miércoles, 28 de agosto de 2013

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL AGUA SE DEJA EMBOTELLAR





Querida Mariana: ¿cómo le hacían los conferenciantes en los años sesenta? Ahora, las botellas de agua aparecen en todas las mesas de los conferenciantes. Cuando la boca de la Poniatowska o de Efraín Bartolomé se seca ellos se refrescan con un buche de agua. La Poni toma la botella con la mano izquierda (no creo que tenga algo que ver con su filiación política, más bien es por reflejo instintivo) y, en movimiento sincrónico, con la mano derecha (insisto) da vuelta a la rosca de plástico y toma un trago de agua libre de sales. ¿Qué hacían los conferenciantes en los años sesenta? ¿Antes de que el agua se dejara embotellar?
En mis tiempos juveniles nunca vi una mesa de honor tapizada con botellas de agua. Lo más que vi fueron mesas tapizadas de botellas de agua mineral, refrescos de cola y botellas de tres cuartos de un trago llamado Presidente. Esto lo vi en mesas de fiestas de quince años. Ahora ya ni eso. Ahora los meseros sirven las “cubas”.
Cuando hay una reunión de trabajo veo las mesas llenas de botellitas de agua (ahora hay unas bien bonitas, chiquitías, como de cien mililitros, que sólo alcanzan para un buche). Veo a esas botellas como soldaditos o como pinos de boliche y me entran ganas de jugar con ellas. Me gustaría ver cómo van cayendo ante el avance de la artillería enemiga o cómo se doblan ante el tiro certero de una bola de boliche. Pero el Alejandro solemne reprime al Alejandro juguetón y le explica que esa reunión está a punto de transformar el mundo, así que exige orden y seriedad.
Tal vez, los conferenciantes de los años sesenta hacían lo que Julio Gordillo Domínguez hace. Julio es muy hábil. Cuando lleva más de veinte minutos “aventándose” un choro oratorio y sus labios comienzan a pegarse por la sequedad y su boca se convierte en un territorio chicloso, donde hasta una 4x4 se atasca, él, en movimiento certero, mete la mano en la bolsa derecha de su pantalón y saca un limón partido a la mitad, aprieta y chupa el limón. No hace cara alguna, chupa el limón como si el jugo de éste fuera incoloro, inodoro y, sobre todo, insaboro. ¡Ya con esto tiene para seguir con su choro durante otros veinte minutos! La poeta Mirtha diría que Julio es “mero vivito”.
Yo, niña mía, ¡qué pena!, vengo de un tiempo en el que, como ya dije, las mesas de los conferenciantes no tenían botellitas de agua. En los años sesenta ya alcancé a ver la mesa con una jarra de agua y vasos de cristal. Era un agua, supongo, con sales, porque esa agua era agua del tubo, con dos hervores. En una ocasión, un conferenciante extranjero (lo vi desde mi asiento) se sirvió agua, alzó el vaso, lo vio a contraluz y no bebió. Tal vez le encontró algún bichito nadando como si estuviese en el Río Grande actual. El conferenciante extranjero cuidó no caer bajo el influjo de “la venganza de Moctezuma”.
Como vengo de tiempos A.C. (antes de la cordura), a veces pienso que en algún lugar del mundo el protocolo de la botellita de agua no lo respetan y en la mesa del tipo que dicta una conferencia en Chiapa de Corzo ponen jícaras llenas de pozol, con hielitos; tal vez, en San Cristóbal ofrecen un ponchecito caliente, con piquete. Si el conferenciante diserta a la una de la tarde, en la infernal Tuxtla, mi demonio interior dice que no sería mala idea que la mesa estuviese con dos tecates sudadas. Claro, exigir botana, ¡ya sería un exceso!