lunes, 19 de agosto de 2013

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE ESTÁ LA MUCHACHA MÁS BONITA DEL MUNDO





Ella está debajo de un arco. Al fondo se ve un muro de piedra. El murete donde está sentada también es de piedra. Perdón, pero, de igual manera, el arco que se abre encima de ella ¡también es de piedra! Un nostálgico de los años sesenta diría que “de piedra ha de ser la cama y de piedra la cabecera”, pero ella mira el horizonte como si estuviese sentada sobre una cama de nubes, como si nubes la rodearan. Si el lector ve con atención podrá ver cómo el prodigio hace que las piedras del fondo se conviertan en nubes, nubes que cruzan por encima de su cabeza.
Ella no sólo es la muchacha más bonita del mundo, también es la niña más inteligente. Sabe que no es bueno pensar adentro de un cuarto. Cuando alguien piensa encerrada en cuatro paredes, las ideas chocan, como si estuviesen en un acelerador de partículas, y crean el caos. Las ideas (adentro de un cuarto) se topetean entre ellas, chocan contra el techo, contra las paredes, contra la puerta del sanitario, contra la puerta de la cómoda (que se vuelve incómoda), contra los zapatos y contra los brasieres olvidados en la silla de plástico. Por esto, la muchacha más bonita del mundo, cuando desea liberar sus pensamientos, toma su bolso negro, sale de su casa y se sienta en el corredor frente al parque. Ahí, debajo del arco, mira el horizonte y deja que su pensamiento vuele, que sea como zanate o como tiuca o como mariposa; deja que juguetee en la fuente, encima de los árboles. Sus pensamientos son como palomas que picotean sobre la piedra del piso. Las palomas también saben que las piedras no son piedras sino nubes. Picotean las nubes, comen luz. Ella, la muchacha más bonita del mundo, con su mirada picotea el cielo y el aire. Como si fuese un alcatraz se abre a la mirada de los otros, de los caminantes, de los que pasan por la calle y, como niños, la señalan como si fuese un papalote, como si fuese una mujer que levitara. Porque hay niños que entrecierran tantito los ojos y ven que ella, con las piernas cruzadas, en posición de lama, levita, vuela por encima de la miseria diaria. Ella sale de su casa y se sienta en el corredor frente al parque ¡para bendecir el día! Lo hace para liberar sus pensamientos, pero, también, para decirle al mundo que el mundo no es la basura cotidiana de todos los días y de todas las horas; se sienta ahí, frente a todos, para recordar al mundo que el prodigio es posible, que las piedras son nubes y que el cielo es también la morada para los que creen que todo es una línea de luz sin tregua.
Ella, la muchacha más bonita del mundo, mira el horizonte, como si mirara un barco que se aleja, como si viera el juego de las gaviotas, como si escuchara el último acorde de una serenata. Pareciera estar sentada sobre nubes, pareciera levitar. Ella, como si fuese reencarnación de Remedios, la bella, de “Cien años de Soledad”, espera el instante supremo para iniciar el vuelo. Mira el horizonte, ahí donde el pueblo de Comitán es como un árbol lleno de aire. ¿Con qué se riegan los árboles de aire? ¿Con qué se riega la luz del mediodía? Ella, como si fuese un jardín, mira cómo el día se desprende del aire; mira cómo el aire se desprende de su mirada. Es un espejo. Es, igual que cada una de las comitecas, la muchacha más bonita del mundo. Por ello, está debajo del arco. Todas las niñas bonitas del mundo caminan por ahí y se sientan es ese mismo lugar. Una leyenda cuenta que quien se sienta ahí se convierte, en automático, en la muchacha más bonita del mundo. Ahí donde todo fluye libre, donde nada es piedra de muro, piedra de cimiento; donde todo es un sembradío de agua limpia.