños que jugaban en el parque. ¿Cómo se va a llamar cuerda eso que se ve allá lejos? Claro, dijo Marco, que pasaba por ahí. Cuerda es esto, dijo, y tomó el lazo que les servía como juguete a los niños. Sí, sí, dijeron todos los niños. Los viejos que, en sus mecedoras estaban en los portales alrededor del parque, también estuvieron de acuerdo. Y el juego que están jugando, agregó Marco, se llamará saltar la cuerda. Sí, sí, gritaron todos, contentos. Romualdo se retiró triste y enojado.
Desde el día que Marco así lo bautizó, el viento se llamó viento. ¿Por qué -preguntó Rosaura- le llamaste viento al viento? Habrá que decir que Rosaura tiene este nombre, porque su Aura es de color rosa. No deseo ser insistente, pero debo decir que el nombre de Rosaura también lo inventó Marco. De hecho, todo mundo lo reconoce, todos los objetos del pueblo han recibido el nombre de boca de Marco. La silla se llama silla porque un día Marco quedó viendo una de ellas y doña Epigmenia le preguntó “¿Te querés sentar, hijito, estás cansado?”, y Marco respondió: sí, ya. Ah, dijeron todos los que estaban en el patio, aplaudieron y se acercaron a abrazar a Marco por haber bautizado ese objeto que todo mundo usaba para sentarse pero que no tenía nombre.
Rosaura insistió en la pregunta. Marco dijo que no tenía explicación alguna. Romualdo se burló. Así que, dijo Romualdo, ¿no sabés la causa de los nombres? No, dijo Marco. Un día, hace ya muchos años, me pregunté por qué el río fluía por el arroyo, asimismo me pregunté por qué el sol salía todas las mañanas… ¿Y?, preguntó Rosaura. Nada, dijo Marco, nada. Así, ahora, me pregunto por qué Romualdo, a pesar de llamarse Romualdo, todo mundo lo llama pendejo, y no tengo explicación alguna; ya que, hace mucho tiempo, bauticé con este nombre a los pelitos que crecen en tu pubis, y abrazó a Rosausa de la cintura y los dos dijeron que esa amistad que llevaban debía tener un nombre especial y Marco dijo que ya tenía el nombre, pero que se lo diría en su cuarto, porque ahí, a mitad de la plaza, corría mucho viento y el viento le hace daño a las palabras sosegadas, las revuelve y las tira y las deja sobre el suelo; y las palabras y los nombres, se sabe, son del cielo.