miércoles, 26 de junio de 2013
TIEMPO SIN CARRETERA
A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como manifestación en calles y mujeres que son como taxis sin pasaje.
La mujer taxi sin pasaje es como Central Park en invierno. Sus asientos son como árboles delgados y secos; su guantera es como marquesina de cine con focos fundidos.
Hay nubes que no le permiten los abrazos, ventanas que se asemejan a hotdogs sin salchichas. El tránsito se le hace como una línea de cal o como una multitud que bosteza en los fuegos de artificio. Mientras los cielos se abren en una ola de luces, ella busca alfileres en el café, embobada ante los deslumbres que juegan en el agua.
¿Cómo dar el banderazo ante la presencia de la soledad? ¿Cómo imprimir velocidad si la banqueta es un mero referente del sosiego? Cuando camina por las calles de Comitán recuerda a su abuela, la vieja que, todas las mañanas, le daban “cran”. Por esto, la mujer taxi sin pasaje aspira a que su amado ofrezca hacerle lo mismo. Porque ello es un agregado a la vida, en estos tiempos en que todo es como torre de iglesia o ventana de golpe de pecho.
¿Cómo hablar por la radio para decir la ubicación? ¿Cómo coquetear con un mototaxi o con un barco de papel a mitad del río? ¿Cómo prender las luces intermitentes a la hora que los de atrás tocan el claxon?
Las distancias se convierten en tijeras para podar, en baterías para desmantelar retrovisores.
Porque lo único que le queda por hacer es ver a través del espejo retrovisor, por si alguna piedra corre tras ella. Hay avalanchas, se sabe, que no hallan tranquilidad en la montaña y se desplazan al centro de las ciudades sólo para probar las nieves de fresa o para jugar garabato con las líneas del suelo.
Si se topa con un charco, ella prende el botón donde la sonrisa es un mero pretexto para que las palmeras se hamaqueen como si estuvieran “borrachas de sol”.
Hubo un tiempo en que el mambo de Pérez Prado dictó su ensarta de asfalto: “¡taxi, libre!”, gritaba la gente, mientras, al pasito de ¡uno, dos, tres, cuatro, maaaaambo!, el mundo asfixiaba el chapopote y el cordón de las llantas.
Tal vez la ausencia de pasaje se deba a que no es taxi común y corriente. Su carrocería está hecha de nubes de montaña y sus interiores forrados con mapas en vinil de la república mexicana. Intimida saber que uno entra por un cirrus y se sienta sobre el estado de Oaxaca, donde una nalga queda en el estado de Puebla y la otra en el estado de Chiapas, mientras la raya, la línea de la carretera, se deshace en Juchitán de Zaragoza y en La Ventosa.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en mujeres que son como una parrilla para cocer estantes y mujeres que son como aventuras exclusivas para esculturas de bronce.