viernes, 7 de junio de 2013



LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE TRES NIÑOS SON ESPECTADORES

Es difícil que tres niños boleros sean espectadores. Por lo regular, estos niños siempre son protagonistas, de la miseria, de la baba y de la mierda. Pero acá, están a mitad de una plaza, expectantes, en primera fila, esperando que comience el espectáculo. De fondo hay una escalinata de laja, como si fuesen escalones de una pirámide prehispánica en pleno siglo XXI. Uno de los niños, el de la playera roja ve hacia atrás, como si esperara a alguien. La espera, también, es piedra favorita de estos niños. ¿Qué esperan? ¡Nada y todo! Ellos no saben qué esperan, pero hay algo en su corazón que les dice que deben esperar El sol llega a sus casas (¿de madera?), la luna llega y se va. ¿Para esto la espera?, preguntan. O tal vez no cuestionan. Parece que lo único importante es, al término de la jornada, ver cuántas monedas llevan a sus casas. A cinco pesos la “lustrada” ¿cuánto alcanzan a reunir? Siempre llama mi atención el término “lustre”. Ellos dan lustre a los zapatos (en la ciudad de México le dicen “bola”, allá dan bola a los zapatos. Acá no, acá, los boleros dan lustre. Incluso, antes, no se llamaban boleros sino lustradores). El término lustre es un término de gran prosapia. Los mismos clientes se adornan cuando dicen: “voy a que me den lustre”. Los compas de éstos se burlan y dicen que cuando menos, sus ilustrísimas tengan lustrados los zapatos.
No es cosa común esta escena. Ya lo dije, por lo regular, estos niños nunca juegan el papel de espectadores. ¿Ya vieron el pantalón del niño de en medio? “¡Está a la moda!”, gritará, con grititos de gata de casa, la niña nice. No, este pantalón no es de marca, ni los surcos están hechos a propósito. Tampoco es de marca la playera que tiene el niño del primer plano. El niño que bebe, con atención, el escenario. Este niño tiene todo el asombro en su rostro. ¿Cuál era el espectáculo? ¿La actuación de la Orquesta Sinfónica de Chiapas? ¿Una obra de teatro?
Los dos niños del primer plano llevan una mochila. El de en medio abraza el cajón de bolero (de lustrador). ¿Acuden a la escuela y en la mochila llevan cuadernos y libros? ¿Quién sabe?
¿Quedará algo en su corazón de lo que pepenen esa tarde? Tampoco nadie sabe. Es difícil cuantificar la luz cuando todo es como un túnel oscuro. Cargan las mochilas como si fuesen paracaídas, como si fuesen en un helicóptero y estuviesen atentos a la orden del general para aventarse al vacío. ¿Abrirá el paracaídas? ¿Tendrán la suficiente suerte de caer en “blandito”? Es difícil predecir, jugar con la idea del porvenir. Nadie sabe cuál es la línea que tatuará su rostro y su corazón. ¿Qué serán ellos de grandes? ¿En qué sillas estarán sentados? He visto muchos boleros que comenzaron de niños, de la misma edad de éstos. Los he visto, ya viejos, ejerciendo el mismo oficio de la “bola”. Debe ser un oficio bonito, pero uno no sabe si es el mejor oficio. ¿Qué porvenir puede advertir el hombre cuya mirada está concentrada en un par de zapatos? ¿Qué futuro tiene el hombre que para platicar con su cliente debe, siempre, elevar la mirada?
Estos niños, cuando menos, durante un instante, posaron su mirada de frente y no tuvieron que alzarla. Fue bueno advertir que, por un momento, sus ojos tuvieron la misma línea del horizonte donde el mar se vuelve cielo.