miércoles, 21 de agosto de 2013

EL ATORÓN





Roque Gil es periodista; Roque Gil es cronista. Vive en Comitán, aún cuando nació en Tonalá. Presume de su abuelo, Miguel Lara Vasallo, autor de la música del Himno a Chiapas. Roque Gil me ve raro cuando le pregunto por qué es su abuelo si él es Marín Vasallo y los descendientes de don Miguel, por lógica, debieran llevar el apellido Lara. Roque Gil me explica que hubo un entrecruzamiento de apellidos y que en realidad don Miguel era Vasallo Lara. Lo veo y río. Él se pone serio. Se pone tan serio como cuando dice que Rosario Castellanos no escribió “Balún Canán”. Roque Gil dice que Rosario se pirateó la novela; que en realidad, el autor de la novelilla es Agripino Gutiérrez.
Como los lectores ya se dieron cuenta disfruto mucho la plática de Roque Gil. Se ha vuelto un personaje real maravilloso de Comitán. Siempre está sentado en una banca del parque central, frente a donde se colocan los boleros. Cuando alguien desea decirle algo a Roque Gil o dejarle un papel y no está en “su oficina”, basta con pedir favor a los boleros, para que él reciba el recado. La banca del parque es como su sillón, y el parque, ¡todo!, es como su oficina. Por esto, cuando tengo un tiempito ¡lo busco! Lo busco porque, después de corajes y enconos por nuestras posiciones ideológicas opuestas, terminamos botándonos de la risa. A veces su risa es como un río desbordado y no puede aguantar la seriedad que le imprime a sus postulados (lo hace así para que uno crea que de veras es verdad lo que dice).
¿Por qué Roque Gil “inventa” tantas teorías? No lo sé. Bueno, sí lo sé. Es su manera de enfrentar a la sociedad. Él me cuenta que de niño fue un niño rebelde. Nunca ha dejado ese lado de rebeldía. En Comitán hay gente que no puede verlo. Yo sí. Yo lo busco. Me divierto mucho con su plática. El otro día me contó una anécdota de un burdel de Tonalá. Burdel al que, sin duda, él frecuentó ya muchachoncito, porque él comenzó a “callejonear” desde muy temprana edad. El nombre del burdel era “El atorón del sapo”. Cuando me lo dijo pensé que ese era el nombre más fantástico del mundo. Ahí sí salimos perdiendo los comitecos. Acá no tuvimos más que Tía Lola y Tía Maty. Nombres comunes y corrientes, corrientes de tan comunes. Cuando la posmodernidad llegó a Comitán, los continuadores de la obra beatífica de Tía Lola le impusieron un nuevo nombre al burdel: “Crazy Horse”. ¡Dios mío, qué poca imaginación! ¡Qué afán tan acomplejado de andar imitando lo de otros mundos!
En Tonalá no tuvieron caballos locos. Allá tuvieron un patio que era el “estacionamiento” de los caballos de quienes iban a gozar del cuerpecito en “El atorón”. Ahí, me cuenta Roque Gil, llegaban campesinos y pescadores, los fines de semana. Amarraban los caballos, entraban al local, pedían cervezas, tomaban, entraban a los cuartos con las putas, se emborrachaban, se mentaban la madre y salían al patio a darse de mandarriazos. Ahí, los “contertulios” subían a los caballos (sin importar si eran los suyos) y se dirigían al río Zanatenco (de zanate, dice Roque Gil, y me indica: escríbelo con zeta. Va. Gracias, digo).
En Comitán no tuvimos más que un río Grande. En Tonalá tuvieron un río Zanatenco. ¡Qué nombre más decidor! Por esto, y por más, disfruto la plática con Roque Gil. Hay mucha gente que no puede verlo, porque es rebelde, cabrón. Yo disfruto su plática, la gozo, termino botado de la risa con sus puntadas. Él, lo miro en sus ojos de cabro, también disfruta contándome esos hilos de polvo de su tierra natal. Un día le preguntaré más acerca del “Atorón del sapo”. El nombre es genial. No creo que haya en el mundo un nombre así. Si Gabriel García Márquez lo hubiese descubierto antes de escribir sus Cien Años de Soledad, seguro que lo habría incorporado a Macondo. ¡Ah, qué nombre más genial! ¡Genial en sus mudencadas es el tal Roque Gil! ¡Tipo bravo, difícil, rebelde, injerto de hierba y palmera! Cuando está en “su oficina” miro una bola de zanates y entonces pienso en el río y pienso en el burdel y miro a Roque Gil ahí, a mitad de la noche, en medio del calor, agobiado por el polvo y por las mujeres que sonríen a través de una sonrisa roja, inmensamente roja.