lunes, 24 de junio de 2013
MADRUGADAS SIN COBIJAS
A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: hombres que son como una taza de café frío y hombres que son como cabeza sin cabello.
El hombre taza de café frío es el peor espécimen porque además de frígido es amargo. Él, para disimular un poco dice que está hecho con café de Colombia o con café de Chiapas (el mejor del mundo), pero lo cierto es que su naturaleza es light. ¿A qué mujer le gusta un hombre café descafeinado? Es como beber limonada deslimonada o como acostarse sobre una almohada desalmidonada.
Pero su problema no sólo es el café, el verdadero problema está en la taza que lo contiene. Ya los científicos norteamericanos han determinado que el hombre taza de café frío tiene partículas de plomo y ya se sabe lo que hace el plomo: hace pesados los pies y los demás miembros. ¡Sí, todos! Vayan entonces a querer levantar el cilindrín que sirve para juguetear en la cama. ¡Imposible! ¿Han escuchado algunas versiones que dicen que tomar mucho café causa impotencia? El problema, insisto, no está en el café (porque de lo contrario todos los que ahora leen el periódico tomando su café ya estarían haciendo una manifestación tipo Brasil enfrente de mi casa). No, el café no es dañino, lo que sí causa severos problemas es tomarlo frío. El té helado ¡pasa!, la cerveza helada ¡pasa!, la pasa helada, también pasa, pero lo que no pasa es el café frío. Una taza de café frío es como tomar agua de lodo de Alaska (aunque los osos polares aseguran que en el Polo Norte el lodo no es café, sino blanco, blanco como el hielo, como la mitad de los cuadros de tablero de ajedrez, como las hojas de notas del anciano, como las bragas que le gustan ponerse a las niñas cuando usan pantalones blancos).
El café siempre debe tomarse calientito, como pizza recién salida del horno, como ojo de niña de quince años a mitad de noche en un antro. Así que el hombre taza de café frío, por el plomo de la taza, se convierte en un hombre incompleto. ¡Qué pena! Por esto sólo tiene una sola oreja. Sus mujeres a cada rato le recriminan por dejarlas insatisfechas (y escribí “sus mujeres” porque, a pesar de que es como rondana sin tuerca, enamora y seduce a la que se le pone enfrente).
El hombre taza de café frío trae la desventaja en su sangre, porque su abuela tenía la costumbre de encerrarse en la heladera, todas las noches, a leer fotonovelas. Y como si esto no fuese suficiente, el abuelo (¡qué pena!) tenía la manía de subir, a media noche, a la azotea, al cuarto de la sirvienta. Como era un depravado, a medida que subía por los escalones iba desabotonando el pijama. Cuando llegaba a la azotea el pijama quedaba tirado a mitad del patio y las nalgas y su pedacito quedaban expuestos a las corrientes de aire heladas de la madrugada. Esto le provocó una enfermedad que el doctor Emanuel del Témpano bautizó como Mal de Nopo. Cuando el abuelo preguntó, el doctor del Témpano explicó que se llamaba así, porque, a partir de ahí no podría comer, no podría beber y no podría (sí, lector avieso, el verbo soez que también termina en er).
Por esto, se recomienda mucho a las muchachas bonitas que revisen bien la cabeza de su amado. Si a la hora de acariciarlo y darle besitos por la nuca advierten que sólo tiene una oreja ¡huyan!, huyan porque, seguro, es un hombre taza de café frío. Si ya no pueden vivir sin él ¡confórmense con beber agua amarga todas las noches!
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como una librería que vende bicicletas y mujeres que se venden como bicilibros o como libroscletas.