lunes, 17 de junio de 2013



LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE NADIE FALTA

Nadie falta. Son once. Ella, la mujer que está al centro, sentada, sostiene el tronco de un árbol inmenso, tronco que es ella misma. Una de las hijas ayuda a sostener el cuadro donde está el esposo, el papá. Me cuentan que, hace cuatro años, él murió, pero si vemos con atención, vemos que no hay ausencia. Todo está como siempre. Las piedras que sostienen la fuente ¡así lo corroboran! Todo es cimiento, todo es una escultura que se levanta en el aire. Esta familia, también, gracias al cimiento de espíritu ¡es una escultura que se levanta en el aire! Aire es lo que los rodea, lo que los mantiene vivos, lo que, con dulzura, acaricia cada uno de sus cuerpos. El papá, el jefe de familia, tiene una chamarra roja. ¿Si alcanzan a ver la fotografía? ¿Si alcanzan a ver cómo el hombre tiene una gorra de color negro y está parado en una clásica toma de tres cuartos? El color de la chamarra es un rojo intenso. Se intensifica más en medio de tanto blanco. Si dije que son once es porque (maravilloso símil) forman un equipo de fútbol soccer.
Al fondo, en el centro de la fotografía, se advierte una palmera. Es una palmera que tiene años en el mismo lugar. El árbol que forma esta familia, también pareciera estar ahí desde siempre. Porque la palabra “siempre” es como decir luz, como decir sombra. El retrato está lleno de luz, apenas dos ligeras sombras la matizan: una es la del rostro de la esposa y otra la del rostro de una de las hijas (quien está hincada). Ocho hijos permanecen de pie, una está hincada y la esposa ¡sentada!
Todos esbozan una sonrisa. Apenas cuatro años, apenas cuatro sombras, apenas cuatro luces. Por esto, para provocar más luz en medio de la sombra ¡los vestidos blancos! Por esto, para convocar más eternidades la fotografía fue tomada a mitad del patio, ahí donde la nostalgia se confunde con los verdes de las palmeras, con los blancos de las flores, con los musgos de las piedras.
Una tarde, hace cuatro años, la ausencia del viejo ¡los convocó! En este instante, la presencia ¡los volvió a convocar! Acudieron fieles a la cita, porque saben que, igual que las piedras que sostienen la fuente de piedra, ellos son el agua para este río. Cada uno es una rama, cada uno es un brazo de mar.
No es casualidad la forma como la fotografía está sostenida. Imaginen, sólo por imaginar, que la fotografía hubiese estado a la derecha de la madre. Si así hubiese sido el padre estaría encaminado hacia el vacío, hacia el abismo. La madre sostiene, amorosa, la fotografía del padre ¡a su izquierda! Él, lo vemos todos, se encamina hacia el pecho de ella, que es como decir el espíritu del árbol, de todos.
El contacto es importante. Todos están en contacto con todos. Un poco como para advertir que todos para Él y Él para todos. Las manos que detienen el cuadro pasan la energía a los otros. Por esto, como si fuese equinoccio de primavera, todos visten una prenda blanca (que no se haga, quien tiene lentes viste una camisa celeste, porque el blanco lo lleva en su cabello). Apenas una falda gris, apenas un pantalón oscuro, apenas unos zapatos negros, apenas unas cintas de colores serios. A la hora que el fotógrafo dijo que la toma estaba hecha, estos muchachos, como si estuviesen en graduación universitaria, levantaron los brazos y se unieron al magma del universo. Todo en nombre del hombre, todo para honrar la memoria del tronco, de quien, hace cuatro años, continuó con el viaje. Son once. Un equipo. ¡A la cancha! ¡Comienza el segundo tiempo!